Ap 3, 1-6. 14-22
En este pasaje la comunidad de Sardes representa a los cristianos que, solo dan la apariencia de ser buenos cristianos. Por su parte la Iglesia de Laodicea representa a los que no han hecho una acción “total” por Cristo y por el Evangelio.
¿Quién puede corregir con más eficacia y con objetividad? Quien mejor lo hace es quien más cercano y más amor nos tiene, nos conoce en lo profundo y puede con mayor acierto proponernos cambios que podamos aceptar.
El texto del Apocalipsis, la primera lectura de hoy, nos encontramos con dos cartas enviadas a las comunidades de Sardes y Laodicea, que son una belleza tanto en su contenido como en la expresiones que utiliza.
Retoma las realidades que experimentan las ciudades, como ejemplo de cualquier comunidad cristiana y desde esa realidad profundiza en la relación que tiene la comunidad con Dios.
Los títulos y nombres que se dan a Jesús nos recuerdan su misión y su cercanía. El que tiene los 7 espíritus y las 7 estrellas, el amén, el testigo fiel y veraz, el origen de todo lo creado por Dios, como si quisiera el profeta que fijáramos nuestra mirada en Jesús, reconociéramos todo su poder y su amor para estar seguros de nuestro propio triunfo. Jesús no puede fallar, está cercano a nosotros, es fiel en su amor, es fundamento de toda la creación.
Las acusaciones contras estas ciudades son fortísimas, pero no se quedan en el pasado, sino que se hacen presentes para nosotros y nuestras iglesias.
¿Quién no se sentirá aludido al escuchar la llamada de atención que hace a Sardes de que se lleva una vida doble, no acorde con la palabra recibida? En apariencia está vivo, pero en realidad estás muerto le dice.
¿Quién puede afirmar que está viviendo a plenitud y con coherencia las exigencias de la Palabra? Y cuando se dirige a la comunidad de Laodicea, es todavía más duro en sus reclamos. La tibieza, el no ser ni frio ni caliente provocan náuseas y rechazo. La dulce mediocridad, la rutina adormecedora a todos nos invade y nos dejan indiferentes antes las manifestaciones del amor de Dios.
La comunidad se ha acomodado a las riquezas materiales y se ha protegido con sus tesoros, pero ninguna vestidura nos cubrirá como la bondad de Dios, ningún colirio nos hará ver mejor que la mirada de Dios y ningún oro nos enriquecerá más que el amor de Dios.
¿Dejo que penetren en mi corazón estas llamadas de atención y me quedo meditando? Yo, ¿corrijo y llamo la atención a todos los que amo? Tenemos que reaccionar y corregirnos. “Mira que estoy tocando a tu puerta”, nos dice el Señor Jesús, amoroso, esperando que abramos nuestra puerta.