1 Cor 3, 18-23
Uno de los problemas que vivía la comunidad de Corinto era la división en dos grupos.
Pablo había predicado primero en esa comunidad: «Yo planté, nos decía san Pablo. Después llegó otro predicador del Evangelio, él continuó el trabajo apostólico, «Apolo regó». Esto trajo como consecuencia que los que habían sido llevados a Cristo por uno u otro de los apóstoles, hicieran cierto grupo especial; también trajo como consecuencia que se juzgaran las cualidades humanas de uno y otro.
Lo que cada uno decía: «Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo» venía a materializar estos enfrentamientos.
San Pablo entonces les dice: «Que nadie se gloríe de pertenecer a ningún hombre, ya que todo les pertenece a ustedes: Pablo, Apolo y Pedro, el mundo, la vida y la muerte, lo presente y lo futuro: todo es de ustedes; ustedes son de Cristo, y Cristo es de Dios».
Lc 5, 1-11
Hemos escuchado la narración que Lucas hace de la pesca milagrosa y, a su modo, del primado de Pedro.
Hoy podíamos ver a la multitud presionando al Señor, luego, como subió a la barca de Pedro, cómo se bamboleó la barca al subir Jesús. Y desde la barca de Pedro «enseñaba a la multitud».
No olvidemos que Jesús sigue enseñándonos desde la barca de Pedro.
Es ejemplar la reacción de Pedro a la orden de Jesús de echar las redes mar adentro. Él hubiera podido decir: «No es ni la hora ni el lugar adecuado. Yo sé de esto, es mi oficio». Tal vez le hubiera podido decir: «Tú sabes bastante de carpintería, pero no de pesca».
La palabra de Pedro es: «Confiando en tu palabra echaré las redes». Cuántas veces, no nos cansamos de pensarlo, «hemos trabajado toda la noche» y no hemos pescado nada.
Cuánto nos habremos esforzado en lograr algo en nuestra vida espiritual, en nuestro trabajo, en nuestro servicio. El Señor, nos dirá, como a Pedro: «No temas» y nos hará ver la perspectiva definitiva: «Eres pescador de hombres».