Homilía para el martes de la II semana de Pascua, 30 de Abril de 2019

Hech 4, 32-37; Jn 3, 11-15 

En la primera lectura de hoy, vemos un hermoso ideal de la vida cristiana. La comunidad de los creyentes tenía un sólo corazón y una sola alma y todo lo poseían en común. Aquel grupo de creyentes en Jerusalén era tan pequeño, que reinaba en él un ambiente de familia. Las condiciones en las que vivían eran ideales, puesto que, a través del bautismo habían llegado a ser hijos de Dios, hermanos y hermanas entre sí. Verdaderamente formaban una familia.

Nuestras circunstancias son muy distintas. La Iglesia es ahora, verdaderamente católica, es decir, universal. Es imposible incluso conocer a todos los católicos de una parroquia. El sistema económico es complejo; tiene como base un espíritu de competencia muy elaborado, que se complica por el sistema de impuestos; todo lo cual hace que prácticamente esté fuera de nuestro control. Para algunos, ganar dinero es una manera de vivir más que un medio para sostenerse y, con frecuencia, el nivel social depende de lo que gana cada uno. En pocas palabras, nuestra sociedad es materialista. Dentro de ese contexto y en abierta oposición a los valores que defiende el Evangelio nos parece fuera de la realidad el hecho de modelar nuestras vidas de acuerdo con la de la comunidad de Jerusalén, formada por generosos cristianos dedicados totalmente a Dios y a los demás.

Hay algunos miembros de la Iglesia que hacen el intento de seguir los ideales de aquella comunidad de Jerusalén, entrando a alguna orden religiosa o haciendo voto de pobreza. Pero, por supuesto, ésa no es la vocación de todos los cristianos. De todas maneras, Dios nos ha llamado para que vivamos con un espíritu familiar, compartiendo todo sin egoísmos y con atenciones y preocupaciones mutuas. Seguramente que no debemos pasar por alto esos ideales como algo imposible de realizar en nuestro mundo actual.

En la misa tenemos un modelo ideal de la vida cristiana, así como la fuente de fortaleza para que podamos poner en práctica ese ideal. A la Misa venimos juntos como gente de fe. Gratuitamente recibimos el más precioso alimento espiritual de manos de Dios, que nos alimenta como un Padre amoroso. Este alimento espiritual, que es el cuerpo y la sangre del Hijo de Dios, nos une como un solo cuerpo y un solo espíritu en Cristo. Para celebrar con verdad la Misa, debemos tener un amor sin egoísmos y una preocupación constante por todos los demás.

Viernes de la octava de Pascua, 26 de Abril de 2019

Jn 21, 1-14

En el pasaje evangélico, después de una noche de fracasos, de inútiles trabajos sin pescar absolutamente nada, Pedro y sus compañeros al mandato de Jesús, lanzan nuevamente la red y obtienen una pesca milagrosa.

Este Evangelio nos enseña lo que es la vida antes y después del encuentro con Cristo. San Pedro, habiendo sentido, como todos los discípulos, la pérdida de Cristo, se inclina a regresar a la vida que tenía antes. “voy a pescar”. Y lo mismo dicen todos. Pero no pescan nada, hasta que Cristo les sale al encuentro. Pero es San Juan el que se da cuenta de quién es el que está en la playa. En verdad que conocía al Señor, porque también pasó por el calvario con Cristo. Porque también estuvo a los pies de la Cruz. La Cruz es necesaria en nuestra vida. Sólo así seremos capaces de vencernos a nosotros mismos y a nuestro propio egoísmo. No hay por qué temerle a la Cruz si la cargamos junto con Cristo. Si así procedemos, podemos estar seguros de que, aunque parezca difícil, cambiaremos para bien.

