Jueves de la III Semana Ordinaria

Heb 10, 19-25

Ya desde tiempo de la primera comunidad, seguramente que algunos de los cristianos pensaban, como lo hacen hoy en día, que no es necesario el asistir a la misa dominical, que basta con creer en Cristo (hoy incluso solo dicen creer en Dios), por ello el autor de la Carta invita con vehemencia a no dejar de asistir a la asamblea dominical.

Ciertamente es fundamental la creencia en Cristo, sin embargo, es en la asamblea dominical, en la Misa, en donde se da el culto perfecto a Dios, y al escuchar la Palabra y recibir la Eucaristía se fortalece la fe, la esperanza y la caridad.

Además, es la oportunidad de convivir con los hermanos que creen como nosotros y que están buscando vivir el Evangelio, es la oportunidad para crecer en el amor y la alegría fraterna. No dejemos nuestra Celebración Eucarística cada domingo, recordemos las palabras de Jesús: «Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna»

Mc 4, 21-25

La Palabra de Dios, que es la luz, no está para ser encerrada en una caja fuerte, está para ser anunciada. Ésta es la responsabilidad de cada uno de nosotros, los cristianos. El cristiano es luz…, el mundo necesita de esa luz. Por eso cada uno de nosotros, con nuestra conducta, debemos ser ejemplo para el mundo. No hay nada que arrastre más que el ejemplo.

Las normas y los principios del evangelio, no debemos solamente conocerlos, y reconocer que son la forma ideal de vida, tenemos que hacerlos vida, ¡sin miedo!. No podemos ocultar la luz del evangelio por cobardía. Jesús insiste a los suyos que deben ser la luz del mundo. Es porque el mundo necesita de esa luz. Y Jesús nos señala una norma de conducta que ayuda a que nosotros podamos ser luz.

Muchas veces juzgamos severamente la forma de obrar de los otros…, juzgamos los móviles y las intenciones que los otros tienen para obrar de esta o de aquella forma. Pedimos a los demás…, aquello que nosotros mismos no somos capaces de dar. En cambio…, somos “muy tolerantes” con nosotros mismos…, frecuentemente encontramos infinidad de justificativos para nuestra forma de obrar. Jesús nos llama en este evangelio a que reflexionemos, porque, así como nosotros juzguemos…, seremos juzgados.

Si queremos que el Señor perdone nuestras faltas, entonces aprendamos a perdonar nosotros. Si queremos que nos comprendan, tratemos de entender a los demás.

Si queremos que nos amen a nosotros, debemos amar primero. Jesús con sus enseñanzas, va modelando el estilo de sus discípulos y también el nuestro. Y es el amor, la base de toda comunidad cristiana. Un amor que no deforme la realidad, pero que acepte al hermano con sus fallas y también con sus virtudes. Un amor que intente comprender siempre.

Miércoles de la III Semana Ordinaria

Heb 10, 11-18

La novedad más grande del Nuevo Testamento es que la ley de Dios no es una ley escrita, sino una ley grabada en lo más íntimo de nuestro corazón. Es la inhabitación del Espíritu Santo que nos lleva con dulzura y convicción a hacer lo que agrada a Dios.

Por ello el cristiano no se deja llevar por sus pasiones, pues es el Espíritu quien conduce su vida, de manera que la ley del amor se manifieste en todo momento. Los mandamientos escritos por Moisés en la roca: No matarás, no robarás, no levantarás falso testimonio, etc., quedan superados por una ley interior superior, que nos hace reconocer en cada persona a un hermano, el cual, es sujeto de nuestro amor por lo que no solo no hago lo prohibido en la ley, sino que impulsado por el amor de Dios me siento movido incluso a perdonarlo y a buscar su bien en todo momento.

Dale más tiempo a tu oración personal, que es como el «alimento» del Espíritu, y verás como la ley del amor, impresa en tu corazón, comienza a desarrollarse y se manifiesta con ímpetu.

