Jueves de la XXIV Semana Ordinaria

1 Cor 15, 1-11

El tema central de la lectura de hoy es la fe en la resurrección de Cristo.

Pablo nos dice que el Evangelio -la Buena Nueva- es, como su nombre lo indica, gozosa, alegre, totalmente actual, aplicable a nosotros hoy.  No es algo que se inventa, sino que se recibe, «les transmití… lo que yo mismo recibí».  No es algo que yo puedo cambiar a mi capricho; es salvación, es vida nueva…

«Cristo murió por nuestros pecados, fue sepultado, resucitó al tercer día», en cumplimiento de todo lo anunciado y esperado.

Aparecen los testimonios apostólicos de la resurrección, Pedro, los doce, luego más de 500 testigos.

Pablo se presenta también como testigo de la resurrección; aquí es donde su apostolado encuentra su fundamento divino.

Lc 7,36-50

Lucas nos cuenta tres veces de las invitaciones que Jesús recibió y aceptó de comer con fariseos.  Nos aparece así un Jesús totalmente abierto a todos y llevando la gracia a todos sin prejuicios.

De nuevo nos aparece el contraste entre una pecadora pública y un fariseo, uno del grupo más religioso y observante.  El fariseo queda horrorizado de ver que Jesús acepta las muestras de arrepentimiento de aquella mujer: «Si este hombre fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que lo está tocando…»

Jesús contrastó las actitudes tan diferentes del fariseo y de la mujer.  El fariseo no cumplió con los actos debidos a un huésped.  La mujer, en cambio, lo unge no sólo con el perfume, sino también con sus lágrimas.

El perdón provoca el amor.  El amor provoca el perdón.

Tratemos de entenderlo y de vivirlo.