Viernes de la V semana de Pascua

Jn 15, 12-17

El amor cristiano tiene una característica muy particular: ha de ser semejante al de Cristo. Jesús en este evangelio no deja lugar a dudas de cómo ha de ser nuestro amor: «ámense… de la misma manera que yo los he amado». 

Entre las notas que nos pudieran ayudar a entender y a vivir este tipo de amor, te propongo: El amor de Cristo fue un amor solidario. Dejó su trono del cielo para servirnos, para ser uno de nosotros. Renunció a su «dignidad» para ser uno más entre los humanos. 

Fue un amor compasivo. Por ello no podía ver un enfermo, un hambriento, un atormentado sin que Él hiciera algo concreto por éste. No vino solo a darnos órdenes y sermones sino a aplicar su amor y caridad con los más necesitados. 

Fue un amor total y envolvente. Para Jesús no había clases sociales, culturas, buenos o malos, justos o pecadores, romanos o judíos. 

Los amó a todos, los envolvió a todos de manera total. Junto a Él nadie se sentía excluido. 

Si verdaderamente queremos cumplir el mandamiento de Jesús nuestro amor ha de ser también: Solidario, Compasivo, Total y Envolvente.

San Matías, Apóstol

Matías, un nombre muy común entre los hebreos, significa “don del Señor”; en realidad este apóstol recibió el don de ser agregado al grupo de los Doce, en remplazo de Judas, para ser con los demás apóstoles, testigo de la resurrección del Señor.

Después de la Ascensión del Señor, Pedro propuso que se eligiera el remplazo del traidor. Dijo, entre otras cosas: “Conviene, pues, que de los varones que nos han acompañado todo el tiempo que entre nosotros permaneció el Señor, Jesús, a partir del bautismo de Juan hasta el día en que fue elevado a lo alto, sea constituido uno de ellos testigo de su resurrección, con nosotros”.

Presentaron a dos: José, llamado Barsabá, y a Matías. Y concluye el libro de los Hechos de los Apóstoles: “Lo echaron a suertes, y cayó la suerte sobre Matías, que fue contado con los Once Apóstoles”.

Matías, pues, estuvo constantemente cerca de Jesús, desde el comienzo hasta el final de la vida pública del Redentor. Testigo de Cristo, y sobre todo de su resurrección, porque la resurrección del Salvador es la razón misma del cristianismo. Matías vivió con los Once el milagro de la Pascua, y con todo derecho podrá anunciar a Cristo, por haber sido espectador de la vida y de la obra de Jesús “desde el bautismo de Juan”. Esta era la primera condición que proponía Pedro. La segunda y la tercera eran el llamamiento divino y la invitación, y que vemos en la oración del colegio apostólico: “Muéstranos, Señor, a quien has elegido”.

A nosotros nos puede maravillar el modo de elegir a Matías: echando a suertes. Interrogar a la suerte para conocer la divina voluntad un método conocido en la Sagrada Escritura. La división misma de la Tierra prometida se hizo por medio de la suerte; y los apóstoles pensaron que era oportuno seguir el mismo método. La comunidad propuso dos candidatos: José, hijo de Sabas, llamado el Justo, y Matías. La suerte cayó sobre Matías. EL nuevo apóstol, cuyo nombre brilla en la Escritura sólo en el momento de la elección, vivió con los Once la fulgurante experiencia de Pentecostés antes de emprender, como los otros, los caminos del mundo a anunciar “las glorias del Señor “.

No se sabe nada de su actividad apostólica, ni si murió mártir o de muerte natural, porque las narraciones sobre él pertenecen a escritos apócrifos. A la tradición de la muerte por decapitación con una hacha se une el patrocinio especial que le atribuyen los carniceros y los carpinteros.

Miércoles de la V semana de Pascua

Jn 15, l-8

En nuestro mundo tecnificado y autosuficiente, en donde los ordenadores y la ciencia moderna a veces nos hacen creer que somos autosuficiente, las palabras del evangelio de hoy nos recuerdan una de las verdades que jamás debemos de olvidar: «Sin Jesús no podemos hacer nada». 