Mc 4, 1-20

Jesús hablaba frecuentemente en parábolas, exponiendo el Reino de Dios a la gente. El Señor iba abriendo poco a poco la mente de sus discípulos y preparándoles el corazón, para que fueran recibiendo el mensaje de salvación. Algunas veces, los discípulos le pidieron explicaciones de por qué a ellos les hablaba más claro que al resto de la gente. Aunque los discípulos tampoco lo entendían todo, y tenían la mente llena de falsas ideas, estaban más cerca de Jesús y entendían mejor su manera de vivir y de hablar.

El Reino de Dios, les dice el Señor en esta parábola, es como un sembrador que sale a sembrar, y la semilla va cayendo en diversos terrenos, y va produciendo frutos de distintas formas, o se pierde entre espinas, o se ahoga entre las piedras. La semilla es la palabra de Dios; o también son las mismas personas que oyen esa Palabra.

Estas parábolas tienen hoy gran importancia para nosotros, y tenemos que agudizar los oídos y la mente para saber escucharlas y asimilar sus lecciones. Cuando leemos y meditamos estas parábolas del Reino, no debemos hacerlo en forma apresurada y sin detenimiento. Debemos preparar la tierra de nuestro corazón con el riego de la oración, y la apertura al Espíritu Santo fecundador. Es el Espíritu Santo, que nos enseña a orar y a captar las riquezas del Reino.

También podemos preparar nuestro corazón saliendo al encuentro de Jesús, que nos sigue hablando con aquel deseo, con el mismo afán con que iba a escucharlo la gente del pueblo. Sigue en el mundo de hoy la siembra de la Palabra. Hay mucha semilla que se desperdicia, pero hay también mucha que va cristalizando en buena cosecha.

La semilla del Reino crece donde hay esperanza, donde hay sed de justicia, donde hay compromiso con el prójimo, donde se lucha por la paz. Pero la semilla tiene su tiempo para ser fecundada, para convertirse en espiga, y luego en pan. Por eso también el Señor quiere que pensemos con la necesaria esperanza, es necesario no dejarse abatir, por no obtener frutos inmediatos. Nosotros sembramos y otros cosecharán.

Martes de la III Semana Ordinaria

Heb 10, 1-10

Cuando una persona tiene deudas, busca pagar, aun vendiendo o desprendiéndose de algo.  Si las deudas o los intereses son muy grandes, es aún mayor la cantidad de cosas que deben sacrificarse.  Pero cuando la deuda se ha agrandado por encima de nuestras posibilidades, es imposible pagar.  Así, comprendemos por qué en la historia, personas y familias se vendían como esclavos.  Pues bien, hoy estamos viviendo nuevas formas de esclavitud.

Nuestra deuda ante Dios era impagable pues la ofensa se mide por la dignidad del ofendido  la maldad del agresor, y habíamos ofendido a un Dios infinito.  Si embargo, Dios mismo se ofreció a pagar, cuando el Verbo entregó su propia vida, tomando nuestra naturaleza humana.  Así, inmolándose a sí mismo, la deuda quedó totalmente pagada.  Esta oblación por nosotros fue algo voluntariamente aceptado por Jesús desde el inicio de su existencia terrena.

Mc 3, 31-35

Jesús ha formado una nueva familia, distinta de la familia natural. Formó un nuevo pueblo abierto a todos los que lo quieren seguir y aceptar el designio del Padre. En ese momento, los discípulos que rodeaban a Jesús eran esa familia.

Por eso cuando alguien le dice a Jesús que allí están esperando su madre y sus hermanos para hablar con Él, señala a sus discípulos y dice: estos son: mi hermano, mi hermana y mi madre,… porque cumplen la voluntad de mi Padre. Y si no comprendemos esto, las palabras de Jesús nos pueden parecer duras para con María.

La gente que rodeaba a Jesús en ese momento, probablemente no entendía las palabras de Jesús, pero nosotros sí las entendemos. Nosotros sabemos que Jesús con estas palabras, lejos de despreciar a su madre, la alaba porque María es sin duda quien mejor ha sabido escuchar y poner en práctica la Palabra del Señor. Por eso es acreedora a ser madre de Jesús. María es madre de Jesús, más que por haber dado a luz a Cristo, por haber cumplido fielmente durante toda su vida la voluntad del Padre.

