Viernes de la VII Semana de Pascua

Jn 21, 15-19

En este tiempo pascual, hay que saber alabar a Dios con el salmista exultante y gozoso con el Señor, quien está por encima de todas las naciones, pero que si engreimiento alguno, sabe abajarse para mirar al pobre y desvalido y reconocerle todos sus derechos. Por eso el salmo es toda una aclamación de alegría ¡aleluya! y de alabanza merecida a nuestro Dios.

Cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras

Debió pasar Pedro sus apuros ante los demás cuando Jesús le formuló tales preguntas reiteradas por tres veces. Resuenan aquí las tres negaciones de Pedro en el atrio de Pilatos.

Jesús ya sabía del afecto que Pedro le tenía, pero quería ponerlo a prueba. Pedro seguro que sudó tinta al tener que responder, no porque Jesús pusiese en duda su afecto, sino por tener que hacer una declaración tan poco común ante los discípulos perplejos, expectantes, para ver qué respuesta daba.

No era común, ni propio entre hombres, -ni lo es ahora- hacer tales preguntas y tener que responder a cara descubierta, sin tapujo alguno. Jesús es un osado preguntando y Pedro, un temeroso respondiendo. Y Jesús reincide, insiste, y le da el encargo de apacentar, conducir, a aquel pequeño rebaño de seguidores.

¡Qué curioso que muchos comentaristas bíblicos, o al menos algunos psicólogos o sociólogos religiosos, dicen que la terminología pastor, ovejas, rebaño, debería cambiarse en el lenguaje eclesial por ir contra nuestra sensibilidad actual! Más curioso aún resulta que, a todas horas, estamos escuchando sobre la “inmunidad del rebaño” (como tal nos tratan y quieren y ¡logran! que seamos) en el tema de las vacunas y nadie dice nada, ni un simple comentario que ponga en duda lo acertado o no de tal lenguaje.

Lo importante de este texto es el final abierto: Apacienta mis ovejas, sí. Antes, cuando fuiste joven, te vestías como querías; pero ten en cuenta que cuando seas viejo, extenderás los brazos, otro te vestirá y te llevará a donde no quieras ir.

Es toda una propuesta de aceptación y de humildad para el intrépido y orgulloso Pedro. Y así fue: se dejó llevar como oveja llevada al matadero, lo mismo que había hecho su Maestro Jesús.

Como nos toca a nosotros, según vamos envejeciendo, y vamos aceptando la presencia de Jesús en nuestras vidas. Una dosis de humildad, de entrega, de disponibilidad de nuestro ser entero ante la llamada final de Jesús. No es resignación, no, o no debe serlo; sino saber que toda nuestra vida ha estado unida a Él y que al final no nos va a fallar. Que haga con nosotros lo que quiera. Un “hágase Tu voluntad” continuo y así todas las piezas irán encajando.