Lc 14, 1-6
Una vez más Jesús se muestra inteligente, sagaz; sabe poner en apuro a los fariseos que buscan atraparlo en un descuido. Pero no. Él sabe preguntar y los otros saben callar. La dialéctica hombre-sábado queda manifiesta. Hay que elegir, como tantas veces en la vida: el hombre o las leyes. Lo cómodo son las leyes, como si pareciera que al cumplirlas a rajatabla no te llevase a equivocación alguna. Al elegir al hombre trastoca el sentido de las leyes, máxime si ese hombre es un enfermo y además de hidropesía, de excesivo líquido corporal que produce hinchazón. Jesús, que le había dicho a Nicodemo que era necesario nacer del agua y del espíritu, ahora cura a un enfermo de exceso de agua. Porque Él sabe que los excesos son malos siempre. Sí, sé que estoy jugando con dos términos fundamentales: enfermedad y salud interior.
No sé si Jesús conocía lo escrito en el frontis del templo de Delfos, posiblemente no. Decía: “Conócete a ti mismo”, como la gran máxima griega; lo que no se ha indicado tanto, o más bien casi nuca, es lo que seguía: “Nada en exceso”. Pero ambas frases de conocimiento sí que las sabía en carne propia y de una u otra forma, las predicaba, las enseñaba en su pedagogía cauta y asequible para todos.
Ante aquella disyuntiva, Jesús elige sanar, curar el cuerpo de aquel hombre y dejar sin argumentos a los fariseos leguleyos que no pudieron contestarle nada. La opción es clara: ayudar, liberar, levantar al postrado, desenmascarar la hipocresía farisaica. Es fácil extraer la lección. Seguro que después Jesús entró a comer, dejando desconcertados a los que le esperaban fuera para ver si lo agarraban en algún renuncio.
Pero la cosa no quedó ahí, al entrar y viendo dónde y cómo se sentaba cada uno en la mesa, no perdió la oportunidad de poner de manifiesto el atrevimiento de algunos al ocupar los primeros puestos y aleccionar sobre la actitud que cada uno debemos tomar en nuestro sitio y en nuestra implantación del Reino de Dios: nunca desde arriba, nunca desde los primeros puestos de figureo y alarde, sino desde los últimos puestos de servicio y comprensión para que nadie te mande descender, humillarte y bajarte de tu ego demoledor.
Jesús fue todo un ejemplo de “kénosis”, de abajamiento, de sencillez, convirtiéndose en uno de tantos…
Es la mejor forma de servir, de servicio fraterno, de servir para algo, para Alguien. El resto… montaje estructural.