Os 14, 2-10
La amorosa invitación a la conversión que hemos escuchado cierra el libro de Oseas.
Todas las acciones de Dios para su pueblo y que han sido tan mal correspondidas, llevan a una llamada a la conversión que desemboca en la confiada oración: «perdona todas nuestras maldades, acepta nuestro arrepentimiento sincero…»
El profeta brinda, de parte de Dios, el perdón restaurador.
Tal vez nos dimos cuenta de las imágenes vegetales que usó el profeta. Tengamos en cuenta que está hablando en una región desértica, donde el agua está gritando: vida. Nos habló del rocío que florecerá en lirios, de humedad que se manifestará en álamos, olivos, cedros y cipreses, de feracidad que aparecerá en trigales y viñedos. ¿No son una muy buena imagen de los dones de Dios y de cómo nos requiere para que se manifiesten en nosotros en obras de salvación para los demás?
Mc 12, 28-34
El evangelista Marcos nos presenta una serie de «acercamientos» al Señor, de dirigentes del pueblo de Israel: los sumos sacerdotes, los ancianos, fariseos, herodianos, saduceos, y, por fin, el escriba de hoy; pero su recurso al Señor no es en apertura y disponibilidad sino que es reclamación, para sorprenderlo, objetarlo; la respuesta a la pregunta que hizo el escriba es totalmente obvia. Aún hoy los judíos piadosos recitan varias veces al día la profesión de fe: «Shemá Israel…». Preguntar cuál es el principal mandamiento a un rabí es como preguntar ¿cuánto es dos por tres? a un buen matemático. Pero Jesús aprovecha para unir al mandamiento del amor a Dios el mandato del amor al prójimo. «No estás lejos del Reino de Dios», dice Jesús al escriba que repitió la afirmación.
No olvidemos que no basta conocer el mandamiento y anunciarlo, hay que vivirlo. «El que diga que ama a Dios y no ama a su prójimo, es un mentiroso».
Nuestro camino de conversión a Dios que es la Cuaresma, exige igualmente nuestra conversión al prójimo.