Homilía para el 4 de enero de 2019

Jn 1, 35-42 

Esta es la historia de cada apóstol, de cada santo, de cada misionero, de cada cristiano bautizado. Una historia sencilla pero profunda. Es el regalo más extraordinario que una persona puede recibir, porque es Dios quien ha elegido. Una definición corta y fácil de memorizar. La vocación es un don de Dios que exige una respuesta personal.

Dos rasgos básicos nos refieren el evangelio de hoy de San Juan, que destaca la importancia del encuentro de Jesús y sus consecuencias. El primero es el camino para descubrir y amar a Jesús: habitar con Él, dialogar con Él, amanecer donde Él vive. Nadie puede tener amistad con una persona si no gasta y desgasta tiempo y vida en su compañía. Nadie pretenderá conocer a Jesús por libros o predicaciones, si no por hacer silencio para escuchar su Palabra. Es la primera condición de quien desea hacerse discípulo de Jesús.

Los dos discípulos se atreven a abandonar a su maestro Juan el Bautista, lo hacen cuando ven donde vive Jesús y se van con Él. También a nosotros Jesús nos invita a buscar el tiempo oportuno para compartir con Él, también a nosotros nos dice venid a ver, también nosotros podemos descubrir el gran amor que nos tiene Jesús.

El segundo rasgo, aunque está íntimamente unido al primero, tiene una importancia especial: Evangelizar. Frecuentemente hemos entendido que evangelizar es adoctrinar y buscar que los demás cambien sus costumbres y esto nos ha llevado a condenar y a juzgar a los demás que no se adaptan a nuestros criterios.

Lo que hace Andrés, después de haberse quedado con Jesús ese día, es ir a buscar a su hermano Simón y anunciarle lo que ha encontrado: “hemos encontrado al Mesías” y lo dice con toda la alegría, lo hace partícipe de una gran noticia y de la novedad que está viviendo en su corazón. Quizás esto nos ha faltado en la evangelización, porque quienes nos escuchan y comparten con nosotros no perciben que haya algo diferente en el corazón.

La luz de Jesús debería iluminarnos y hacernos conscientes de que el encuentro que hemos tenido nos cambia radicalmente, pero si llevamos nuestro bautismo y nuestro cristianismo como una pesada carga, o como un traje que se pone o se quita de acuerdo a las circunstancias, no podremos ser fuente de evangelización.

A Simón, muy significativamente, Jesús le cambia el nombre y con el nombre toda la misión. No es un nombre que no corresponde a la persona, sino que es un nombre que describe una misión y una tarea.

Que hoy también nosotros podamos encontrarnos con Jesús y transformar no solamente nuestro nombre, sino nuestra vida y que podamos ser luz que ilumine a los demás.

Homilía para el jueves 3 de enero de 2019

1 Jn 2, 29; 3, 1-6; Jn 1, 29-34 

Hay una fábula que dice que los huevos de un águila fueron a dar a un gallinero. Empollados por una gallina nacieron las pequeñas águilas creyéndose polluelos. Caminaron, se alimentaron y trataron de cantar como las propias gallinas. El día que con espanto vieron a un águila volar por las alturas, solamente suspiraron y continuaron su vida como gallinas, olvidándose que estaban llamadas a surcar los espacios. 

Las lecturas de este día quisieran que nosotros cristianos dejáramos de vivir acorralados, con miedo y con vida de gallina. Las lecturas nos recuerdan nuestro origen, nuestro linaje y nuestra misión.

La primera carta de san Juan no se cansa de repetirnos que hemos nacido de Dios, que no solamente nos llamamos hijos de Dios, sino que en verdad lo somos, aunque el mundo no lo reconoce porque tampoco lo ha reconocido a Él. Y san Juan aún nos lleva más lejos al afirmar: “ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado como seremos al fin, cuando Él se manifieste, vamos a ser semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es”

Así san Juan nos lanza a dejar el corral de gallinas, a recordar nuestra dignidad de águilas y abrir nuestras alas con los riegos de la aventura y lanzarnos a surcar los espacios.

