Jueves de la XXIX Semana Ordinaria

Ef 3, 14-21

Hemos escuchado la fervorosa oración de Pablo por sus destinatarios y nosotros somos también destinatarios de esta Palabra de Dios eterna y siempre actual.

Pablo pide al Padre, bondad suma y perfecta, que nos conceda el don de la fortaleza iluminadora y guiadora del Espíritu Santo y de la presencia cordial de Cristo para ir comprendiendo y realizando el infinito amor de Dios, revelado en Cristo, amor que nos va transformando y nos va llevando a que, como dice Pablo, quedemos «colmados con la plenitud misma de Dios».

Dios nos ha dado a Cristo, pero Dios también exige nuestra respuesta amorosa al infinito amor de Dios.  Por esto la doxología final del texto que hoy escuchamos: «A El… le sea dada la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús, por todas las edades y por todos los siglos.  Amén».

Lc 12, 49-53

Hoy hemos escuchado una serie de palabras de enseñanza de Jesús sobre su misión, que nos preparan a escuchar la serie siguiente, que nos hablará de la urgencia de decidirnos por El.

El fuego de que nos habla Jesús nos sugiere muchas cosas: la manifestación de Dios en el fuego de la Alianza con Abraham, en el de la zarza que Moisés encontró y el fuego del Sinaí; nos sugiere también el fuego de la manifestación definitiva en el juicio, pero sobre todo, nos sugiere el fuego de Pentecostés, en el que se cumple el don prometido del Espíritu para «santificar todas las cosas, llevando a plenitud su obra en el mundo».

Jesús se angustia con la angustia del que desea algo que todavía no se cumple.  No es una angustia destructiva, sino dinamizadora.

La división que el Señor ha venido a traer no es querida por ella misma; no es división como la causada por el pecado.  Esta división es más bien el resultado de la opción libre por Cristo o contra Él.  Es una consecuencia del don de la libertad indispensable para el amor, de la oportunidad del rechazo.

¡Renovemos y profundicemos nuestra opción por Cristo!