Sábado después de Ceniza

Is 58, 9-14

Al comentar la lectura profética de ayer, que en el libro de Isaías precede inmediatamente a la de hoy, meditábamos que las dos líneas indispensables para formar una cruz, la vertical y la horizontal, nos expresan las dos líneas básicas de la vida cristiana.  Son las que le dan un volumen, un cuerpo: lo vertical y lo horizontal, el amor a Dios y al prójimo.

La lectura de ayer expresaba, como la de hoy, las dos líneas.

El profeta está hablando a los que han regresado del destierro y están reconstruyendo Jerusalén; por eso hace alusión a las ruinas, a las brechas y a lo derruido; pero son imágenes universales del daño y la destrucción que ocasiona nuestro orgullo y egoísmo.

La guarda del sábado -el día de Dios-, el cumplimiento amoroso de sus prescripciones, los pone el profeta como condición para llegar al sábado eterno en el que el Señor será nuestra delicia.

Lc 5, 27-32

Jesús había llamado ya a los primeros discípulos, prácticamente todos pescadores, para hacerlos «pescadores de hombres».  Hoy lo vemos acercándose a un publicano, también para llamarlo a que sea su testigo y para que un día escriba, no ya las cuentas de los impuestos, sino el testimonio de su Evangelio.

¿Habrá que recordar de nuevo el gran título de «pecadores» que llevaban los publicanos en la frente?  Traidores a Dios, a su religión y a su patria.  De allí las críticas de los fariseos y de los escribas.

Lucas, como médico, con un especial acento, nos transmite la respuesta de Jesús: «No son los sanos los que necesitan al médico, sino los enfermos».

¿Cuál es nuestra actitud ante Dios cuando miramos nuestros pecados y debilidades?  ¿De confianza absoluta en su poder salvífico, en su amor?  Y, ¿cuál es nuestra actitud cuando miramos las fallas del prójimo, especialmente las que nos afectan?  ¿Se parece nuestra actitud a la de Cristo, el Médico, el Salvador?

Viernes después de Ceniza

Is 58, 1-9             

En nuestro caminar de conversión, la Iglesia no va iluminando con trozos escogidos de la Sagrada Escritura.

Son como «flashazos» que van iluminando uno u otro aspecto de nuestra vida cotidiana.  Son como toques de pincel que poco a poco van detallando en nosotros el rostro de Cristo.

Ayuno, penitencia y oración no tienen ningún valor ni significado si no están vivificados por la caridad y si no están acompañados por lo que son los cimientos del edificio de la caridad: las obras de justicia.

La Cuaresma tiene una dirección básica hacia Dios, pero ésta no puede existir sin la dirección hacia el prójimo; son las dos líneas indispensables de la Cruz, el signo de Cristo.

Mt 9, 14-15

Nos podemos imaginar a los discípulos de Juan, el profeta austero del desierto, acostumbrados a los rigores de su maestro que comía chapulines y miel silvestre, maravillados, casi diríamos escandalizados, ante Jesús y sus discípulos que «comían y bebían», iban a reuniones, etc.

Jesús da una respuesta profunda en la línea con la idea nupcial como signo de las relaciones de Dios con la humanidad.  El ayuno es un signo no sólo de austeridad, disciplina, de solidaridad y caridad, sino también de apertura y espera.  Cuando el esposo les sea quitado, ayunarán.

Cristo está presente en nuestra etapa terrena de la historia de la salvación: «Yo estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos», y al mismo tiempo está ausente: esperamos, construimos, vamos hacia su retorno glorioso.  Nuestros ayunos, abstinencias, nuestras prácticas cuaresmales todas, tienen también esa finalidad.  Son el grito de la esposa: «Ven, Señor Jesús».

Jueves después de Ceniza

Deut 30, 15-20              

Hemos escuchado el final del gran discurso atribuido a Moisés, en el que el jefe del pueblo de Dios exhorta a la comunidad a una toma de decisión por Dios.  Se nos presentan dos caminos, dos opciones: el bien o el mal, la vida o la muerte, a favor o en contra de Dios.

«Conversión» es la palabra clave de la Cuaresma.  La palabra conversión es un cambio radical de vida, girar en 180 grados, porque nos hemos dado cuenta de que vamos en «sentido contrario».

