Miércoles de la II Semana Ordinaria

Heb 7, 1-3. 15-17

Jesucristo, en esta figura del AT nos ilustra nuestro ser sacerdotal, el cual no nos viene por pertenecer a una orden (o a una tribu como en este caso) sino por la gracia conferida en el bautismo.

En este texto nos muestra cómo, en fuerza a su bautismo, una de las acciones sacerdotales del cristiano consiste, en establecer la paz. Por ello nuestra acción sacerdotal, a diferencia de las acciones sacerdotales del Sacerdote «ministerial», es ser constructores de la paz, principalmente en nuestras familias y comunidades.

Decimos que es una acción sacerdotal, porque para poderla construir es necesario sacrificar algo. El sacrificio que se necesita para llegar a establecer una paz verdadera y duradera es el sacrificio de nuestro egoísmo, de nuestro «yo».

Es necesario morir a nosotros mismos y a nuestros gustos y placeres, para que nuestra acción sacerdotal sea eficaz y traiga paz y alegría a nuestro mundo. Ejerce tu sacerdocio bautismal y conviértete en un auténtico constructor de la paz.

Mc 3, 1-6

Cristo no ha venido para abolir la antigua ley, sino a darle plenitud. Este pasaje lo deja en evidencia. Los fariseos se molestan porque Cristo hace algo prohibido por la ley. Y Cristo pone de relieve que lo más importante es hacer el bien; en este caso, salvar una vida.

El sábado en que Jesús curó al hombre que tenía parálisis en un brazo, el Maestro entró en la sinagoga lleno de Dios y salió de ella lleno de Dios. El agraciado con el milagro entró en la sinagoga lleno de enfermedad y salió lleno de alegría. Y los fariseos entraron en la sinagoga llenos de pecado y salieron, también, llenos de pecado, dispuestos a acabar con la vida del Hijo de Dios. Ya se ve que las paredes de la sinagoga no santifican a nadie por mero contacto.

Con nuestros templos sucede lo mismo. El mero hecho de entrar en ellos y permanecer allí, de cuerpo presente, no nos hace mejores ni peores. Y, hoy como entonces, algunos entran en la iglesia llenos de Dios y salen de ella llenos de Dios; otros entran enfermos y, al ser alcanzados por la gracia, salen sanos; y otros hay, desde luego, que entran empecatados y salen empecatados.

El Evangelio comenta que Cristo estaba entristecido por la dureza del corazón de los fariseos. Podemos concluir que conocemos la mejor manera de agradar a Dios y de provocarle la más gozosa alegría: cumplir la ley con amor. No se contraponen. No se trata de elegir una de las dos: o cumplo o amo. Mejor cumplir y amar.

Miércoles de la II Semana Ordinaria

1 Sam 17, 32-33. 37. 40-51

Samuel, guiado por Dios, había ido a buscar a su elegido y lo había encontrado en el hijo menor de la familia, en David.  David fue ungido por Samuel y nos dice el libro: «El Espíritu de Dios se apoderó de David desde aquel día».

David había sido llamado a la casa de Saúl para ayudarlo, con su música, en sus depresiones.  Saúl le tomó cariño y lo hizo su escudero.

En otra de las múltiples batallas contra los filisteos surgió Goliat, de estatura prodigiosa, como campeón de su gente.

El centro del relato está en la frase: «Tú vienes hacia mí con espada, lanza y jabalina.  Pero yo voy contra ti en el nombre del Señor».

La escena de la debilidad contra la fuerza, de lo pequeño contra lo grande, es muy dramática.  Muy amada por la tradición cristiana por su sentido pascual.

Lo dice el Señor: «no tengan miedo, yo he vencido al mundo, y el príncipe de las tinieblas no puede nada contra mí» (Jn 16, 11-33).  Esta es una lección.

Mc 3, 1-6

Hoy, en el evangelio, hemos continuado el tema sabático; ayer los discípulos «infringieron» la ley  ejerciendo el oficio de segadores.  Hoy, es Jesús mismo el que lo hace, ejerciendo el de médico.

Aparece de inmediato la actitud de cerrazón de los enemigos del Señor: el milagro que podían ver ya no era para ellos razón de signo, sino motivo de acusación.  Lo sobrenatural del hecho no les importaba, veían sólo la posible contravención de una ley, motivo de acusación.

Los judíos admitían que en sábado se podía salvar una vida en peligro, Jesús afirma que se puede hacer una obra buena.

La reacción indignada de Jesús, nos lo dijo el Evangelio, está también llena de tristeza «por la dureza de sus corazones».

Preferir nuestras cerrazones, nuestras actitudes legalistas al sentido de caridad; preferir la letra sobre el espíritu, sigue causando la indignación de Jesús.

Miércoles de la II Semana Ordinaria

Mc 3, 1-6

¿Qué está permitido en sábado? ¿Hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?

Todo lo complejo que tiene la lectura primera, se convierte en este texto en claridad. La pregunta de Jesús no puede tener otra respuesta que: hacer el bien, salvar la vida humana.

Responde a una reiterada cuestión: ¿lo importante es la fidelidad estricta a una ley, o el hacer de la vida de cada uno instrumento de salvación, de ayuda al otro? El sábado es para la persona, no la persona es para el sábado, dice Jesús en otra ocasión. Y el sábado era una institución magnífica, que supuso un adelanto humanitario respecto a lo que hacían otros pueblos. El derecho al descanso; el deber de dedicar un día a la semana de modo especial a contar con Dios. Pero, por encima de todo, lo realmente humanitario es el compromiso de Dios con el ser humano, con su salvación, con su vida, que queda transferida a cada ser humano. Es la razón de ser del mismo Jesús. Y de la de cada uno de nosotros. No se puede someter a ninguna otra ley.