Este evangelio debe ser para nosotros un incentivo y una meta. Porque Jesús nos muestra el camino para ser su familia, para ser sus hermanos. El camino es cumplir los mandamientos. Y Jesús nos dejó un mandamiento que resume todos los demás. El mandamiento del amor. Sólo cuando en nuestra vida y en nuestro actuar está presente el amor a Dios y a nuestros hermanos, nos convertimos en familia de Jesús.

Cada uno de nosotros en el momento de nuestro Bautismo fuimos convertidos en hijos de Dios y hermanos de Cristo. Pero eso no nos basta para ser hoy familia de Jesús. Hoy debemos abrir nuestro corazón al Espíritu Santo y abrazar con alegría la causa de Jesús y comprometernos con el reino de Dios, para ser familia de Jesús.

Lunes de la III Semana Ordinaria

Heb 9, 15. 24-28

Hace ya algunos años, fue bastante popular en televisión un programa titulado «El túnel del tiempo».  El eje de dicho programa consistía en una máquina, provista de cuadrantes y manecillas, mediante la cual podía uno transportarse a cualquier época pasada de la historia.

Habría que felicitar al creador del programa por su imaginación, porque ninguna máquina nos puede transportar al pasado.  Estamos encerrados por los límites del tiempo; pero ¿no será posible que algunos hechos del pasado lleguen hasta nosotros, precisamente porque Dios lo quiere y lo dispone con su poder infinito?  Después de todo, Dios mismo no está limitado por el tiempo, pues Él no tiene ni pasado ni futuro, es todo presente.

En la Misa, Dios utiliza su poder infinito para trascender el tiempo.  Esto no debe hacernos pensar que la Misa es una máquina del tiempo, pues sería una comparación absurda y materialista.  La liturgia no nos traslada al pasado, pero Dios hace que, en la Misa, se nos haga realmente presente el sacrificio de Jesús, para que participemos en él.  La carta a los Hebreos nos dice que Jesús murió una sola vez y que no puede volver a morir.  La Misa en ningún sentido hace que Jesús muera de nuevo.  La muerte sacrificial del Señor, que El ofreció en la cruz, es la que se nos hace presente en el altar.

La barrera del tiempo no nos impide participar en el sacrificio de la cruz.  El hecho de que hayamos nacido muchos siglos después de la crucifixión no es ningún problema para Dios.  No necesitamos envidiar a la Santísima Virgen, nuestra Madre, que tuvo el privilegio de estar junto a la cruz y de unirse en ese momento al sacrificio de su Hijo.  Por medio de la Misa tenemos ese mismo privilegio que tuvo la Virgen, y ella nos sirve de modelo cuando ofrecemos la Misa en esta Iglesia. La Misa no es una máquina del tiempo; es la realidad de la muerte sacrificial de Cristo, hecha presente en el altar.

Mc 3, 22-30

Este pasaje nos sirve para ilustrar en qué consiste el pecado contra el Espíritu Santo. Los escribas y fariseos, con tal de desacreditar a Jesús, hacen aparecer todas las obras buenas realizados por Él como si fueran hechas gracias a la acción del Demonio. Esto no es otra cosa que una rechazo consciente (pues ellos mismos han sido testigos de ello) de la gracia de Dios; es una resistencia a la conversión.

Esto desafortunadamente puede suceder también en nuestra propia vida cuando de manera sistemática rechazamos la invitación a Dios a convertirnos, a dejar nuestra vida de pecado y para ellos inventamos toda clase de excusas, las cuales nos mantienen al margen del amor de Dios. Pecar contra el Espíritu, entonces, no consiste en hablar mal de Él, sino en rechazar la invitación de Dios a la vida de la gracia. Esto puede incluir, incluso, el encerrarnos detrás de posiciones teológica que van bloqueando la acción de la gracia que busca la unidad y la paz. No desaproveches hoy la oportunidad que Dios te da para amarle más y para descubrir en Él la única fuente de la verdad y de la auténtica felicidad.