Cristo no oculta a los discípulos las luchas y los sacrificios que les aguardan. Él mismo subraya cómo la renuncia al propio «yo» resulta difícil, pero no imposible cuando se puede contar con la ayuda que Dios nos concede «mediante la comunión con la persona de Cristo» 

Jesús, carpintero, hombre de trabajo y de fatiga, se hace presente en nuestros mismos lugares de trabajo. Aunque su presencia escapa a nuestra vista, su acción creadora, está siempre lista para atendernos, y ayudarnos en nuestras labores diarias, para que a pesar de que nuestros esfuerzos no hayan rendido el fruto esperado, el hará lo que para nosotros no fue posible. Sin embargo debemos estar atentos, pues como hoy a los discípulos nos dirá: «Tiren de nuevo las redes, pero ahora al lado que yo les indico». Cuando somos capaces de hacer nuestro trabajo de la manera que Jesús nos los indica, es decir, con generosidad, honradez, esfuerzo, la pesca es siempre abundante, y no solo para el pan de nuestras casas, sino para que el mundo crea que Jesús está vivo ahí, precisamente, ahí donde todos los días convivimos.

Hoy, Cristo vivo y resucitado se nos presenta como el único camino. Ya nos hemos equivocado durante mucho tiempo, ya nos habíamos confiado en nuestras propias fuerzas y hemos fracasado en la oscuridad de la noche. ¿Por qué no nos acercamos a Jesús nuestra única y verdadera esperanza?

Esta semana de resurrección, Cristo se nos presenta como el único nombre que nos trae salvación integral y plena.

 

Jueves de la octava de Pascua, 25 e Abril de 2019

Lc 24, 35-48

Si por algo se caracteriza nuestro mundo es por esa pérdida de paz y de armonía, vaga el hombre moderno cargado con sus seguridades que lejos de protegerlo, parecen hacerlo cada vez más débil e inseguro. Se cierran las puertas, se evaden las preguntas, se ocultan los datos personales y sin embargo cada día nos sentimos más expuestos, perdemos la paz.

El saludo de Jesús a sus discípulos, que también tenían cerradas sus puertas es “la paz esté con vosotros”. Palabras que en un primer momento los llena de temor porque creen ver un fantasma. Para darles confianza y que no tengan miedo, Jesús presenta las marcas del dolor en sus manos y en sus pies. Marcas de la cruz de Jesús que son señales de su entrega, de su muerte, pero también son señales de su resurrección.

No les habla a sus discípulos como un ángel que no hubiera padecido, tampoco nos habla a nosotros desde un mundo etéreo o angelical donde no pudiéramos tener miedo, nos habla desde el dolor de nuestra propia realidad para invitarnos a tener la verdadera paz, esa que nadie nos puede arrebatar, esa que es armonía interior y que sólo Jesús nos puede dar.

No bastan las cicatrices, entonces pide de comer y con un trozo de pescado compartido se une a la mesa.

El dolor, las cicatrices y el pan compartido son las señales del que ahora está vivo e invita a superar los miedos, las angustias y a reconstruir la comunidad. Son los mismos signos sobre los que ahora debemos reconstruir la comunidad: a partir de la realidad, del dolor de los hermanos, de las cicatrices y del compartir el pan.

No podemos estar ajenos y no podemos despreciar el dolor de quien han sufrido, se tiene que mirar y compartir, también se tiene que compartir el pan, el pescado y la mesa, para hacer creíble la resurrección.

La Pascua es esencialmente un tiempo maravilloso para tener un encuentro personal con Cristo que sea capaz de cambiar nuestra vida y convertirnos en sus testigos. Abre bien tus ojos y oídos…Cristo está vivo…

Déjalo vivir en ti, deja que su amor se trasparente a todos los que te rodean.

Miércoles de la octava de Pascua, 24 de Abril de 2019

Lc 24, 13-35

El Evangelio de hoy nos presenta a dos discípulos de Cristo que se alejan de Jerusalén. Han visto y vivido lo que le sucedió a Jesús, y regresan a su pueblo.

El camino de Emaús es semejante al camino de toda la humanidad y puede representar el camino de cualquier persona. Todos hemos sentido en determinados momentos la decepción de un ideal o de unas propuestas que creíamos eran solución y única verdad, pero después cuando nos desilusionamos, corremos el riesgo de abandonar todo: el ideal, el esfuerzo y la propia comunidad.