El Evangelio de hoy nos invita a permanecer unidos a Jesús, mientras que el mundo nos invita a un cambio frenético, a una carrera loca, nuevas y más fuertes emociones, Jesús nos invita a permanecer con Él en su amor, en su fidelidad. 

Permanecer en Jesús no es quedarse indiferente ante las situaciones de injusticia o de dolor, sino todo lo contrario, es comprometerse en serio y con decisión en la lucha por un mundo mejor. 

Permanecer no quiere decir inmovilidad, sino todo lo contrario, es un dinamismo que surge del interior y que no se queda en agitaciones externas, sino que es una fuente que mana desde lo más profundo del yo porque está animada por el Espíritu de Jesús. 

Permanecer es estar cerca de Jesús y conocer sus pensamientos, sus opciones y sus criterios. 

Muchas veces hemos equivocado el sentido de las palabras de Jesús y nos hemos escudado en ella para no asumir nuestras responsabilidades y quedarnos anquilosados en estructuras, en posturas e intransigencias. Nada más falso. Así como la vid se extiende con nuevos retoños y cada día tiene nuevos brotes, quién permanece unido a Jesús cada día tendrá nuevas ilusiones, nuevos planes y nuevas opciones para llevar vida, pero siempre unidos a Jesús, a la savia de Jesús que sostiene, que hace crecer y amina y nos lleva por caminos nuevos e insospechados. 

Por eso debemos pedirle a Jesús que nos ayude a dar frutos. Nos atemoriza que los frutos que damos no sean los que Jesús espera, que nuestros frutos solo queden en apariencia, en follaje, o todavía peor, que se vuelvan frutos amargos, frutos de hipocresía, de orgullo, de injusticia y falsedad. 

Pidámosle al Señor que nos conceda este día permanecer unidos a Él. Hay muchas cosas que nos invitan a separarnos y alejarnos de Él, principalmente nuestro egoísmo y nuestras propias inclinaciones, pero también las falsas promesas de felicidad de un mundo que me seduce con sus luces y que me invita a alejarme de Ti y a separarme de mis hermanos. 

Señor Jesús concédenos permanecer unidos a Ti, junto a Ti, siempre contigo.

Martes de la V semana de Pascua

Jn 14,27-31

Quizás uno de los regalos más grandes que Jesús nos ha dejado, sea la paz. La paz profunda en el corazón que hace que el hombre, aun en medio da las más duras pruebas, no se sienta turbado ni con miedo. 

La paz de Dios es una paz diferente a la que de ordinario se busca. Es un don divino que produce en el cristiano la certeza de la presencia de Dios y de la ayuda divina. No es una paz artificial producto del no afrontar nuestras responsabilidades y compromisos, paz que muchas veces es cobardía o evasión. 

Un rostro sereno en medio de una tormenta, de una crisis, es la mejor señal de la presencia de Dios en él. 

Algo que ha asombrado a los hombres de ciencia que han estudiado la «Sabana de Turín» o «Sabana Santa», es la enorme paz que refleja el rostro del hombre «retratado» en este lienzo. 

Un hombre que al parecer fue martirizado de una manera atroz y que sin embargo muere con un rostro sereno. Es una paz que se consigue haciendo la guerra a nuestro egoísmo a fin de dar espacio al Espíritu, para que éste crezca en nosotros y nos pacifique interiormente. 

Te invito a que le pidas al Señor esta paz, la paz que hace de nuestra vida, preámbulo del cielo.

Lunes de la V semana de Pascua

Hech 14, 5-17; Jn 14, 21-26

Yo creo que Pablo y Bernabé hubieran podido ceder fácilmente a la tentación de que la gente de Listra les diera el tratamiento de «dioses».  Hasta aquel momento, los dos habían sido víctimas del repudio y las persecuciones por parte de los dirigentes de su propio pueblo.  Ahora, en cambio, les sucedía precisamente lo opuesto.  De haberlo querido, en un momento habrían pasado del repudio a la autoridad absoluta, y de las persecuciones, a la adulación y la riqueza.  En nuestros días no sólo hay muchísimos que han cedido a esas tentaciones, sino que también existen quienes, con disfraz de verdadera religión, han admitido los honores que en Listra se les querían tributar a Pablo y Bernabé.

