Miércoles de la XXIV Semana Ordinaria

1 Cor 12, 31-13,13

La primera lectura de hoy comenzaba diciendo: «Aspiren a los dones de Dios más excelentes».  Pablo nos ha expresado la excelencia suprema de la caridad, del amor que procede de Dios y nos asemeja a El más que la profecía, la inteligencia y la ciencia, más que la fe y la simple beneficencia, más que la entrega; todo éstos sin el amor no serían nada.

Pero también aparecen sus exigencias sintetizadas en la frase: «El amor disculpa sin límites, confía sin límites, espera sin límites»,  y la conclusión: «el amor dura por siempre».  Claro que se trata del amor infinito y eterno de Dios en nosotros, no de otras realidades que nosotros llegamos a llamar «amor» aunque sean anti-amor.

«Ahora vemos como en un espejo y oscuramente»  luego «conoceremos a Dios como El me conoce a mí»

Lc 7, 31-35

Jesús dice cómo hasta los publicanos aceptaron el mensaje de conversión de Juan el Bautista que era el mensajero enviado para prepararle el camino.  En cambio Jesús fue rechazado por los fariseos y los doctores de la ley.

¿Qué reacción hubo ante el mensaje de Cristo?  También lo rechazan.

No aceptaron el mensaje de Juan, el austero predicador del desierto: «Está loco»,  dijeron.

Del humanísimo Jesús, que convive con sus paisanos, que va con los más despreciados, dicen: «es un comilón y un bebedor, que se junta con muy malas compañías».

«Sólo  aquellos que tienen la sabiduría de Dios, son quienes lo reconocen».

Pidamos esta sabiduría y reconozcamos al Señor con todas nuestras obras.