Mt 6, 53-56
La enfermedad y el sufrimiento han sido siempre uno de los problemas más graves del hombre. En la enfermedad el ser humano experimenta su impotencia y sus límites. La enfermedad puede conducir a la angustia, a replegarnos en nosotros mismos y a veces, incluso, a desesperarnos y a rebelarnos contra Dios. Pero puede hacernos más maduros, enseñarnos lo que es esencial en la vida. Con mucha frecuencia, la enfermedad nos empuja, como en el caso que relata el Evangelio, a la búsqueda de Dios. A un retorno a Él.
La compasión de Jesús hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de toda clase, son un signo de “que Dios ha visitado a su pueblo” y de que el Reino de Dios está muy cerca. Jesús no quiso solamente curar, sino también perdonar los pecados. Vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo. Es el médico que los enfermos necesitan. Su compasión hacia todos los que sufren lo lleva a identificarse con ellos. “Estuve enfermo y me visitaron”, les dice en una ocasión a sus discípulos.
A menudo Jesús pide a los enfermos que crean. Se sirve de signos para curar. Los enfermos tratan de tocarlo porque salía de Él una fuerza que los curaba a todos. Así, en los sacramentos, Cristo continúa tocándonos para sanarnos. Conmovido por los sufrimientos del hombre, Jesús no sólo se deja tocar por los enfermos, sino que hace suyas sus miserias: “Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades”
Jesús no curó a todos los enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida del Reino de Dios. Anunciaban una curación más radical: la victoria sobre el pecado y la muerte por su Pascua. En la Cruz, Cristo tomó sobre sí todo el peso del mal. Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces este nos configura con Él y nos une a su Pasión redentora.
Pidamos a María que siempre que suframos alguna enfermedad del cuerpo o del alma, ella nos ayude a acudir a su Hijo Jesús con las mismas ansías que lo hacían los discípulos del Evangelio. Ellos se sentían necesitados y enfermos y sabían que el Señor podía curarlos.