Sábado de la II Semana de Cuaresma

Mt 7, 7-12

Hoy nos presenta la Iglesia una de las tres parábolas de la misericordia del evangelista Lucas. Con esta parábola Jesús quiere mostrar la inmensa misericordia de Dios, que es un Padre bueno para con sus hijos. Dios acoge y ama a todos por igual, sin distinción alguna. Sin embargo, el obstáculo para poder experimentar este amor lo ponemos nosotros.

Por una parte, Jesús nos presenta al hijo menor, que se aleja de la casa del Padre y muestra las consecuencias que conlleva transitar por caminos opuestos a la voluntad de Dios. ¿Quién no se ha alejado alguna vez del camino de Dios? Bien sabemos que cuando nos alejamos de Dios sólo encontramos desengaño, miseria y soledad. Pero lo bueno es hacer como hizo este hijo, que en un momento dado “entró dentro de sí” y se dio cuenta de que se había equivocado.

Es bueno pararse de vez en cuando, entrar en nuestro interior, examinar nuestros actos, nuestro comportamiento y ver si realmente estamos viviendo como Dios quiere, si estamos siendo coherentes con nuestra vida. Siempre estamos a tiempo de volver al buen camino, de volvernos a Dios.

Por otro lado, aparece la actitud del hijo mayor, que aparentemente es el que está en el camino de Dios, porque siempre ha estado junto a Él, siendo cumplidor y considerándose justo y fiel, pero que al fondo con su gran soberbia se ha alejado de lo principal de un verdadero cristiano, que es practicar la misericordia y no juzgar a los demás.

Sin duda, que el gran protagonista de la parábola es el padre, el cual sale al encuentro de los dos hijos. A Él es a quien tenemos que imitar siempre en su gran misericordia para con todos.

Repasemos nuestra vida a la luz de cada uno de estos personajes y veamos en cuál de estas tres figuras nos vemos reflejados. ¿Realmente actuamos como el padre?