Jueves de la IX Semana Ordinaria

2 Tim 2, 8-15

Seguimos escuchando las recomendaciones de Pablo a su discípulo Timoteo como Palabra que es del Señor, dirigida a cada uno de nosotros.

Pablo presenta la Pascua de Cristo como centro de la salvación, centro de la fe y de la esperanza.

Aparecen tres tiempos: la identificación con la muerte de Cristo, primero sacramentalmente en el bautismo, después vitalmente a través de los sufrimientos y penas llevados en unión con Cristo y, en tercero, todo esto en la esperanza cierta de ser glorificados junto con Cristo.

Esta es la certeza que hace que el Apóstol supere todas sus pruebas, sabe que su sufrir, identificado con el de Cristo, participa de su misma fuerza salvadora y lo lleva a su misma vida nueva de resucitado.

Pablo cita un himno conocido de los primeros cristianos: «si morimos con él, viviremos con él…-«

Estas verdades básicas le dan un sentido nuevo a todos nuestros trabajos y sufrimientos.

Mc 12, 28-34

Hoy escuchamos la tercera de las preguntas-trampas hechas a Jesús. 

La pregunta no deja de ser extraña pues todo piadoso israelita repetía varias veces al día la declaración de fe: «Escucha, Israel, sólo el Señor es Dios, a él servirás con todo tu corazón…»  Era obvio, sin embargo, Jesús aprovecha la ocasión para hacer su declaración de unidad de este mandato principal con el otro también importante del amor al prójimo.

El que acepta estos dos mandamientos y los practica, tal como lo dice Jesús, «no está lejos del reino de Dios».

Nuestra eucaristía es un momento especial para vivir el amor a Dios y al prójimo.  Hagamos verdad esto.

Miércoles de la IX Semana Ordinaria

2 Tim 1, 1-3. 6-12

Pablo está encarcelado por segunda vez en Roma, mira ya cercana su muerte por Cristo.  Y tiene que dejar, ante todo, las instrucciones y recomendaciones llenas de doctrina, pero también muchos datos personales.  Por eso San Pablo escribe esta carta a su discípulo Timoteo.

San Pablo nos recomienda: «reavivémonos», efectivamente, este don vivo de Dios, su propia vida en nosotros, hay que reavivarlo continuamente, lo mismo que una planta viva pide que se le ponga en un buen terreno y en un clima apropiado, que se le alimente adecuadamente, que se la defienda de todo lo que atente contra esa vida.

La vida nueva del Señor resucitado es nuestra vida, nuestra fuerza, nuestra esperanza.

Pablo aparece ante nosotros como un modelo de fe en Cristo » estoy seguro de que él, con su poder, cuidará hasta el último día lo que me ha encomendado».

Mc 12, 18-27

Hoy oímos la pregunta-trampa que los saduceos ponen a Jesús.  Los saduceos son el grupo sacerdotal conservador, muy ligados al poder político, en oposición a los fariseos.  Como nos dijo el evangelio, los saduceos no aceptaban la resurrección ni los ángeles ni la inmortalidad del alma.

La respuesta de Jesús es doble.  La vida eterna es una participación de la vida inmortal de Dios, más allá de la necesidad de matrimonio y reproducción.  Y la repuesta a los saduceos que les habla de cómo se presenta Dios en la Ley de Moisés, como Dios de vivos.  Por eso, quien lo ama no puede morir para siempre. 

Y nosotros, ¿creemos en la resurrección y en la vida eterna?

Martes de la IX Semana Ordinaria

II Ped 3, 12-15. 17-18

La carta de San Pedro es una orientación contra los falsos doctores que enseñan doctrinas falsas a las que predicó el Señor.

San Pedro nos habla del cual tiene que ser nuestra actitud ante la espera del Señor.  Mientras que el día del Señor venga, tenemos que trabajar por hacer un mundo más humano, un mundo donde reine la justicia y la paz.