La Conversión de San Pablo

Mc 16, 15-18

Recordamos la figura de Pablo de Tarso. Una figura sin detalles precisos como sucede con todos los personajes de aquella época.

Era “ciudadano romano”, pero griego en su personalidad y cultura; se expresaba en griego con corrección y agilidad ya que era la lengua que se hablaba en Tarso.

Y era un fariseo apegado fuertemente a las tradiciones de sus mayores. Y junto a ello podemos decir que era un verdadero «buscador de la verdad». De ahí que fuera un estudioso profundo.

San Pablo es modelo, en muchos sentidos, para el cristiano.  Es el audaz apóstol que no se atemoriza ante las dificultades, es el visionario que abres las posibilidades del Evangelio hasta otras fronteras, es el servidor capaz de llorar por una comunidad o el maestro que regaña y corrige con dolor a sus discípulos. Todo parte del gran acontecimiento que ha vivido: encontrarse con Jesús.  Y su encuentro, que a muchos nos parece maravilloso y espectacular, no debió ser sencillo, sino traumático y trastornante.

Todavía cuando Pablo narra su vida, su educación y su linaje, descubrimos rastros de ese orgullo de ser judío, fariseo, educado a los pies de Gamaliel, orgulloso de su religión. No le importa derramar sangre, no le importa destruir personas.  Por encima de todo está la Ley y su religión.

Cuando cae por tierra, la visión que le produce ceguera, puede ser el descubrimiento más grande, pero le hace cambiar totalmente su vida.  Descubrir a Jesús resucitado, vivo y presente en los hermanos que antes quería matar, viene a cambiar radicalmente su percepción, su vida y sus opciones.  Es una verdadera conversión. Los relatos bíblicos nos lo cuenta en unas cuantas palabras, pero todo el proceso debe ser lento, doloroso y con mucha conciencia.

Convertirse implica dar un cambio total a las decisiones, a los amigos, a las costumbres.  Conversión significa un cambio de mentalidad, una trasmutación de valores, un nacer nuevo por la presencia del Espíritu.  Es el pasar de las tinieblas a la Luz.  No es el cambio con nuevas promesa que nunca se cumplen.  No es el cambio externo de colores y de formas.  Es el cambio interior que nos llevará a una nueva visión.  Es dejar al hombre viejo y convertirse en un hombre nuevo. No son los propósitos fáciles, sino la verdadera transformación interior. Dejarse tocar por Jesús cambia de raíz toda nuestra vida.  En Pablo lo podemos constatar de una manera radical.

¿Cómo es nuestra conversión? ¿En qué ha cambiado nuestra vida en el encuentro con Jesús resucitado? 

San Pablo puede afirmar posteriormente “todo lo puedo en Aquel que me conforta” o bien “para mí la vida es Cristo y todo lo demás lo considero como basura”

¿Nosotros, cómo manifestamos nuestra conversión? ¿Hemos cambiado radicalmente y encontrado al Señor?

Viernes de la II Semana Ordinaria

Heb 8, 6-13

Toda alianza requiere de un código o compromiso al cual los participantes en ésta quedan obligados. En el AT los términos de la alianza eran: Tu serás mi pueblo y yo seré tu Dios», y con esto se comprometían el pueblo a obedecer la ley dada por Dios, y Dios a protegerlos y llevarlos hasta la tierra prometida.

La nueva alianza, sellada con la sangre de Cristo, como nos lo dice nuestro texto, es todavía más perfecta y superior, pues hemos pasado a ser no solo pueblo, sino familia de Dios.

Pero más aun, porque el código que rige esta alianza no esta en contratos, sino inscrita en nuestros corazones, pues es la ley del amor, producida por la inhabitación del Espíritu Santo en nosotros.