Desde las alturas el mundo se ve diferente, desde nuestra dignidad de hijos de Dios, el mundo aparece distinto. Si seguimos pegados al suelo, con la cabeza agachada, con la mirada clavada en tierra, no descubriremos nuestra verdadera identidad y nuestra verdadera dignidad.

En el mismo evangelio san Juan nos presenta a Jesús y su personalidad. La descubre en el bautismo en el río Jordán, cuando desde los cielos abiertos, Juan el Bautista ve posarse al Espíritu sobre Jesús y da testimonio de que Éste es el Hijo de Dios.

Jesús, Hijo de Dios, viene a hacernos partícipes de la misma dignidad. Hoy reconociéndonos hijos de Dios, levantemos nuestra mirada, emprendamos nuevos vuelos y vivamos nuestro día como valentía, dignidad y amor de acuerdo a nuestro linaje.

Recuerda: eres valioso, eres hijo de Dios. Vive siempre, en todo momento, en toda circunstancia como hijo de Dios.

LOS SANTOS INOCENTES

Hace tres días celebrábamos, llenos de alegría y de esperanza, el nacimiento de Jesús, su Navidad. Ya hoy nos encontramos ante el rechazo de su persona por las autoridades de su pueblo, representadas en el rey Herodes y en los escribas de Jerusalén consultados para dar con el paradero del niño. Hoy es el día de los santos inocentes.

Me desagrada el rumbo que toma está celebración, las bromas que se hacen, las mentiras que buscan engañar, las falsas noticias que se dan y la presentación de la persona buena como si fuera tonto, todo esto está muy lejano de la celebración de los Santos Inocentes.

Quizás este día deberíamos de dar nombre y rostro a todas esas víctimas de la violencia y del poder que quedan en el anonimato.

A veces se ha querido ver en este relato, que nos presenta san Mateo, solamente una narración alejada de la realidad y sin fundamentos históricos, pero la intención de Mateo es más teológica que histórica y encierra una profunda verdad: el poder y la ambición ciega el corazón del hombre y se convierte en asesino de personas inocentes. Herodes personifica y con mucho realismo toda esa maldad. Él mandó matar a sus propios hermanos y parientes que podrían ser una amenaza para su trono. Podían ser amenaza pero nada real ni comprobado.

Jesús, anunciado rey de los judíos y de toda la humanidad, también representa una amenaza para todos los poderes y ambiciones de los poderosos. Y los inocentes y pequeños que es muy diferente a descuidados o irresponsables son las víctimas colaterales de todas las ambiciones y guerras que se desatan por el poder.

Este día, junto a estos niños que sin saberlo, pero a causa del nombre de Jesús, mueren inocentemente, podemos colocar todas esas muertes de pequeños y pobres que a diario mueren víctimas de las ambiciones y las guerras. Junto a estos Inocentes están los miles de abortos provocados por las injusticias, ambiciones y placeres.

Inocentes son las familias que desfallecen de hambre por el acaparamiento y políticas comerciales de los poderosos.

Sangre inocente y anónima derramada a manos de los grupos y mafias o por la ineptitud de los gobiernos, esta sangre clama al cielo y es escuchada por el Señor.

Inocentes los miles que se destruyen a sí mismos engañados por las falsas promesas del placer, de poder o de superación del dolor.

Inocentes las mujeres engañadas y violentadas y después abandonadas o vendidas.

¡Cuántos inocentes mueren hoy sin saberlo! Igual que aquellos inocentes, unidos al nacimiento de Cristo y a la vida del Señor.

Hoy tenemos que pedir perdón por tanta sangre derramada, por tanta indiferencia ante la muerte, por tantas víctimas inocentes, perdón Señor.

SAN JUAN, APÓSTOL Y EVANGELISTA.