¿Por cuáles caminos he hecho caminar mis fracasos y mis tristezas?

Hasta ya va Jesús, empareja su paso con mi paso vacilante. No cuestiona, no acusa, simplemente acompaña. Es su encarnación acercarse al hombre que sufre y ha fracasado y cada día se hace cercano al que ha abandonado y decepcionado toda su esperanza.

Después de caminar, conversa, escucha y atiende, no condena. Al final ofrece el camino redentor: la escucha de la Palabra, el acercarse a una mesa y el compartir el mismo pan. Palabras, cercanía y el compartir vida y pan, restauran las heridas, reanima la fe.

El mismo proceso que hace con cada uno de nosotros para enfrentarnos a un mundo de oscuridades y desesperanzas, tenemos a Jesús que hace el camino con nosotros.

Tenemos su Palabra que viene a iluminar las más oscuras realidades, tenemos su compañía bajo el mismo techo y los mismos riesgos. Finalmente se convierte en Pan que anima, fortalece y restaura la comunidad. Así se acerca Jesús a ti y a mí. Así nos restaura y nos devuelve la esperanza.

Homilía para el martes 23 de Abril de 2019

Jn 20, 11-18

María Magdalena no podía creer en la muerte del Maestro. Invadida por una profunda pena se acerca al sepulcro. Ante la pregunta de los dos ángeles, no es capaz de admirarse. Sí, la muerte es dramática. Nos toca fuertemente. Sin Jesús Resucitado, carecería de sentido. «Mujer: ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?» Cuántas veces, Cristo se nos pone delante y nos repite las mismas preguntas. María no entendió. No era capaz de reconocerlo.

Así son nuestros momentos de lucha, de oscuridad y de dificultad. «¡María!» Es entonces cuando, al oír su nombre, se le abren los ojos y descubre al maestro: «Rabboni». Nos hemos acostumbrado a pensar que la resurrección es sólo una cosa que nos espera al otro lado de la muerte. Y nadie piensa que la resurrección es también, entrar «más» en la vida. Que la resurrección es algo que Dios da a todo el que la pide, siempre que, después de pedirla, sigan luchando por resucitar cada día. «La Iglesia ofrece a los hombres el Evangelio, documento profético, que responde a las exigencias y aspiraciones del corazón humano y que es siempre “Buena Nueva”.

La Iglesia no puede dejar de proclamar que Jesús vino a revelar el rostro de Dios y alcanzar, mediante la cruz y la resurrección, la salvación para todos los hombres». «He visto al Señor» – exclamó María. Esta debe ser nuestra actitud. Gratitud por haber visto al Señor, porque nos ha manifestado su amor y, como a María, nos ha llamado por nuestro nombre para anunciar la alegría de su Resurrección a todos los hombres.

Que la gracia de estos días sacros que hemos vivido sea tal, que no podamos contener esa necesidad imperiosa de proclamarla, de compartirla con los demás. Vayamos y contemos a nuestros hermanos, como María Magdalena, lo que hemos visto y oído. Esto es lo que significa ser cristianos, ser enviados, ser apóstoles de verdad.

Homilías para el martes y miércoles santo

MARTES SANTO

Is 49, 1-6; Jn 13, 21-23 

En el evangelio hay dos hombres que se parecen y que sin embargo, son totalmente diferentes: Simón Pedro y Judas Iscariote. Se parecen en que los dos le fallaron a Jesús: Pedro al negarlo y Judas al traicionarlo. Son totalmente diferentes en su reacción ante Jesús después de haberle fallado. Pedro se arrepintió y Judas se desesperó.

El caracter de Pedro era tan humano, que cualquiera de nosotros podría sentirse muy cercano a él. Era resuelto, y sin embargo, débil; era sincero, y sin embargo, titubeante; era adicto, y sin embargo, a veces desleal. Por encima de todo, llegó a conocer a Jesús tan bien, que se arrepintió inmediatamente y tuvo plena confianza en el perdón.