Dios continúa siendo fiel a la Alianza, tengamos el coraje de responder con toda nuestra vida y vivir de acuerdo al evangelio dejando que el amor de Dios nos guíe y alimente.

Mc 3, 13-19

Este pasaje del Evangelio nos nuestra el momento en que Jesús eligió a los doce, a quienes lo acompañaran. El evangelio nos dice que Jesús llamó a los que Él quiso.

Dios llama a quien quiere, y no hay obstáculo de ninguna índole que impida que Jesús nos llame. No importa nuestra profesión, no importa nuestra vida pasada. En algún momento de nuestras vidas, Jesús, puede llamarnos. El Señor no se guía con criterios humanos para elegir a sus apóstoles. Por eso cuando el Señor llama a cada una a ejercer algún tipo de apostolado, nunca podemos pensar, yo no puedo, yo no estoy capacitado…

Estos son los nombres de las columnas de la Iglesia. Ellos aprendieron del Maestreo y una vez que descendió el Espíritu Santo, se dedicaron a predicar y a expulsar a los demonios (forma genérica en que Marcos presenta la misión de Cristo) es decir a continuar la labor que el Maestro había iniciado.

No fue, no ha sido y no será tarea fácil hacer una realidad el Reino de los cielos pues hay todavía muchos a quienes es necesario predicar, y hay todavía muchos demonios que hay que expulsar: es mucho el trabajo por hacer.

Por ello la Iglesia sigue necesitando hombres y mujeres, que estén dispuestos a dejarlo todo para consagrar su vida a estar con el Maestro para luego continuar su misión entre los hombres.

Si aun no has decidido el futuro de tu vida, ¿has pensado que tú pudieras ser uno de estos llamados? Al menos tenlo como una posibilidad.

Jueves de la II Semana Ordinaria

Heb 7, 26—8, 6

El autor de la carta busca crear en el pueblo cristiano una infinita confianza en el amor de Dios, que por Jesucristo, nos ha dado la salvación y la vida eterna.

Sobre todo porque, como Él mismo prometió antes de subir al cielo, no nos abandona, sino que permanece entre nosotros, y en el cielo, continua su función de «intercesor», de mediador entre el Padre y nosotros y además es el realizador de una alianza que no está basada en ofrendas materiales sino en el ofrecimiento de sí mismo… por ello, como dice el autor; esta alianza contiene mejores promesas.

Dios no solo nos promete una relación íntima y personal con nosotros, sino que nos ha prometido, llevarnos al cielo, a vivir con Él… a ser parte de su familia y a compartir con nosotros la alegría celestial.

Es en esto en lo que el cristiano cree, esta es su esperanza. Por ello podemos decir con Pablo: Gracias sean dadas a Dios por que en Cristo nos ha llamado a participar de su herencia. ¿Te habías dado cuenta de todo lo que contiene nuestra vida y relación con Cristo?

Mc 3, 7-12

El pasaje que nos presenta hoy san Marcos nos dice que: «Una multitud lo seguía». Y nos aclara que lo seguían «porque había sanado a muchos» por lo que todos querían tocarlo.

Sin embargo, ¿cuántos de esta multitud estaban dispuestos a vivir de acuerdo con la enseñanza del Maestro, a vivir de acuerdo con el Evangelio? ¿Cuántos de los que fueron sanados y liberados de espíritus inmundos, ya una vez libres de sus males, continuaron viviendo según el estilo de vida propuesto por Jesús?

Al parecer pocos, pues en la escena del juicio de Jesús no hubo nadie que dijera nada en su favor.

Es triste que todavía entre nosotros los cristianos se repita la misma historia, que la gente continúe buscando los milagros del Señor, en lugar de buscar al Señor de los milagros.

Es lamentable que muchas personas, una vez que han recibido la gracia que tanto necesitaban, no vuelvan a acordarse del Señor, sino hasta que una nueva necesidad aparezca en el horizonte de su vida.

¿Tú estás buscando que Jesús resuelva tu vida, o de vivir de acuerdo con el evangelio de Jesús?