Pero «conversión» también es ir moviendo, con ligeros golpes, el volante para mantenernos en la dirección correcta…

Convertirse es la acción normal «permanente» de todo cristiano, de toda comunidad eclesial.

Dejemos que la invitación que hemos escuchado penetre a nuestro corazón y démosle una repuesta positiva.

Lc 9, 22-25

Vemos la cruz en lugares muy importantes de la casa, en la Iglesia, en la cima de un monte; la usamos como adorno… Esto  hace que nos demos cuenta muy poco de que la cruz es primeramente un instrumento de tortura y de muerte.  Y sin embargo, nosotros vemos en ella, ante todo, la expresión del amor infinito de Dios en Cristo.  Es la calificación suprema del amor infinito de Dios en Cristo.  Es la calificación suprema de su amor que se entrega: «se entregó hasta la muerte y muerte de cruz…» La vemos también como el camino único a la vida verdadera, a la gloria: «por eso Dios le dio un nombre sobre todo nombre».

Este es el camino que tomamos hoy, al iniciar nuestro itinerario a la Pascua.

Si el «no se busque a sí mismo», el «tome su cruz» nos atemorizan, fijémonos en que Jesús nos traza el camino que Él ya experimentó y nos apunta la meta de gloria en la que Él ya está.

Con ese espíritu, vivamos esta Eucaristía.

Miércoles de Ceniza

Empezamos hoy el tiempo de Cuaresma.   Cuarenta días de camino hacia la Pascua de Cristo, nuestra Pascua.  Este tiempo debe ser para todos los cristianos un tiempo de gracia, un tiempo de conversión.

En la primera lectura escuchábamos las palabras del profeta Joel, que hablaba al pueblo en los momentos en que el pueblo padecía una plaga de saltamontes que estaba acabando con las cosechas. 

El profeta no sólo veía la plaga como un castigo por el pecado, sino también como una advertencia de que Dios vendría algún día a pronunciar su juicio.  El profeta invitaba al pueblo al arrepentimiento.

Siglos más tarde, san Pablo escribía a los cristianos de Corinto y proclamaba el mismo mensaje sobre la necesidad del arrepentimiento.  Pero en el mensaje de san Pablo se advertía una nota de urgencia: “En el tiempo favorable te escuché,
en el día de la salvación te ayudé. Pues mirad: ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación”.

En el Evangelio de san Mateo, Jesús nos ofrece tres herramientas para vivir esta Cuaresma: oración, ayuno y limosna.

La oración ha de ocupar un lugar importante en el tiempo de Cuaresma.  Una oración permanente y fiel en el momento del día que hayamos decidido elegir.  Una oración que refuerce nuestra unión con Jesús.  Una oración que sea un diálogo amoroso con el Señor.  Una oración que exprese cuánto amamos a Dios y sintamos su amor por nosotros. 

¿Cómo y cuándo rezaremos a Dios estos 40 días?

Ayuno.  En un mundo, como el nuestro, enloquecido por el consumo, la diversión, el pasarlo bien, se nos va endureciendo el corazón y no nos damos cuenta de la pobreza creciente y de tanto sufrimiento como existe en nuestro mundo.  Por eso, necesitamos ayunar.  No porque nos guste el ayuno por el ayuno, sino porque el ayuno nos hace capaces de abrir los ojos y nos hace más libres para seguir a Jesús.  Hay que ayunar no sólo de comida, sino de todo aquello que nos impide amar a Dios y al prójimo.

¿Qué ayuno hará cada uno durante esta Cuaresma para ampliar su capacidad de amar?

La limosna, ha de ser también signo de nuestra sincera conversión cuaresmal. Dar y compartir nuestro dinero, las cosas, el tiempo, nuestras capacidades y cualidades, nuestra persona entera. Tener demasiado hace daño. Nos hace incapaces de andar ligero, nos esclaviza, nos distancia de los demás, nos oprime el corazón.

¿Qué daré a los demás en esta Cuaresma? ¿Más tiempo a mi familia, mayor delicadeza a mi trato con los demás? ¿Vaciar algo mi bolsillo para llenar el de aquellos que lo tienen vacío? ¿Qué haré para ser más solidario con el mundo pobre y marginado? Aquello que ahorre con mi ayuno y privaciones cuaresmales, ¿por qué no lo entrego a los pobres y necesitados?

