Hech 18, 1-8
El comienzo de la lectura del libro de los Hech lo podríamos tal vez leer solamente como una crónica: Pablo fue de tal a tal ciudad, encontró a tales personas, etc. Pero debemos leerlo también con un sentido teológico. Aquella frase: «el verbo se hizo carne» se prolonga, es la Palabra de Cristo, su Evangelio, su gracia, lo que se va encarnando en lugares, en hechos, en personas concretas.
Claudio había expulsado a los judíos de Roma. Este hecho negativo va a tener una consecuencia feliz para el cristianismo. Oímos el encuentro de Pablo con Aquila y Priscila; ellos serán colaboradores y amigos.
Dice Pablo: «salúdenme a Priscila y Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús. Ellos expusieron su vida para salvarme. No sólo yo debo agradecérselo, sino también todas las comunidades de la gentilidad». Hoy diríamos que Priscila y Aquila son unos «apóstoles laicos» ejemplares e indispensables.
Pablo decide pasar a predicar a los paganos. La Iglesia sigue creciendo.
Jn 16, 16-20
Jesús, al despedirse de sus apóstoles, hora triste de separación, los consuela presentándoles una consecuencia de su partida: el don del Espíritu Santo; Jesús lo presenta como Consolador- Testigo y Maestro.
Los discípulos se extrañan: «¿Qué quiere decir con eso de que `dentro de poco ya no me verán y dentro de otro poco me volverán a ver’?»
Más allá de la separación que representa su Pasión y Muerte y luego su Ascensión, habrá una presencia diferente y nueva de Cristo, su gracia, su doctrina, sus sacramentos, sobre todo su Eucaristía. Será una presencia más profunda y universal.
Debemos apreciar y aprovechar todos estos modos de presencia que hacen a la Iglesia. De estas presencias nos alegramos, aunque esto no impide que tendamos hacia la presencia definitiva y ya sin necesidad de signos.
«Ven Señor Jesús» será el grito de la Iglesia en todo su peregrinar hacia el encuentro definitivo con su Señor.
Vivamos estas realidades en nuestra Eucaristía de hoy.