Mt 15, 21-28
A pesar de la intensión de Jesús de pasar de largo, porque entiende que su misión es sólo ir a las ovejas descarriadas de Israel, sus discípulos insistieron en que atendiera a la mujer cananea porque andaba gritando: Hijo de David, ten compasión de mí. Jesús la reprende por dar la comida de los hijos a los perros. Pero, en un segundo momento, reconoce la grandeza de su fe.
En no pocas ocasiones elegimos mal, y entendemos mal nuestra relación con los hijos. No sólo basta con darles de comer, cubrir sus necesidades (que muchas veces no lo son), educarlos; también hay que estar presente en cada uno de los acontecimientos importantes de su vida.
Educar significa estar presente, encaminar, desarrollar las facultades intelectuales y morales por medio de normas que ayuden al crecimiento. Se necesitan establecer límites adecuados y oportunos para que nuestros hijos no se conviertan en pequeños dictadores. Un no a tiempo supone un aprendizaje para levantarse ante los fracasos futuros. Sin embargo, ante todo, educar es creer a quien se educa: en sus esfuerzos, en su capacidad de superación.
A veces recurrimos al chantaje emocional para que nuestros hijos nos obedezcan, y otras veces, los dejamos abandonados a su suerte, creyendo que estaremos presentes y apoyando cuando caiga.
Sin embargo, hay ocasiones que atendemos mejor a nuestras mascotas que a nuestros hijos. De ahí la reprimenda de Jesús a la mujer cananea.
Es cierto, que a veces los hijos se niegan a aceptar el cariño y el sacrificio de sus padres cuando crecen. La vergüenza que crece en ellos por depender de sus padres se convierte en un estado de rechazo y animadversión donde crece la rebeldía. Pero no por ello, debemos de perder la esperanza y la fe. Sólo son etapas de crisis por las que hay que pasar, para encontrarnos nuevamente en un estado de serenidad y armonía.
Pidamos por las familias cristianas, para que sigan siendo forjadores de valores para nuestros jóvenes, para que encuentren al Dios de la vida y su esperanza no decaiga.