Mt 21, 33-46. 45-46
En este evangelio resuena el mismo grito: “Venid, matémosle” dicho por los labradores infieles que llegan a apalear a los enviados y a matar al hijo. Pero aquí es más trágica: “Matémosle y nos quedaremos con su herencia”. La envidia y la mezquindad de los dirigentes de su pueblo le llevan a la muerte. José se convirtió en causa de salvación para los suyos. Jesucristo se convertirá también en la piedra angular del templo único, formado por los gentiles y los judíos creyentes. Es la obra del Señor. Su camino es serio: incluye la entrega total de su vida.
Nuestro camino de Pascua supone también aceptar la cruz de Cristo. Convencidos de que, como Dios escribe recto con líneas torcidas, también nuestro dolor o nuestra renuncia, como los de Cristo, conducen a la vida.
¿Somos una viña que da sus frutos a Dios? ¿o le estamos defraudando año tras año? ¿somos infieles? ¿o tal vez perezosos, descuidados? Vamos hacia la Pascua, que es el paso de la muerte a la vida.