1 Jn 1, 1-4; Jn 20, 2-8

Aún tenemos muy viva, muy presente la imagen de Jesús recién nacido. Lo hemos contemplado como Luz en medio de la oscuridad, como presencia del Emmanuel, que viene a caminar con nosotros, como fuerza salvadora para un pueblo necesitado de justicia.

La fiesta de san Juan nos permite acercarnos más a este niño recién nacido y descubrir nuevos y muy importantes rasgos del que ha puesto su tienda en medio de nosotros.

Juan nos insiste tanto en su carta como en el Evangelio que este niño es la Vida, la Luz y que nos trae la alegría. Su testimonio se basa en lo que ha visto y oído. Sus palabras son una invitación a acercarnos y a palpar también nosotros el amor del recién nacido. Esta Vida se ha hecho visible y nosotros la hemos visto y somos testigos de ella. “Os anunciamos esta Vida que es eterna y estaba con el Padre y se nos ha manifestado” Son las palabras que nos ofrece en su primera carta.

Navidad nos da la oportunidad de participar de esta vida de Dios. El pequeño niño viene a ofrecernos la vida verdadera.

Juan se presenta a sí mismo como el amigo de Jesús y quien compartió toda su vida, sus enseñanzas, su milagro, sin embargo, a pesar de ser una vida y una enseñanza maravillosa, nunca estaría completo este conocimiento, si no se experimenta la resurrección del amigo.

En el evangelio de este día, san Juan nos cuenta el gran paso al contemplar a Cristo resucitado, pues entonces “vio y creyó porque hasta entonces no habían entendido las escrituras según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos” Así nos invita hoy a contemplar a Jesús como la verdadera Vida y enlaza su resurrección con el nacimiento. Pero Juan es muy claro en sus cartas pues no se queda en simple contemplación, sino que exige que esta experiencia de Jesús-Vida, se concrete en un amor eficiente y concreto hacia los hermanos. Si no seremos mentirosos y no podrán creer que amamos a Jesús.

Así Navidad se transforma en una vida que se experimenta, se goza y se transmite.

SAN ESTEBAN, PROTOMARTIR

Toda esta semana, aunque parecería como fiestas distintas, encontramos testigos que vienen a descubrir el verdadero rostro de Jesús. Iniciamos hoy con san Esteban, que viene a enseñarnos cómo se vive plenamente esa presencia de Jesús en nuestro corazón.

Jesús dice, entre otras cosas: «Vosotros seréis odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará».

Estas palabras del Señor no turban la celebración de la Navidad, sino que la despojan del falso revestimiento empalagoso que no le pertenece. Nos hacen comprender que en las pruebas aceptadas a causa de la fe, la violencia es derrotada por el amor, la muerte por la vida.

Para acoger verdaderamente a Jesús en nuestra existencia y prolongar la alegría de la Nochebuena, el camino es justo el que indica este Evangelio.

Es decir, testimoniar a Jesús en la humildad, en el servicio silencioso, sin miedo a ir contracorriente y pagar en persona.

Y, si no todos están llamados, como san Esteban, a derramar su propia sangre, a todo cristiano se le pide sin embargo que sea coherente, en cada circunstancia, con la fe que profesa.

Es la coherencia cristiana, es una gracia que debemos pedir al Señor: ser coherentes, vivir como cristianos. Y no decir soy cristiano y vivir como pagano. La coherencia es una gracia que hay que pedir hoy.

Seguir el Evangelio es ciertamente un camino exigente – pero ¡bello, bellísimo! – el que lo recorre con fidelidad y valentía recibe el don prometido por el Señor a los hombres y a las mujeres de buena voluntad. Como cantan los ángeles el día de Navidad: ¡paz, paz!

Esta paz donada por Dios es capaz de apaciguar la conciencia de todos los que, a través de las pruebas de la vida, saben acoger la Palabra de Dios y se comprometen en observarla con perseverancia hasta el final.

Hoy, oremos, en particular, por cuantos son discriminados, perseguidos y asesinados por su testimonio de Cristo. Si llevan esta cruz con amor, han entrado en el misterio de la Navidad, han entrado en el corazón de Cristo y de la Iglesia.