Miércoles de la II Semana Ordinaria

Heb 7, 1-3. 15-17

Jesucristo, en esta figura del AT nos ilustra nuestro ser sacerdotal, el cual no nos viene por pertenecer a una orden (o a una tribu como en este caso) sino por la gracia conferida en el bautismo.

En este texto nos muestra cómo, en fuerza a su bautismo, una de las acciones sacerdotales del cristiano consiste, en establecer la paz. Por ello nuestra acción sacerdotal, a diferencia de las acciones sacerdotales del Sacerdote «ministerial», es ser constructores de la paz, principalmente en nuestras familias y comunidades.

Decimos que es una acción sacerdotal, porque para poderla construir es necesario sacrificar algo. El sacrificio que se necesita para llegar a establecer una paz verdadera y duradera es el sacrificio de nuestro egoísmo, de nuestro «yo».

Es necesario morir a nosotros mismos y a nuestros gustos y placeres, para que nuestra acción sacerdotal sea eficaz y traiga paz y alegría a nuestro mundo. Ejerce tu sacerdocio bautismal y conviértete en un auténtico constructor de la paz.

Mc 3, 1-6

Cristo no ha venido para abolir la antigua ley, sino a darle plenitud. Este pasaje lo deja en evidencia. Los fariseos se molestan porque Cristo hace algo prohibido por la ley. Y Cristo pone de relieve que lo más importante es hacer el bien; en este caso, salvar una vida.

El sábado en que Jesús curó al hombre que tenía parálisis en un brazo, el Maestro entró en la sinagoga lleno de Dios y salió de ella lleno de Dios. El agraciado con el milagro entró en la sinagoga lleno de enfermedad y salió lleno de alegría. Y los fariseos entraron en la sinagoga llenos de pecado y salieron, también, llenos de pecado, dispuestos a acabar con la vida del Hijo de Dios. Ya se ve que las paredes de la sinagoga no santifican a nadie por mero contacto.

Con nuestros templos sucede lo mismo. El mero hecho de entrar en ellos y permanecer allí, de cuerpo presente, no nos hace mejores ni peores. Y, hoy como entonces, algunos entran en la iglesia llenos de Dios y salen de ella llenos de Dios; otros entran enfermos y, al ser alcanzados por la gracia, salen sanos; y otros hay, desde luego, que entran empecatados y salen empecatados.

El Evangelio comenta que Cristo estaba entristecido por la dureza del corazón de los fariseos. Podemos concluir que conocemos la mejor manera de agradar a Dios y de provocarle la más gozosa alegría: cumplir la ley con amor. No se contraponen. No se trata de elegir una de las dos: o cumplo o amo. Mejor cumplir y amar.

Martes de la II Semana Ordinaria

Heb 6, 10-20

Que importante es en nuestros momentos de dificultad, cuando la confianza y la esperanza corren el peligro de debilitarse, el recordar que creemos y amamos a un Dios que ha hecho alianza con nosotros, y que como nos lo dice hoy nuestra lectura, sus promesas y juramentos son irrevocables.

Nos exige únicamente la fidelidad. Ante Él están siempre nuestras luchas, nuestras debilidades, nuestros dolores y padecimientos y recordando su alianza, está siempre listo para socorrernos y mostrarnos el camino.

No dejemos que el desanimo nos venza. Dios ha hecho morada entre nosotros, y Él peleará con y por nosotros todas nuestras batallas y luchas, hasta que un día, junto con María Santísima, podamos disfrutar de su paz y su alegría perpetua.

Mc 2, 23-28

Para el pueblo judío, el sábado era mucho más que un día sagrado. Muchos preceptos rodeaban la vida del pueblo elegido. Y quien no los respetaba, era señalado así, como el Evangelio pone en boca de los fariseos: “Mira cómo hacen en sábado lo que no está permitido”.

La verdad, a los fariseos no les importaba transgredir la ley, sin embrago la sabían usar muy bien para su propio beneficio, habían olvidado que la ley nunca puede ser más importante que la caridad.