En un momento más se nos impondrá la ceniza.  El gesto penitencial de la imposición de la ceniza ha de ser expresión ante Dios y la comunidad aquí reunida de nuestro firme compromiso de ser fieles al Señor. Han de ser, también, reconocimiento de nuestra debilidad, de nuestra condición pecadora, de nuestras ganas de renovar la vida y la necesidad que todos tenemos de estar en comunión con Jesús.

La imposición de la ceniza quiere recordarnos la brevedad de la vida, nuestra propia fragilidad e inconsistencia.

La Iglesia nos invita este miércoles de Ceniza al arrepentimiento.  La invitación es para todos,  sin excepción, porque la ceniza nos recuerda nuestra debilidad humana.  Todo es ceniza, nada tiene valor, cuando no lo situamos en una adecuada jerarquía frente a Dios.

Martes de la VI Semana Ordinaria

Sant 1, 12-18

La enseñanza de la carta de Santiago que hoy hemos escuchado, es muy importante.  ¿Quién no ha estado o quién no está sometido a pruebas, a tentaciones, a dudas, a sufrimiento?

La síntesis del tema de hoy sería: «Dichoso el hombre que sufre la tentación porque después de superarla, recibirá… la corona de la vida».

Cuando estamos sufriendo la prueba, conscientes o inconscientemente, en forma expresa o sin palabras, se nos suscitan una serie de preguntas: «Si Dios es bueno, ¿por qué  me manda esto que es malo?», «¿por qué me somete Dios a esta prueba?», «¿por qué Dios permite que tenga este tipo de tentaciones, especialmente penoso?»  Dios es amor, decía San Juan, Dios es bondad absoluta; nos dice hoy Santiago: «Todo beneficio y todo don perfecto vienen de lo alto».

La prueba, como se ha dicho, «forma parte del designio de Dios, como fase pasajera y misteriosamente útil…»   Todo es para mayor bien, para un acendramiento, para una purificación, y en último término, para una unión mayor con Cristo, que aceptó y tomó sobre sí todas nuestras miserias.

Mc 8, 14-21

Jesús se encuentra con la falta de entendimiento de sus discípulos.  Jesús y los apóstoles están hablando en dos planos totalmente diversos.

Jesús los alerta contra la levadura de los fariseos y la de Herodes.  Aquí «levadura» se entiende como fuente de impureza y corrupción.  La palabra usada por Jesús se podía prestar a confundir la idea pensando que se trata de pan que llevara levadura.  En realidad, Jesús los prevenía contra una religión más de ley que de espíritu, más de guarda de prescripciones que de caridad, contra un mesianismo político de poder y riqueza.

Los reproches de Jesús los podemos recibir también nosotros muchas veces.

Abrámonos a su acción.  Acerquémonos a Él en sinceridad y humildad.

Lunes de la VI Semana Ordinaria

Sant 1, 1-11

Hemos iniciado una serie de lecturas de algunas de las cartas apostólicas llamadas «católicas», es decir, universales, por no ser dirigidas a una comunidad particular, como las de Pablo.  Comenzamos con la llamada carta de Santiago, digo «llamada» porque no es propiamente una carta, sino más bien una catequesis a modo de homilía.  Como lo oímos, va dirigida a las «doce tribus, dispersas por el mundo»,  es decir, a los judíos cristianos de la Diáspora, los que vivían fuera de Palestina.  El autor se presenta como «Santiago, siervo de Dios y de Jesucristo, el Señor».  Ha sido identificado con Santiago, el jefe de la comunidad de Jerusalén. 

La carta es, desde luego, anterior al año 70 (destrucción de Jerusalén), y si es de Santiago de Jerusalén, es anterior al 62, fecha de su muerte.  Escrita en buen griego, es una serie de reflexiones morales en las que aparece, desde luego, el sentido nuevo cristiano, pero es hecha por un buen conocedor y amante de la ley antigua.

Será luz y guía para nosotros como primera lectura, durante dos semanas.

Mc 8, 11-13

El don salvífico de Dios en Cristo «necesita»  de nuestra apertura y disponibilidad.  «Tú tiendes la mano para que pueda encontrarte el que te busca», dice la Oración eucarística IV.  Para que un arco se sostenga, se necesitan dos columnas.

La actitud de los fariseos no es de apertura y disponibilidad.  Los fariseos no vienen a ser iluminados: «lo interrogan para tentarlo».  San Marcos usa el mismo verbo que cuando las tentaciones en el desierto.