Recemos también para que, gracias al sacrificio de estos mártires de hoy – son tantos, tantísimos – se fortalezca en todo el mundo el compromiso para reconocer y asegurar concretamente la libertad religiosa, que es un derecho inalienable de toda persona humana.

Que san Esteban, diácono y protomártir, nos sostenga en nuestro camino cotidiano, que esperamos coronar, al final, en la fiesta alegre de la asamblea de los santos en el Paraíso.

Homilía para el 21 de Diciembre de 2018

Lc 1, 39-45 

María, embarazada de la Palabra, embarazada del Amor, no puede permanecer inmóvil, su silencio se ha hecho fecundo y tiene que transmitir su alegría. Nadie mejor para recibir su mensaje que su prima, tanto tiempo despreciada, tanto tiempo avergonzada de su esterilidad.

El encuentro de las dos mujeres se vuelve en canto de Acción de Gracias y alabanzas al Dios que se ha manifestado en las pequeñeces y en las esterilidades.

No es el orgullo ni la falsa modestia, no es la exigencia de la visita que busca atenciones y servicios, es la profunda alegría de dos mujeres que han visto florecer su seno por la gracia de la misericordia de Dios y que ofrecen lo mejor que ellas poseen para la alegría del otro.

Es al mismo tiempo el encuentro de último profeta del Antiguo Testamento con el profeta de las promesas tantas veces anunciadas. Encuentro de dos testigos: el uno de la luz que viene dominar las tinieblas, el otro el testigo de la verdad. Encuentro también lleno de alegría porque la luz y la verdad siempre aportan la verdadera alegría.

María, retomando el simbolismo del Arca que portaba la presencia de Dios, lleva en su seno al que es la alegría del mundo; Isabel lleva en su seno al nuevo David que danza y canta, mostrando a todos los pueblos al Mesías que llega.

Dos madres que quedan escondidas ante la mirada del mundo y cuyos senos florecen con el más grande acontecimiento. Así actúa Dios en el silencio, en la generosidad y en la alegría.

Nos acercamos ya a los días de Navidad, ojalá también nosotros llevemos en nuestro interior la presencia del Mesías; ojalá nuestro compartir esté lleno de generosidad y de verdadera alegría; ojalá también bailemos de felicidad, pero mostrando al que es la Luz y al Cordero que puede dar la verdadera libertad.

Contemplemos en este día a estas dos mujeres, compartamos su alegría y pensemos nosotros a quién y cómo estamos llevando felicidad, cómo compartimos nuestros bienes y cuáles son nuestras alegrías.

De la fe de María, de la fe de Isabel, porque han creído en la Palabra, han nacido estos dos grandes testigos de la verdad y de la luz.

Que de nuestra fe broten también la verdad, la luz y la justicia.

Homilía para el 20 de Diciembre de 2018

Lc 1, 26-38 

María es figura principal y signo en el Adviento. Ella, igual que preparo su vientre y el pesebre para recibir a Jesús, nos prepara a cada uno de nosotros. Hoy, podemos acercarnos a María para que junto con ella sensibilizarnos a recibir al Mesías.

¿Quién es María? Nosotros estamos acostumbrados a contemplarla, pero muchas veces la imaginamos como nos han acostumbrado a verla: con grandes ropajes, con grandes coronas, con tronos, como una princesa de cuentos y castillos. La realidad de María debía de ser muy distinta, hasta el punto de que muchos dicen que sería una mujer marginada de acuerdo a las tradiciones judías, hasta por 4 motivos: por ser pobre, por ser mujer, por ser joven y por ser Galilea.

Pero es ella a la que con su fe, ahora hace actual la profecía de Isaías y es ella la que recibe el anuncio del ángel. Dios rompe todos los esquemas humanos y sigue sus propios caminos. Nos enseña que la salvación llega por medios sencillos y humildes.

