Jn 8, 31-42
Jesús, con sus palabras y con sus hechos, propone un camino de libertad. Es un camino que nace en su persona y ayuda a conocer la verdad que es la que puede convertirnos en personas libres.
En nuestro mundo abundan las ofertas de libertad. Desde las más ramplonas, por ser puramente materialistas, hasta las que, so capa de liberar, hacen más esclavos a los hombres. No faltan, tampoco, invitaciones sanas que buscan apoyar el camino hacia la libertad verdadera. Esa que abarca a toda la persona.
Y es que, en el fondo, en toda persona subyace un deseo profundo de vernos liberados de tanta esclavitud que percibimos en nosotros mismos. El evangelio es una llamada a huir de todo lo que ata y crea dependencias malsanas que nos impiden vivir el amor. Esclavitudes tenemos muchas. La Cuaresma podemos entenderla como momento para descubrir todo aquello que nos ata y nos impide caminar hacia la libertad de Jesús. Él es el hombre absolutamente libre. Y es libre porque nada le impide cumplir la voluntad de Dios. Por eso es nuestro modelo.
Hay que identificar nuestras esclavitudes y sacudirnos el polvo que crean en nuestra vida. Seguramente que, a todos, la fe en Jesús nos ha hecho más libres. Pero un buen ejercicio consistiría preguntarnos sobre la calidad de nuestra libertad. Porque la libertad es un proceso que, en el fondo, nos habla de nuestra madurez humana y cristiana. Nunca seremos absolutamente libres, pero mantener el deseo de luchar por sentirnos y ser cada vez más libre, es un buen indicativo de por dónde anda nuestra condición de cristianos.
Ante tanta oferta confusa que llega hasta nosotros, Jesús invita a mantenernos en él, a guardar su palabra, porque ahí nos convertimos en sus discípulos. Discípulos para aprender de su palabra, sí, pero para entrar en un estilo de vida caracterizado por reflejar conductas propias de quien tiene a Jesús como principio y norma en su actuar.
“Si el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres”. Es la oferta de Jesús. Por eso, para seguir el camino de la libertad, su palabra no puede dejarnos indiferentes. No se puede escuchar y conformarnos solo con oírla. Pide y exige que la llevemos a la práctica.
Para todo cristiano permanecer en Jesús debe convertirse en un objetivo imprescindible. Y no se permanece por puro voluntarismo. Precisa la coherencia de una vida que nace en Él y busca seguirle con autenticidad.
Él ofrece su ayuda. Aceptémosla y asumamos los compromisos que de ella dimanan. No olvidemos que somos portadores de un mensaje de libertad.
Solo quien es libre puede ofrecer libertad.