Jueves de la II Semana de Cuaresma

Lc 16, 19-31

Jesús, en esta parábola, nos relata brevemente la vida en esta tierra y después de su muerte de dos personas bien distintas. Un “hombre rico”, sin nombre, y un mendigo llamado Lázaro. El rico “banqueteaba espléndidamente cada día“. Por contraste, Lázaro pasaba hambre todos los días y no le permitían comer de lo que tiraban de la mesa del rico. Al morir, el rico va al infierno donde sufre fuertes tormentos. En cambio, Lázaro es recibido en el seno de Abrahán.

El rico pide a Abrahán que deje ir a Lázaro a la tierra para que avise a sus hermanos, cambien de conducta y no caigan como él en el infierno. Sabemos la repuesta de Abrahán: “Tienen a Moisés y a los profetas que los escuchen”, que dicen con claridad cuál debe ser la conducta de un buen judío, porque si no les hacen caso a ellos tampoco escucharan a Lázaro resucitado. Nuestra suerte eterna va a depender de nuestra conducta en este mundo y… de la siempre poderosa misericordia de Dios.

Yendo más allá del rico y de Lázaro, nos preguntamos qué nos pide Jesús a los que queremos ser sus seguidores en 2023. Jesús en la última cena, después de lavar los pies a sus apóstoles, les dijo: “¿Entendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, decís bien, porque de verdad lo soy. Si yo, os he lavado los pies siendo vuestro Señor y Maestro, también habéis de lavaros vosotros unos a otros. Porque yo os he dado ejemplo para que vosotros hagáis como yo he hecho”. Bien claro: tenemos que vivir como él vivió, entregar nuestra vida como él la entregó.