JESUCRISTO SUMO Y ETERNO SACERDOTE

Mc 14, 12a. 22-25

La lectura de Jeremías, todavía en el Antiguo Testamento, nos habla de la nueva alianza que va a realizar Yahvé con su pueblo. Es nueva porque la primera se rompió. La rompió el pueblo siendo infiel a la palabra dada, se fue detrás de otros dioses y dio la espalda a su Dios.

Pero como es Dios, no es como nosotros los hombres, es Dios y fiel a la palabra dada, sigue empeñado en acercarse a su pueblo y en realizar una nueva alianza con él. “He aquí que vienen días en que yo pactaré con la casa de Israel y con la casa de Judá una nueva alianza”. Pero les anuncia también que será distinta la primera, la pactada con ellos a través de Moisés. En esta nueva alianza, Yahvé está decidido a adentrase con más fuerza en el interior de cada miembro del pueblo. “Pondré mi ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mu pueblo… todos me conocerán del más chico al más grande”.  

En esta alianza los sacerdotes eran los encargados de ofrecer los diversos sacrificios a Dios, principalmente de animales. Estas ofrendas podían ser de alabanza, de expiación por los pecados, de acción de gracias…

Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos

Llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió a su propio hijo hasta nosotros. Retocó en bastantes puntos la antigua alanza. Esta vez, la extendió más allá del pueblo judío, a toda la humanidad. Dios y su hijo Jesús no querían dejar a nadie fuera de su amistad, de su alianza. Borró el sacerdocio y todos los sacrificios de la antigua alianza y ofreció al Padre Dios su persona, su vida. Con su sangre, expresión de su amor, selló para siempre la nueva alianza con toda la humanidad. Para que no se nos olvide nunca su pacto de amor con nosotros, en la última cena inventó la eucaristía, para recordarnos cada día su entrega, su amor hacia nosotros. En cada eucaristía, renovamos esta única ofrenda, este único sacrifico de Jesús, nuestro Sumo y Eterno sacerdote: “Tomad, esto es mi cuerpo… Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos”.

Todos los cristianos, los seguidores de Jesús, participamos de su único sacerdocio. Unos participamos del sacerdocio ministerial y otros del sacerdocio común. Lo que nos toca es imitar al único y eterno Jesucristo. Entregando también nosotros nuestra vida a favor de nuestro hermanos.

¡Que el Señor, nos ayude a cada uno, a vivir el sacerdocio que él nos ha regalado!