¿Por qué habrán sido tan distintos Pablo y Bernabé, que se horrorizaron ante la mera insinuación de que se les iba a tratar como a dioses?  Es que ellos sabían muy bien que todo el poder que poseyeran y todo el bien que realizaran se lo debían solamente a Dios.  Ya habían comprendido la verdad de lo que Jesús enseña en el evangelio de hoy: «El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada».  Dios estaba trabajando dentro de Pablo y Bernabé y por eso curaron al hombre tullido, y era Dios el responsable de todas las obras buenas y valiosas que hacían.

Nosotros no esperamos hacer algo tan asombroso como curar un tullido, pero lo mismo que Pablo y Bernabé, debemos darnos cuenta de que Dios vive y actúa en nosotros.  Todo el bien que hagamos o el mal que logremos superar, es el resultado de la presencia y la acción de Dios y no de cualquier talento o habilidad nuestra.  En esta Misa se nos invita a rendir alabanzas, no a nosotros mismos, sino al verdadero Dios, que vive dentro de nosotros.

Viernes de la IV semana de Pascua

Jn 14, 1-6

San Juan tiene la virtud de acercarnos a Jesús, presentarlo muy humano pero al mismo tiempo nos lanza a profundidades y a alturas que nos parecen sublimes, inalcanzables. Hoy aparece así Jesús: muy cercano a sus discípulos, comprendiendo y compartiendo sus temores, mirando sus miedos y tratando de animarlos: «No perdáis la paz». 

Quizá los discípulos le podían decir que cómo no perder la paz si están sintiendo las persecuciones, si tienen desconfianzas entre ellos mismos, si luchan por los primeros lugares, si no logran ponerse de acuerdo. Sin embargo, Cristo, que conoce todos estos rincones de la miseria humana les dice: “no perdáis la paz”, y la razón que les da para no perderla es que deben saber en quién han puesto su confianza. 

Hoy, también nosotros, nos vemos tentados a sumergirnos en las dudas, en los reclamos, en las discusiones y desalientos, sobre todo cuando comprobamos que como Iglesia y como seguidores no somos lo que Jesús espera de nosotros, y entonces también a cada uno de nosotros nos habla Jesús y nos dice al corazón “no perdáis la paz”, y no la perdáis frente a los enemigos externos que con violencia nos atacan, que buscan los pequeños fallos de la Iglesia, que están atentos a criticar y a destruir. Pero tampoco la perdáis ante los fallos internos que muchas veces provocan peores decepciones. 

No perdáis la paz cuando se tiene que luchar por la justicia en un mundo lleno de injusticias y que parecería que vence la violencia; ni tampoco la perdáis cuando nos veamos tentados por la ambición, por el poder o por el placer. Y la única razón para no perder la paz es que Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida, que Jesús es el único que nos lleva a la verdad que nos da una nueva vida, que cuando ponemos la confianza en otro, en otras cosas, en nuestros ideales, en nuestras fuerzas, podemos equivocar el camino y extraviarnos. Si lo seguimos a Él tendremos la verdadera vida. 

Hoy, en medio de este mundo de violencia, de inseguridad, de dificultades internas y externas, contemplemos a Jesús, sigámoslo como el único camino seguro y dejemos que hable a nuestro corazón.  “no perdáis, no perdáis la paz”

Jueves de la IV semana de Pascua

Jn 13, 16-20

La verdadera felicidad se encuentra en el servicio a los demás y en la humildad, en no pensar que uno es mayor que los otros a pesar de nuestro puesto (sea en la casa, en la oficina, en el gobierno). 

Para Jesús el servicio es de vital importancia, a tal grado que lo pone como un motivo de dicha y felicidad. Jesús sirvió no fue esclavo, Jesús, libremente, hizo de toda su vida un verdadero servicio, esta es su enseñanza. 

