Mc 4, 35-41
En este día la Palabra nos va marcando un itinerario, comienza con la carta a los Hebreos, poniendo la FE como base, sostén y referencia. El salmo responsorial, tomado del Benedictus, nos ayuda y enseña el camino de la admiración y alabanza por la obras de Dios en nosotros.
Ahora en el Evangelio se juntan la fe, o su falta, con el nuevo asombro por la fuerza e intervención directa de Jesús, por la confianza absoluta de Él en el Padre, por su dominio sobre la creación con tal naturalidad como que es el Dueño; por la paciencia de Jesús con los apóstoles, con nosotros, en un suave pero firme reproche junto a la apertura serena para que podamos seguir el camino del reencuentro y descubrimiento de nuestra fragilidad y la acogida del Corazón divino que da por hecho nuestra pertenencia a Él, su misión junto a nosotros y la conciencia de que estamos en camino, que este camino tiene tempestades que nos acobardan, que necesitamos aprender a confiar y «saber de quién nos hemos fiado». Jesús va por delante, pero no deja de estar al lado.
Somos privilegiados por estar en la misma barca con Él y poder gritarle en nuestras angustias y miedos, de poder descargar nuestra inquietud y recibir como respuesta un abrazo divino que nos conforta y alienta.