Fil 3, 17- 4, 1
Pablo había presentado el día de ayer su jerarquía de valores no sólo teórica, y cómo una serie de realidades que un día persiguió y tuvo, ahora las considera «basura» ante las realidades que considera supremas y definitivas y que sintetiza en Cristo Jesús.
Por esto puede decir, apoyado también en la confianza del cariño comprensivo de los cristianos de Filipos: «sean todos ustedes imitadores míos».
Pablo contrapone la triste realidad de los que no están siguiendo eso ideales, no sabemos quiénes eran ¿malos cristianos, cristianos judaizantes, los paganos con los que convivía la comunidad? «Enemigos de la cruz de Cristo», «su Dios es su vientre», dice de ellos san Pablo.
Filipos era una colonia romana, sus habitantes miraban a Roma como a su centro y a su ideal. Así, Pablo les recuerda que hay una Patria suprema: «somos ciudadanos del cielo». La realización en nosotros de la Pascua de Cristo es la meta anhelada por la que hay que luchar.
Oigamos como dirigidas a nosotros todas las palabras de Pablo, especialmente las últimas: «manténganse fieles al Señor».
Lc 16, 1-8
Hemos escuchado una parábola muy interesante. No olvidemos que en las parábolas la enseñanza viene sólo al final.
Normalmente los administradores o mayordomos no tenían una paga fija, sino que vivían de lo que se iban «procurando», pero este mayordomo había «malgastado» los bienes del amo.
El amo tuvo que reconocer que el mayordomo había obrado con habilidad, astutamente.
Y ahora viene la enseñanza: los que pertenecen al mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz.
La gente que busca justa o injustamente el arte, la belleza, la fama, el sexo, el dinero, se prepara, trabaja, suda, busca incansablemente, arriesga…
Y nosotros «hijos de la luz», ¿qué hacemos por Cristo, por la comunidad?