1Re 12, 26-31; 13, 33-34
Siempre había habido una cierta tirantez entre el norte y el sur: Israel y Judá.
Los errores políticos de Salomón y luego especialmente de su hijo y sucesor Roboam, causaron que estallara la separación. Jeroboam se convierte en el jefe de la insurrección de las tribus del norte y nace la división, convitiéndose en rey. Jeroboam, que había tenido cierto apoyo entre los profetas del norte pronto lo pierde por sus medidas religiosas equivocadas.
El deseo de lograr la absoluta unidad política del norte y su separación definitiva del sur, lo hace que busque una identidad religiosa en su pueblo, alejándose del culto único a Dios en Jerusalén. Por eso, hace representar a Dios con el mismo símbolo de Baal-Hadad, el novillo; al antiguo templo de Betel, meta antigua de peregrinaciones, lo revaloriza y hace lo mismo con otro antiguo foco de culto en Dan, en el norte de las fuentes del Jordán. Instituye una fiesta «el día quince del octavo mes» para hacer contraste con la fiesta de los tabernáculos. Y lo que también se le achaca, «consagraba como sacerdote a todo aquel que lo deseaba». El autor deuterocanónico mira todo esto con gran horror y termina diciendo como lo oímos: éste fue el pecado que causó la destrucción y el exterminio de la dinastía de Jeroboam».
Mc 8, 1-10
El milagro de ayer nos orientaba hacia el Bautismo, el de hoy, hacia la Eucaristía.
Se ha hecho notar el carácter especialmente simbólico de esta segunda multiplicación de los panes.
Esta, está «orientada» a los gentiles, la otra a los judíos. Esta se hace en territorio pagano. Aquí se usa el término «dar gracias», más familiar a los paganos que el de «bendecir».
Sobre siete canastos, como siete eran los diáconos organizadores de la primera comunidad griega, en vez de los doce de la primera multiplicación que recuerda a los doce apóstoles.
Jesús se compadece de «los que vienen de lejos».
Los primeros lectores de Marcos se reconocen en esta lectura.
Nosotros también, originalmente éramos «paganos». Esta es «nuestra» multiplicación de los panes.
Jesús es el alimento rico, vivificante y súper abundante. A la luz de esta Palabra, vivamos nuestra Eucaristía.