Nosotros tenemos esperanza y oramos para no terminar como Judas, sino como Pedro, a quien nos parecemos más. Somo resueltos para tomar decisiones de hacer grandes cosas en favor de Cristo, pero, con frecuencia, somos remisos en llevar a cabo esos buenos propósitos. Somos sinceros en nuestro celo por Cristo, pero, con frecuencia, fallamos por nuestra debilidad humana. Somos verdaderamente adictos a Cristo, pero algunas veces vivimos como si no lo conociéramos, ni sus enseñanzas.

Si nos parecemos a Pedro en sus fallas, tamibién debemos hacer el intento de ser como él en sus puntos de apoyo. Pedro llegó a conocer muy bien a Jesús. Porque conoció bien a Jesús y fue testigo de su amor a los pecadores, Pedro tenía confianza en el perdón del Señor. Pero, ¿qué decir de Judas? No es conveniente parecernos a él. Judas tuvo las mismas oportunidades que Pedro para conocer a Jesús. Había escuchado sus enseñanzas y había visto su ejemplo. Jesucristo le ofreció su amor. Pero desperdició las oportunidades de conocer a Cristo y no respondió al ofrecimiento que Jesús le hacía de su amor.

En el curso de esa Semana Santo se nos brinda una valiosa oportunidad de conocer a Jesucristo, meditando en los acontecimientos de su pasión y de su muerte. El sufrió todo lo imaginable por amor a nosotros. Hoy podemos rogarle que nos conceda la gracia de responder a su amor, como lo hizo Pedro.

MIÉRCOLES SANTO

Is 50, 4-9; Mt 26, 14-25 

Cuando miramos un crucifijo nos cuesta trabajo creer que Jesús está ahí porque Él quiso. Tal parece que fue dominado por sus enemigos y obligado a morir en la cruz. Pero no fue así. En cierta ocasión, los fariseos trataron de apedrear a Jesús para matarlo, pero Él se les escapó fácilmente. En otra ocasión, los habitantes de su ciudad natal lo condujeron hasta el borde de un precipicio con la intención de despeñarlo; pero El dio medio vuelta y se fue, sin que uno solo fuera capaz de poner la mano sobre El. Hubo varios incidentes en los que los enemigos de Jesús trataron de aprehenderlo para matarlo, pero éstos fueron impotentes para lograrlo porque, como el mismo Señor lo dijo, su «hora no había llegado todavía». Aquella «hora» era el tiempo establecido de antemano por su Padre.

En el evangelio de hoy Jesús indica que El conocía el tiempo establecido por su Padre para su muerte sacrificial; Él dice: «Mi hora está ya cerca». También mostró que conocía previamente el momento de su muerte, al predecir que uno de los Doce lo iba a traicionar. Pero Jesús no sólo conocía el momento de su muerte ya próxima; más importante que eso, El aceptaba voluntariamente esa muerte, por obediencia amorosa a su Padre, al fin de que se cumpliera las Escrituras.

Al concluir la presentación que hizo de sí mismo como el buen pastor, nuestro Señor dijo: «El Padre me ama porque doy mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita; yo la doy porque quiero» (Jn 10, 17). En la Última Cena, dijo: «Nadie tiene amor más grande a sus amigos que aquel que da la vida por ellos» (Jn 15, 13). Esas palabras indican claramente los motivos por los que Jesús murió.

El Viernes Santo, o en cualquier otro momento en que veamos un crucifijo, hemos de darnos cuenta de que Jesús murió en la cruz porque Él quiso. Su muerte en la cruz fue la expresión perfecta de su amor libre y personal a su Padre y a nosotros.

Homilía para el 11 de Abril de 2019

Jn 8, 51-59

Las discusiones entre Jesús y los judíos, están salpicadas de frases con gran contenido teológico. San Juan nos conduce de una manera didáctica a profundizar la persona de Jesús. Retoma hoy conceptos entrañables para el pueblo de Israel: la palabra, la promesa a Abraham, la glorificación y el Nombre del Señor.