Pero aún a esta muchachita insignificante del pueblo de Nazaret se le pregunta si acepta ser la madre del Salvador. Dios es el único que respeta la libertad y los derechos aún de los más pequeños y olvidados.

Se sorprende María, pero se atreve a preguntar cómo será posible ser madre permaneciendo virgen. Su diálogo tiene respuestas y explicaciones e imaginando todos los riesgos se atreve a dar un sí lleno de fe que hace realidad el proyecto de Dios y que introduce a Jesús en la historia. Un si pleno y comprometido, un sí desde su pequeñez y sencillez.

Hoy contemplemos a María, junto a ella, miremos cómo se desarrolla la historia de nuestro tiempo, con María dialoguemos sobre la necesidad de Cristo entre nosotros y con ella hablemos si somos capaces también nosotros de dar un sí comprometido, sin condiciones, un sí que haga presente a Jesús en nuestro tiempo, un sí capaz de romper todos los esquemas y todas las adversidades.

Homilía para el 19 de diciembre de 2018

 

Lc 1, 5-25 

“No temas Zacarías, no tengas miedo”. Por más que el ángel se esfuerza por tranquilizarle no lo logra. Y la historia que le cuenta sobre su futuro hijo aún le pone más nervioso y acaba reaccionando como quien no se la cree del todo. A Zacarías Dios le ha “tomado” desprevenido. Hasta cierto punto es un contrasentido que esto le ocurra a un sacerdote en el momento en que se dispone a ofrecer el sacrificio en el Templo. Y entonces, el mensaje de Dios en vez de alegría provoca desconfianza. 

Los mensajes de Dios son motivo de paz y serenidad. Es verdad que en determinados casos, puede costar aceptar su voluntad, pero siempre al fin se dará la paz. Por eso, cuando hay temores y desconfianza, nos cerramos a la voz de Dios y la paz se “termina”. Entonces entra en juego el “yo” que nos exige su contrapartida, o sea, pasar por el rasero de la inteligencia lo que Dios quiere o dispone. Nos cuesta ser humildes y entender que el designio de Dios no obedece a nuestra lógica. Porque ¿en qué lógica humana cabe este anuncio del nacimiento de Juan, sino es desde Dios? Para Él no hay nada, absolutamente nada imposible. 

Zacarías estaba en la Casa de Dios, en el lugar más sagrado del Templo, donde la intimidad con Él debía ser mayor, y sin embargo, quizás su corazón no estaba preparado en aquel momento. A nosotros Jesús nos ha invitado a orar en nuestra habitación, a cerrar la puerta de nuestro espíritu para estar con Él. No tengamos miedo de “abrir de par en par las puertas a Cristo” como repetía tantas veces el Papa San Juan Pablo II. No importa donde estemos o qué hagamos. Lo que sí importa es la actitud de nuestro corazón: abierta, confiada y dispuesta a recibir con gratitud las inspiraciones de Dios. Y, eso sí, invitando al egoísmo a hacerse a un lado para que Dios no nos “agarre” desprevenidos y podamos acogerle con la misma sencillez de María.

Homilía para el 18 de diciembre de 2018

Mt 1, 18-24 

Hemos reflexionado en esto días con frecuencia en dos personajes que nos ayudan a preparar la Navidad: María y Juan el Bautista. Hoy vuelve a aparecer María como la madre de Jesús, envuelta en todo el dramatismo de un embarazo con todas las dificultades humanas.

Pero aparece también otro personaje que nos ayuda a preparar el nacimiento de Jesús de un modo muy especial: José. Ya sabemos que los evangelios de la infancia no son precisamente una historia, sino que están basados sobre todo en propósitos teológicos para ayudarnos a comprender mejor a Jesús. Pues aquí aparece José, un hombre que según la genealogía que escuchábamos ayer une a Jesús con toda la tradición y las promesas del pueblo de Israel.

