La cuaresma, que hoy empieza, es un tiempo de preparación para la conmemoración anual del Misterio Pascual, la Pascua de Cristo, en la que celebramos su victoria sobre el pecado y la muerte.
El profeta Joel, de quien hemos proclamado hoy la 1ª lectura nos recomienda: “convertíos al Señor”. San Pablo nos hablaba en la 2ª lectura de “reconciliación”, es decir, de reunión. Al separarnos de Dios y de nuestros hermanos por el pecado esta unión se debilita. Pero es necesario restaurar la unión, mejorar, cambiar, reconsiderar nuestro punto de vista, emprender un camino nuevo.
El evangelio de san Mateo nos hablaba de tres cosas importantes para vivir la Cuaresma: limosna, oración y ayuno.
La limosna hay que entenderla no sólo como la monedita que se da de vez en cuando a una persona que la solicita, sino dar también de nuestro tiempo, darnos cuenta que nuestra vida no se halla aislada sino rodeada de otras vidas, de otras personas. Convivo con mi familia, con mis amigos y amigas, con mis compañeros y compañeras de trabajo, de grupo, con mis vecinos y vecinas.
A veces, paso muy cerca de esa gente pero quizá no me encuentro con sus personas. Son acaso números pero no rostros concretos con sus nombres, con sus problemas, sentimientos y circunstancias. Mi vida se puede inclinar más hacia el egoísmo o hacia el servicio. Podemos preguntarnos si emplearnos nuestro tiempo, nuestras cualidades, nuestros bienes a favor de los otros. ¿Qué significan los demás en mi vida? ¿Comparto realmente mi vida con los demás?
La oración se refiere a nuestro trato con Dios, a ser conscientes de su amor de Padre, de su presencia en nosotros. Dios no es una palabra sin más. Tomarse en serio a Dios es reorganizar nuestra vida del todo. Dios llega a la raíz, casi hasta los huesos. Si fuésemos honestos con Dios de verdad, nuestra vida habría de cambiar radicalmente.
Nuestra oración, nuestro contacto con Él trata de caer en la cuenta de mi relación con Él y las consecuencias que se derivan de ello para mi vida. Podemos plantearnos con sinceridad qué tiempo dedicamos a encontrarnos con Dios y hasta qué punto tomamos en serio a Él y su mensaje.
La tercera práctica de la cuaresma es el ayuno. El ayuno y la abstinencia como signo de austeridad. Hemos de tener algún control en la comida y abstenernos de carne los viernes de cuaresma. El ayuno y la abstinencia que Dios quiere es que no seamos esclavos del consumismo, ni de nada: que seamos solidarios y generosos; que prefiramos pasar nosotros necesidad antes que la pase el hermano.
El miércoles de ceniza con frecuencia lo hemos tomado solamente como el recuerdo de que somos mortales y que algún día nuestra vida terminara y deberemos entregar cuentas a Dios, poro hay mucho más: es recordar que somos polvo. No un polvo cualquiera, somos polvo con un soplo divino y con un destino divino, pero polvo.
El gran error del hombre es llenarse de orgullo y vanidad, olvidarse de que depende de Dios y querer ser como Dios: poner sus leyes, ocupar su lugar, buscar su felicidad lejos de Dios, y el hombre sin Dios queda vacío. Ése es el gran pecado y el peor error del hombre. Por eso la invitación de este día es “volverse a Dios”, “convertirse”, es decir, mirar el rumbo hacia donde nos estamos dirigiendo y corregir la dirección.
Por eso la ceniza no es sólo un signo externo ni un rito mágico, sino encierra este gesto de volver al amor de Dios.
Hoy debemos clamar misericordia porque realmente hemos pecado y nos hemos desviado. Hemos errado el camino y en lugar de poner a Dios en nuestro corazón, hemos puesto nuestras pasiones, nuestra ambición y nuestro egoísmo. Y entonces nos hemos quedado convertidos sólo en polvo.
Miércoles de Ceniza, día de conversión y volver al corazón de Dios. Día de ayuno y oración, día de silencio y respeto, día para vivir el amor de Dios.