Gran escándalo causa Jesús cuando afirma: “Yo os aseguro: el que es fiel a mis palabras, no morirá para siempre”.  La afirmación va más allá de lo que las autoridades religiosas podrían esperar. La única palabra con vida es la de Dios. Ellos conocen al dedillo las Escrituras y son capaces de recordar cómo la palabra de Dios es creadora, es liberadora y es fiel. Lo ha experimentado el pueblo de Israel y lo ha dejado escrito para las generaciones posteriores. Por eso su reclamo a Jesús porque si es así, será mayor que Abraham y que todos los profetas.

Pero nosotros sabemos que Jesús, conforme a lo que nos dice el mismo San Juan, es la palabra de Dios hecha carne, es la palabra que pone su tienda entre nosotros. Al igual que su Padre, cuando habla se actúa, se realiza.

Quizás nosotros hemos perdido mucho de esta apreciación a la Palabra de Dios y a Jesús, palabra hecha carne. El Papa Francisco nos invita a recuperar este sentido de escucha, de respeto y atención a la palabra de Dios. Dios quiere hablar con los hombres, quiere entrar en diálogo con ellos. Y la mejor forma es a través de su Hijo Jesús que le da rostro a esta palabra.

Son ya muy pocos los días que nos restan para entrar de lleno a vivir la  Pascua del Señor. Una manera seria de prepararnos es tomar sus palabras, meditarlas con atención y mirar qué dejan en nuestro interior, a qué nos invitan y cómo nos muestran al Padre. La misión de Jesús es hacernos conocer el gran amor del Padre que nos ama y nos da la vida.

Señor Jesús, Palabra del Padre hecha carne en medio de nosotros, que has venido a manifestarnos y a revelarnos su Gloria, ven a sembrarte en nuestros corazones y en nuestras vidas para que, conforme a tus palabras, nos conceda la gracia de vivir y ser hijos de Dios.

Homilía para el miércoles 10 de Abril de 2019

Jn 8, 31-42 

Hoy la libertad está de moda. Libertad de expresión, de opinión, libertad de experimentación científica, de prensa, lucha por la libertad… Sin embargo, paradójicamente, también nuestra libertad nos puede hacer esclavos. Todo el que comete pecado es un esclavo. La libertad es lo contrario de la esclavitud. ¿Cómo es posible que en nuestro mundo en el cual gozamos de tantas libertades podamos ser esclavos? Nos hemos olvidado de una palabra que es inseparable de la libertad: la verdad. Conocerán la verdad y la verdad los hará libres.

Desgraciadamente hemos separado muchas veces la libertad de la verdad. Sin embargo, no puede existir auténtica libertad si está desligada de la verdad pues son dos eslabones de una cadena que no se pueden separar. Y de aquí surge la gran pregunta ¿qué es la verdad? Jesús nos dice que Él es la verdad y que si nos mantenemos en su Palabra podremos conocer la verdad y ser libres.

Dios no es una verdad más, sino que es la verdad absoluta, es el único que tiene una libertad absoluta. La libertad del hombre es un riesgo. Con la gracia de Dios, la libertad del hombre puede ser encaminada a la verdad, al bien y a la felicidad. Por el contrario, si buscamos una libertad lejos de la verdad, que es Cristo, nos haremos esclavos de nuestras propias pasiones y de nuestros pecados.

Al final del pasaje evangélico, Jesucristo nos invita a una coherencia de vida. Si nuestras obras no reflejan la verdad no podemos decir que realmente somos libres. Si nuestra vida se desarrolla en el campo de la mentira no podemos decir que somos coherentes con lo que Cristo nos ha enseñado. Si queremos ser hijos de Dios debemos actuar con la verdad, si no seremos hijos del padre de la mentira.

Dios viene a librarnos del pecado. Preparemos en esta cuaresma un corazón sincero que nos ayude a recibir las gracias que Dios viene a traernos. Seamos humildes para dejar a un lado la mentira y el pecado, para convertirnos con la ayuda de Dios a una vida libre apoyada en la verdad de Cristo.