Desde nuestra propia casa hasta las últimas instituciones necesitan de leyes, sin embargo quienes están encargados de la aplicación de éstas, deben tener siempre en cuenta el «espíritu» que las ha inspirado y que en última instancia es el bien de los individuos y de la comunidad.

“El Hijo del hombre es el dueño del sábado”. Con esta afirmación, el mensaje de Cristo es claro para nosotros. Él no sólo quiere ser alguien importante en nuestra vida. No le basta que le dediquemos una hora a la semana. Quiere realmente ser lo más importante para nosotros, aún sobre aquello que nosotros consideramos tan importante.

Este amor que Cristo espera de nosotros no busca ser absorbente. No quiere que nos encerremos muchas horas en la Iglesia, bajo el presunto deseo de estar sólo con Él. Prefiere que caminemos juntos todos los momentos de la vida. Sin importar el lugar, el día de la semana y la actividad. Pero esto funcionará si primero lo buscamos, si nos unimos a Él en la oración, en la Eucaristía. En pocas palabras, si somos capaces de vivir la misa dominical y el día del Señor como Él lo merece, con mayor facilidad lograremos que Él sea el Señor de nuestra vida.

Lunes de la II Semana Ordinaria

Heb 5, 1-10

Uno de los elementos que resalta esta carta, como lo iremos viendo a lo largo de nuestra reflexión, es el hecho de la obediencia de Cristo.

Este es un valor que nuestra sociedad individualista tiende a relativizar. Hoy se habla de la «Obediencia dialogada», es decir: – si me convences, entonces te obedezco – .

Ciertamente debemos reconocer que algunas de las órdenes de nuestros superiores pueden ser equivocadas e incluso injustas. Sin embargo, mientras que esta orden no nos lleve al pecado o nos impida relacionarnos con Dios, debemos obedecer.  Es válido decir: No estoy de acuerdo contigo o con la orden que me estás dando, pues pienso que estás equivocado… Sin embargo: Te obedezco.

Obedecer nos ayuda a crecer en humildad, virtud sin la cual la santidad no se desarrolla. Jesús nos puso la muestra. No es fácil obedecer, pero, es el camino que nos lleva a la perfección en el amor.

Mc 2, 18-22

Los fariseos se preguntaban por qué los discípulos de Jesús no se ajustaban al «ritualismo» que daba de alguna manera el signo de autenticidad con respecto al maestro (Incluidos los del Bautista).

La respuesta de Jesús es simple: Porque de ahora en adelante el cristianismo, es decir los seguidores de Cristo, no se distinguirá por sus prácticas religiosas (las cuales son importantes para crecer y desarrollarse como lo es la misa y aun las prácticas acéticas), sino por un estilo de vida centrado en el Maestro, y dirigido por la fuerza del Espíritu Santo (vino nuevo del NT).

Con esto no destruye el odre y el vino antiguo del AT (que es bueno) sino que va más adelante: para ser mi discípulo, diría Jesús en otras palabras, no basta ayunar y cumplir con las prácticas religiosas (ritualismo), sino dejarse conducir por el poder y el amor del Espíritu.

La vida que se rige por los principios del mundo es el odre viejo y gastado. La vida cristiana es una vida nueva, con nuevos principios de valoración de las cosas y con nuevas metas para conseguir. Por eso no podemos pretender ser cristianos, si seguimos los principios del mundo, las normas de conducta del mundo y las costumbres del mundo.

No podemos pretender ser cristianos si aplicamos la escala de valores del mundo. En ese caso, aparentamos un cristianismo que no hacemos vida. Nuestra vida es en realidad pagana. En ese caso, dice Jesús, estamos echando el vino del Evangelio en un odre viejo, porque nuestra mente y nuestra forma de vida, no responden a Jesús.

¿Qué tipo de odre eres y cuál es el vino que llevas? ¿Vas a Misa por encontrarte con Jesús, movido por el Espíritu, o «cumples» simplemente con el rito dominical? Esto define de quién eres seguidor.