San José, sin duda, no era alguien importante en la sociedad de su tiempo. Sí es verdad, era descendiente del Rey David pero en aquel entonces ser descendiente del rey David no significaba absolutamente nada. Pero José sí era una lámpara en su casa. Y por eso Dios lo eligió para ser el padre putativo de su Hijo y el esposo de la Santísima Virgen. No todos podemos ser estrellas de nuestro mundo pero sí podemos ser lámparas de nuestra casa, de nuestros hogares.

José es sacudido por los acontecimientos y hace resaltar su figura forjada en la fe y en la humildad. Pocas explicaciones y sueños misteriosos, grandes compromisos al aceptar ser padre de Jesús. Y sin embargo, si en un principio aparece justo abandonado a María, después en silencio respetuoso, en responsabilidad sostenida, en obediencia humilde, cumple la misión maravillosa y difícil que se le ha encomendado.

Fe, justicia y silencio para escuchar al Señor, discernimiento para descubrir el mensaje, son cualidades que a primera vista nos ofrece José. Acerquémonos a él y preguntemos cómo puede nuestro mundo ser justo cuando vivimos en medio de tanta corrupción y tanta injusticia.

Aprendamos cómo José confía toda su vida y toda su historia a Dios. Solamente quien está dispuesto a una apertura total y obediente a los designios de Dios es capaz de superar las más grandes dificultades. Escuchando la Palabra de Dios uno se siente seguro y afronta los más difíciles problemas.

Que san José nos ayude en este tiempo tan especial a descubrir la Palabra de Dios que nos impulsa a discernir la realidad y a tomar las decisiones correctas que nos acercan al Salvador.

Junto con José, preparemos entusiasmados el nacimiento de Jesús.

Homilía para el 14 de diciembre de 2018

Is 48, 17-19; Mt 11, 16-19

Adviento es el tiempo de la Palabra, tan frágil que se la lleva el viento, tan poderosa la palabra que da vida. La Palabra con mayúsculas nos viene a revelar al Padre, viene a hacerse carne, viene a hacerse humanidad. Es la Palabra que da vida, es la Palabra que salva, es la Palabra que libera.

Pero la Palabra para sembrarse en el corazón debe ser escuchada. El hombre muchas veces se vuelve sordo a la Palabra, se llena de ruidos y egoísmos, se tapa sus orejas con sus grandezas y ansiedades. Adviento es el tiempo de la Palabra.

A nosotros que vivimos en un mundo de rebeldías y de deseos de libertad, bien nos vendría hacer una seria reflexión sobre el motivo de nuestros continuos fracasos. «Si hubieras obedecido mis mandatos, sería tu paz como un río y tu justicia como las olas del mar», reclama el Señor a Israel, en la lectura de Isaías. Y es que cada vez que Israel, desoyendo las palabras del Señor, se encamina por sus propios senderos, ha encontrado fracasos y miserias. No ha aceptado escuchar las instrucciones del Señor.

Israel ansiaba libertad y se ha topado con las esclavitudes. No ha aceptado la guía del Señor y se ha perdido por caminos torcidos y traicioneros. “Ojalá hubieras escuchado mis palabras”. Un hipotético, pero negativo “hubieras” que hace presagiar las peores consecuencias. Pero no todo está perdido, es tiempo de escuchar la Palabra, es tiempo de aceptar su guía, es tiempo de vivir sus mandamientos.

El salmo primero, que hemos proclamado, hace la alabanza del que escucha y confía, del que no se deja guiar por mundanos criterios y no anda en malos pasos.

Jesús es presentado a los hombres de su tiempo como la Palabra, el Mensaje, pero no es aceptado porque se sale de los esquemas habituales y aparece cercano, comiendo y dialogando con los pecadores. Excusas sin sentido, porque tampoco han escuchado las auténticas palabras de Juan el Bautista que vivía en pobreza, que practicaba el ayuno y que exigía escuchar la Palabra.

Lo grave es cerrar el corazón y el oído a la Palabra.

Tiempo de Adviento, tiempo de silencio, tiempo escucha, tiempo de la Palabra.