Cuándo lava los pies a sus discípulos, no es solo un gesto externo, si no es la expresión de su actitud más íntima, viene a enviar a servir y a purificar, no en el sentido de quién es perfecto y está para regañar o corregir a los demás, si no en el sentido del hermano quién es capaz de limpiar las inmundicias de quien ha caído en el pecado y en la suciedad. 

Servir sobre todo al más débil y pecador fue la misión de Jesús y la cumplió a carta cabal hasta dar la vida. 

Jesús nos dice algo muy importante:» no temáis la traición pues debéis saber en cuanto esto suceda yo Soy». Jesús retoma las mismas palabras que Dios le dijo a Moisés cuando el pueblo vivía en esclavitud. 

Yo soy es el nombre del Dios liberador qué saco con poder al pueblo que gemía bajo la opresión de la esclavitud. De la esclavitud el pueblo pasó a la libertad y aprendió que servir en la libertad es la dignidad de la verdadera persona. 

Yo soy es el nombre de Dios que acompaña a su pueblo en el peregrinar por el desierto y que lo sirve en los momentos de dudas y tragedias. 

Yo soy es también el nombre que toma Jesús para decirnos que también Él, como su padre, ahora nos acompañan por el desierto de la vida, de las dificultades. Es Dios con nosotros, es quien anda los mismos senderos, es quien nos lleva de la esclavitud al servicio. 

¿Cómo vivimos la presencia de Jesús en nuestras vidas? ¿Cómo hacemos presente a Jesús con nuestro servicio? 

Señor, que sepamos servir y dar vida tal como lo haces Tú, que queremos parecernos a Ti en el servicio.

Miércoles de la IV semana de Pascua

Jn 12,44-50

Ahora hay luces potentes que nos ciegan y deslumbran, en tiempos de Jesús las luces eran mucho más débiles, pero mucho más necesarias. Ahora nos hemos acostumbrado a las luces artificiales y vivimos mucho más tiempo  alumbrados por ellas que por la luz natural. Quizás por eso mismo no le damos importancia. Pero el día que por cualquier motivo se “ha ido la luz”, nos sentimos inútiles, pues casi nada puede funcionar: ordenadores, aparatos, cocina, teléfonos, motores, nos sentimos perdidos. 

Quizás esto nos ayude a entender porque Cristo nos dice que Él es la luz y que ha venido para que todo el que crea en Él no viva en tinieblas. Sin Él nada podemos hacer. La luz manifiesta las obras. 

Cuando caminamos en la oscuridad tropezamos con todos los objetos y nos produce temor. Cuando caminamos en la luz, aunque haya los mismos o peores obstáculos, podemos esquivarlos sin tropezar. Con Cristo podemos caminar y avanzar a pesar de que haya problemas y dificultades. Con Cristo no tememos aunque estemos amenazados. Claro que hay quien prefiere vivir en las tinieblas. 

Al amparo de la oscuridad se dice la mentira, se roba, se engaña, se vive una vida falsa y doble. La luz viene a descubrir todas estas falsedades y descubre a quien hace el mal o vive en la mentira. No es que la luz condene, sino que la luz pone en evidencia a quien hace el mal. 

La luz fortalece, esclarece y ayuda, pero necesitamos dejarnos iluminar. Hoy pensemos en Cristo como luz que nos ilumina a cada uno de nosotros. Donde quiera que este día vayamos sintamos ese resplandor que nos acompaña, que nos ilumina y que nos hace discernir lo bueno de lo malo, lo que ayuda, une y fortalece. ¡Que Cristo sea verdaderamente nuestra luz! 

Martes de la IV semana de Pascua

Jn 10, 22-30

La pregunta que hacen los judíos a Jesús parece brotar del extremo del cinismo. No quieren creer en Jesús y buscan pretextos para acusarlo en lugar de buscar la verdad para creer en Él. La respuesta de Jesús, los remite a sus obras: a todo lo que ha dicho y ha hecho delante de ellos y de todo el pueblo. 