Le pedían una «señal del cielo».  Jesús suspiró profundamente y … se alejó.  Cuando falta la apertura, la humildad, la confianza, las disposiciones interiores de acogida, no se hace el encuentro salvífico y Jesús se aleja.

Que nuestras disposiciones sean las necesarias para que Jesús se acerque a nosotros en esta Eucaristía y nos dé su vida nueva de resucitado.

Sábado de la V Semana Ordinaria

1Re 12, 26-31; 13, 33-34

Siempre había habido una cierta tirantez entre el norte y el sur: Israel y Judá.

Los errores políticos de Salomón y luego especialmente de su hijo y sucesor Roboam, causaron que estallara la separación.  Jeroboam se convierte en el jefe de la insurrección de las tribus del norte y nace la división, convitiéndose en rey.  Jeroboam, que había tenido cierto apoyo entre los profetas del norte pronto lo pierde por sus medidas religiosas equivocadas.

El deseo de lograr la absoluta unidad política del norte y su separación definitiva del sur, lo hace que busque una identidad religiosa en su pueblo, alejándose del culto único a Dios en Jerusalén.  Por eso, hace representar a Dios con el mismo símbolo de Baal-Hadad, el novillo; al antiguo templo de Betel, meta antigua de peregrinaciones, lo revaloriza y hace lo mismo con otro antiguo foco de culto en Dan, en el norte de las fuentes del Jordán.  Instituye una fiesta «el día quince del octavo mes» para hacer contraste con la fiesta de los tabernáculos.  Y lo que también se le achaca, «consagraba como sacerdote a todo aquel que lo deseaba».  El autor deuterocanónico mira todo esto con gran horror y termina diciendo como lo oímos: éste fue el pecado que causó la destrucción y el exterminio de la dinastía de Jeroboam».

Mc 8, 1-10

El milagro de ayer nos orientaba hacia el Bautismo, el de hoy, hacia la Eucaristía.

Se ha hecho notar el carácter especialmente simbólico de esta segunda multiplicación de los panes.

Esta, está «orientada»  a los gentiles, la otra a los judíos.  Esta se hace en territorio pagano.  Aquí se usa el término «dar gracias», más familiar a los paganos que el de «bendecir».

Sobre siete canastos, como siete eran los diáconos organizadores de la primera comunidad griega, en vez de los doce de la primera multiplicación que recuerda a los doce apóstoles.

Jesús se compadece de «los que vienen de lejos».

Los primeros lectores de Marcos se reconocen en esta lectura.

Nosotros también, originalmente éramos «paganos».  Esta es «nuestra» multiplicación de los panes.

Jesús es el alimento rico, vivificante y súper abundante.  A la luz de esta Palabra, vivamos nuestra Eucaristía.

Viernes de la V Semana Ordinaria

1 Re 11, 29-32, 12,19

Ayer escuchábamos la sentencia de rechazo de Dios a Salomón, su reino sería dividido y en parte arrebatado.

Había muchas causas de separación: «el nacionalismo» de las tribus que miraban mal las preferencias regias a la tribu de Judá y la pobreza general, en contraste con lo majestuoso del rey.

De nuevo nos encontramos con el hecho doloroso de la desunión.  En la Biblia, mal y desunión aparecen siempre en mutua relación; desde Caín y Abel, la desunión en Babel, etc.  Uno de los nombres que damos al espíritu de mal es diablo, que se interpreta como el separador, el que causa separación.

¿Le hemos hecho el juego al malo, actuando como causantes de separación, o al Espíritu Santo de Dios, que es el gran unificador?

Mc 7, 31-37

Jesús va caminando por tierra pagana, por el territorio de la Decápolis.  De nuevo es una manifestación de la universalidad de la salvación.

La curación del sordomudo nos pone en una perspectiva simbólica.  Tal vez todos nosotros oímos y hablamos suficientemente bien.  En nuestro bautismo se repitió el mismo gesto de Cristo: nos tocaron los oídos y la boca y se nos dijo la mima palabra aramea: «Effetá», es decir «Ábrete».

