
Gn 17, 3-9
En la primera lectura, Dios le cambia el nombre a Abram. Y de llamarse Abram, le llama Abraham. Este cambio de nombre no es simplemente algo exterior o superficial. Esto requiere de Dios la disponibilidad a cambiar también el interior, a hacer de este hombre un hombre nuevo. Pero, al mismo tiempo, requiere de Abraham la disponibilidad para acoger el nombre nuevo que Dios le quiere dar.
Es en el interior de nosotros donde tienen que producirse los auténticos cambios; de donde tiene que brotar hacia el exterior la verdadera transformación, la forma distinta de ser, el modo diferente de comportarse.
El hecho de que Dios le cambie el nombre a Abram, además de significar el querer llegar al fondo, está también significando que solamente quien es dueño de otro le puede cambiar el nombre.
¿Realmente somos conscientes de que somos propiedad de Dios? Dios es tan consciente de que somos propiedad suya, que no deja de reclamarnos, que no deja de buscarnos, que no deja de inquietarnos. Como a quien le han quitado algo que es suyo y cada vez que ve a quien se lo quitó, le dice: ¡Acuérdate de que lo que tú tienes es mío! Así es Dios con nosotros. Llega a nuestra alma y nos dice: Acuérdate de que tú eres mío, de que lo que tú tienes es mío: tu vida, tu tiempo, tu historia, tu familia, tus cualidades. Todo lo que tú tienes es mío; eres mi propiedad.
Jn 8, 51-59
Uno de los grandes problemas de nuestro mundo moderno es la falta de fidelidad. Con una facilidad asombrosa nos cambiamos de marca, de automóvil, de trabajo, etc. Esto se extiende a la vida matrimonial en donde, muchas parejas (incluso cristianas) desde el momento de su matrimonio ya consideran la posibilidad del divorcio olvidándose de las promesas ante al altar.
Igualmente, muchos hermanos, con facilidad se dejan conducir por doctrinas extrañas olvidándose de las promesas bautismales y del credo que durante años han recitado en la Eucaristía. Y es que ser fiel no es fácil, implica en ocasiones arriesgarlo todo. Ser fiel a la palabra de Dios, sobre todo en cuestiones sociales, en nuestro testimonio diario, o en la vida matrimonial puede implicarlo todo… incluso la misma vida, como en el caso de Jesús.
Si algo se valora de un servidor es que éste sea «fiel», que sea capaz de sostener la palabra dada aún a costa de la propia vida. Para ellos, para los que han sido fieles, Jesús promete la vida que no acaba Jamás.
Preparémonos para reafirmar nuestras promesas bautismales en la vigilia de Pascua.