¿Cuáles son sus obras? No es solamente dar de comer, si no hacer comer a las personas con dignidad; no solamente es defender a una mujer de los abusadores, sino hacerla que se levante y que se reintegre; no es solamente devolver la vista a un ciego, sino enseñarle el camino de la luz. Son muchas las obras de Jesús y todas van encaminadas a dar plenitud de vida y dignidad a las personas. 

Hoy debería de ser igual el testimonio que diéramos sus discípulos, no solamente en palabras, no en ayudas externas, no en gestos lastimeros por los más débiles, sino en una verdadera transformación de nuestro mundo y de sus estructuras. 

La razón y la finalidad de las obras de Jesús las expresa en el Evangelio de hoy: “porque el Padre y yo somos uno solo”.  Es la última razón de todo el actuar de Jesús y debería de ser la razón de actuar de nosotros los cristianos, porque tenemos un solo Padre, porque nos unimos a Jesús nuestro hermano, porque estamos guiados por un mismo Espíritu. 

Las otras razones humanitarias o sociales son muy válidas también y nos unimos a todos aquellos que luchan para que todos los hombres vivan como hermanos. Pero nuestra verdadera fortaleza está en el amor que Dios nuestro Padre nos tiene y ésta es la razón que mantiene y da vida a nuestro actuar. 

Buscamos la vida eterna, que de ningún modo es olvidarnos del presente, sino que es entrar desde ahora en el misterio de amor del Padre que nos transforma y que nos une a Jesús. 

Las obras de Jesús nunca fueron alienantes, nunca se desentienden del dolor presente en el pobre, muy por el contrario, anuncia y hace presente aquí y ahora el Reino de Dios. Todas sus obras devuelven la verdadera dignidad a cada persona que se encuentra con Jesús. 

Ahora, debemos preguntarnos cada uno de nosotros: ¿cuáles son las obras que dan testimonio de nuestro ser de discípulos?

Lunes de la IV semana de Pascua

Hech 11, 1-18; Jn 10, 1-10

Ayer reflexionábamos una parte del mismo discurso de este día, donde Cristo se presenta como el pastor. 

San Juan al explicar y aplicar esta comparación nos presenta a Cristo en muy diferentes aspectos en torno a esta poética y bella figura. Pero además de bella es muy exigente. 

Hoy sobre todo insiste en llamarle “puerta”. Una puerta es para proteger, para entrar, para salir, pero también una puerta es para discernir quién puede entrar y quién se queda afuera, quién es benéfico para el rebaño y quién es perjudicial. 

Nosotros ya no estamos tan acostumbrados en nuestras culturas citadinas a tener la experiencia de rebaño, pero sí estamos muy acostumbrados a vivir la experiencia de las puertas: puertas que se abren o se cierran; puertas que son comunicación y puertas que son obstáculos; puertas que dan vida y puertas que encierran egoísmo. 

Si Cristo se llama a sí mismo la puerta es porque Él sabe abrir los caminos y enseñarnos la relación que podemos tener con Dios nuestro Padre. Es “la puerta de acceso” que nos manifiesta el gran amor que nos tiene, es la puerta de diálogo que se establece en términos humanos entre Dios y las personas; es la puerta que se abre para la salvación y la vida. Pero también Cristo dice que es la puerta y que quien quiera dar y recibir vida debe pasar a través de Él. Los que no entran por Él, los que no siguen su camino, los asaltantes, sólo viene a dañar y a perjudicar las ovejas. 

La puerta que nos muestra Jesús es la del servicio, quienes entran por la puerta del interés, del negocio, de propio provecho, no pueden dar vida a las ovejas. Todos nosotros de alguna manera somos tanto pastores como puertas para los demás. Tendremos que reflexionar en este día si estamos dando vida y salud verdadera a quienes viven a nuestro lado o si nos aprovechamos de ellos. Padres, maestros, sacerdotes, responsables de grupos o comunidades, tendremos que hacer una revisión si nos parecemos a Jesús buen pastor.