Abrirnos primeramente a Dios, en la actitud fundamental de la fe, excluyendo todo orgullo y autosuficiencia y todo lo que pudiera ser un obstáculo en la recepción del mensaje del Señor, que nos habla de tantas y tantas formas.  Abrirnos al prójimo, a sus derechos y reclamos, a su situación y necesidades concretas.  A saber hablar a Dios en la oración confiada y humilde.  Al prójimo, saber darle siempre la Buena Nueva del Señor, en una forma sencilla y luminosa pero audaz e ingeniosa.

Oigamos la Palabra y, fortalecidos, salgamos a dar testimonio.

Jueves de la V Semana Ordinaria

1Re 11, 4-13

Los días pasados admirábamos la cumbre del esplendor de Salomón, hoy vemos su caída.  En aquel tiempo, él tenía muchas mujeres, era un signo de riqueza y de poder más que de depravación de costumbres.  los reyes solían unirse con muchas mujeres provenientes de distintas naciones, para hacer alianzas con esos pueblos.

Lo que el autor reprocha a Salomón no es su poligamia sino su idolatría.  Sus mujeres seguían dando culto a sus ídolos originales y Salomón cedió.  Se hace especial mención de Molok, a este ídolo se le sacrificaban niños que eran quemados.

Salomón finalmente es infiel a Dios y es rechazado por Dios, como lo había sido antes Saúl.  Escuchamos la amenaza de los castigos y su atenuación: «por consideración a David, tu padre».

El reino será dividido de nuevo.

Hoy podríamos pensar en las modernas idolatrías, la adoración de la riqueza, del poder, de los placeres, el egoísmo, a cuyos ídolos se sacrifican tantos valores.  Hoy se siguen sacrificando innumerables niños y esto llega a ser defendido y legalizado (Aborto).

Mc 7, 24-30

El hecho de que el milagro se realice en territorio no judío, la región de Tiro, y en favor de una persona pagana, una fenicia, no es meramente geográfico o anecdótico.  Es signo de universalidad; Cristo salva a quien se abre a Él desde la fe.

El aparente rechazo de la mujer por parte del Señor, la comparación entre perritos e hijos, que en un aspecto podría parecer denigrante, pone más de relieve la firmeza de la fe de la mujer, por la que su hija recibe la salud.

De nuevo nos aparece la fe de una pagana contraposición al rechazo o al escepticismo de miembros del pueblo escogido, sobre todo de sus dirigentes.

Todo esto es para nosotros una nueva llamada a la fe, a la apertura sencilla y total al Señor y a los hermanos.

Miércoles de la V Semana Ordinaria

1 Re 10, 1-10

Nos ha aparecido la figura de la reina de Sabá.  En esa época, el reino de Sabá se extendía en la parte sudoccidental de la península arábiga.  Se debe haber tratado de un viaje con fines de relaciones comerciales ante todo, pero el libro nos presenta el aspecto de la fama de la sabiduría de Salomón; las mismas riquezas y esplendor de su reino son expresión de esa sabiduría.  Es interesante la alabanza que hace la reina a Dios, de quien proviene todo lo que es Salomón.  Recordemos cómo Jesús hará alusión a esta visita de la reina de Sabá a Salomón para inculpar a sus paisanos por su falta de fe: «La reina del sur se levantará en el juicio contra esta gente y la condenará porque ella vino de los últimos rincones de la tierra a oír  la sabiduría de Salomón, y aquí hay alguien más grande que Salomón». 

Acerquémonos con fe profunda a esta sabiduría infinita que es Cristo Señor.

Mc 7, 14-23

En la moralidad judía estaba el concepto de alimentos puros o impuros.  Los animales, las cosas, nos dice el Señor, no pueden ser malos en sí, ni menos comunicar el mal.  Es nuestra actitud, nuestra direccionalidad voluntaria la que marca nuestro rechazo o nuestra aceptación de Dios, cuando aceptamos o rechazamos su voluntad.

Desde nuestro corazón o desde nuestra razón está la decisión positiva o negativa, el bien o el mal.  Este criterio que nos ha enseñado el Señor, lo podemos aplicar hoy, si no a los alimentos, sí a otras realidades de religiosidad un tanto mágica o de tradicionalidad un tanto mecanicista que supone que ellas mismas, por sí solas, producen la salvación, la cual sólo se consigue con una entrega amorosa y constante a Dios y al prójimo.

Abrámonos hoy a esta Palabra del Señor y a su acción salvífica con toda nuestra buena voluntad y sinceridad.