Homilía para el martes 9 de Abril de 2019

Jn 8, 21-30 

Cristo nos desvela el secreto de su éxito. Es sencillo, basta cumplir la voluntad de Dios. Eso es todo. Nos lo dice clarísimo: “Yo hago siempre lo que a Él le agrada”. Esto podría ser el resumen de la vida de Jesús.

No hay que ser ingenuos y creer que ya todo está resuelto. El camino de la voluntad de Dios, en algunos momentos, es duro. No todo es coser y cantar. Pero en nuestro peregrinar por la voluntad de Dios no vamos solos. Podrá haber situaciones oscuras, ásperas, pero Dios no nos faltará. El secreto es no desviarse del camino, ni a derecha ni a izquierda. Aparecerán atajos tentadores, guías espontáneos que intentarán llevarnos por otros senderos. Pero el camino ya está decidido.

En este camino, la cruz es el punto de referencia. Es un faro en nuestro peregrinar. El que quiera venir en pos de mí, tome su cruz cada día y sígame. Ciertamente debemos estar atentos a seguir el camino verdadero. Por eso Jesús nos dejó a su Iglesia, para guiarnos por el sendero de la voluntad de Dios. Ellos son los verdaderos guías que nos podrán señalar el sendero de salvación. Basta ser sinceros en la entrega y una vez claro el camino, seguir sin desviarse.

Pensemos cuantas cosas pasarían en nuestra vida, en nuestros enfermos si nosotros tuviéramos la fe del Centurión, y viéramos en la hostia a «Yo Soy», al mismo Jesús, para quien todo es posible. Ojalá y, como en el evangelio, después de estas palabras muchos crean en Él.

Homilía para el viernes 5 de Abril de 2019

Jn 7, 1-2. 10.25-30

Hay sentencias en nuestro pueblo llenas de sabiduría, pero a veces parecen también llenas de fatalismo. Si alguien se libró de un fuerte peligro y logró salir con vida, decimos: “Es que aún no le había llegado su hora”; por el contrario, si alguien aparentemente estaba libre del peligro, pero a pesar de todo fallece, afirmamos: “Es que nadie puede pasar de la raya que le tienen señalada”.

Son formas de hablar en las que se entremezcla la libertad y la responsabilidad de la persona y el sentido de la providencia y de la dependencia de Dios que tenemos todos los hombres y los acontecimientos.
Hoy San Juan nos habla de la “hora de Jesús”. Pero no lo habla en el sentido determinista y que no tiene escapatoria. Habla en el sentido de una entrega plena, consciente y libre para ponerse en manos de su Padre y entregarse al sufrimiento por amor a los hombres.
Es curioso la forma en que lo hace San Juan: la hora de Jesús, aun en los peores sufrimientos, aparece como una hora de glorificación y de reconocimiento. Así une la entrega y la glorificación.

La fiesta de los Tabernáculos o de los Campamentos, es una de las más populares que se celebraban en Jerusalén y recordaba el paso del pueblo de Israel por el desierto. Jesús se presenta en la fiesta, aunque ya iniciada la fiesta y con una prudencia lógica frente a las hostilidades de los judíos. Pero Jesús no se calla sino que predica abiertamente escudado en la multitud que lo escucha y lo atiende.
No se arriesga imprudentemente pero tampoco elude sus compromisos. Se muestra abiertamente como el enviado del Padre aunque los judíos afirmen que no saben de dónde viene. Así es Jesús libre y profético. Así nos enseña también no sólo su misión sino también la actitud prudente pero comprometida.

No es el miedo a lo que han de decir, pero tampoco son las bravuconerías o los riesgos innecesarios. Es saber que cada momento y cada instante se debe vivir plenamente en presencia del Padre pero sin hacer los alardes providencialistas que a nada llevan.

Descubramos hoy también nuestro tiempo como la hora y el momento que Dios nos regala para  con esperanza y responsabilidad llenarlo de sentido.