Mientras viene el Señor, tenemos que estar siempre con un corazón limpio y debemos de estar en paz con Dios.  No tenemos que angustiarnos por ese día final, sino que hemos de vivir con esperanza.

La esperanza no consiste en tener una actitud gris y pasiva sino que es una virtud activa y alegre, es un compromiso de construir el Reino de Dios aquí en la tierra.

Cuando decimos «Venga tu Reino», no es simplemente un buen deseo de que hemos de sentarnos a esperar para ver cuando viene el Reino de Dios, sino que es comprometernos a ir construyendo el Reino de Dios en nuestro corazón, en nuestro hogar, en el trabajo, en nuestra comunidad.

Mc 12, 13-17

Hoy y en los días siguientes escucharemos una serie de trampas que le ponen a Jesús.  Los representantes de los distintos grupos dirigentes de Israel irán poniendo estas trampas una tras otra.  Jesús saldrá triunfante de todas ellas y aprovechará para proponer su doctrina evangélica.

Hoy se acercan a Jesús un grupo de fariseos y herodianos.  Los fariseos eran el grupo más religioso del tiempo de Jesús.  Los herodianos eran personas partidarias de un mesianismo político relacionado con la familia de Herodes.

Le preguntan a Jesús: «¿es lícito pagar impuestos al Cesar?»  La respuesta de Jesús: «Den al Cesar….», viene a cortar la trampa que, de responder afirmativamente, le hubiera valido ser acusado de servil y colaboracionista romano y en caso de una respuesta negativa hubiera hecho que lo acusaran de rebelde.

En su repuesta, Jesús habla de dos reinos, o dos tipos de derecho que no están en el mismo plano.

Esta respuesta de Jesús la podemos interpretar como que los poderes humanos muchas veces manipulan o aplastan los derechos más profundos del hombre de sus deseos de tener una libertad religiosa.

Ningún poder humano puede nunca estar por encima de Dios, ni reprimir los deseos del hombre de buscar a Dios.

Lunes de la IX Semana Ordinaria

2 Pe 1, 2-7

Hoy y mañana, el Señor nos ilumina con la segunda carta de san Pedro, escrita a fines del siglo primero.  Muy probablemente no es de Pedro, el primero de la lista de los Doce, pero al ser recibida y transmitida por la Iglesia, es para nosotros Palabra de Dios vivificante.

Nos recuerda Pedro ya desde el saludo introductorio, el don maravilloso de la fe y de la salvación.  La misma vida divina comunicada por Nuestro Señor Jesucristo es la que se nos entrega.  El autor dice «justicia» pero sabemos lo que esto quiere decir en el lenguaje bíblico, esta santidad que Dios nos da, en nosotros se tiene que convertir en realidad muy práctica.  La vida es dinamismo, es acción, es pensar, conocer, reaccionar, comunicarse, actuar.  Por esto, el contraste que debe manifestarse día a día ente la «corrupción que las pasiones desordenadas provocan en el mundo» como dice el autor, y la serie de pasos que nos propone, que no son otra cosa que «participar de la naturaleza divina».  Sería bueno que, personalmente releyéramos y meditáramos la serie de pasos propuestos que desembocan  en la caridad, el amor de Dios en nosotros.

Mc 12, 1-12

Los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos interrogan a Jesús sobre su autoridad por haber arrojado a los mercaderes del templo.  Jesús había eludido la respuesta pidiéndoles a su vez su juicio sobre el bautismo de Juan.  Ellos no respondieron.  Jesús dice entonces la parábola que escuchamos.

En la Escritura, el pueblo de Dios había sido comparado a una viña, objeto de los cuidados amorosos de su dueño.  En esta parábola el centro de atención no es tanto la viña, sino los viñadores, es decir los responsables.

Los jefes del pueblo de Israel, como lo escuchamos, entendieron que a ellos se aplicaba la parábola.

Nosotros también, si sólo la aplicamos a la situación histórica del rechazo y muerte de Cristo, cerramos el libro y nos quedamos tranquilos.

Pero la parábola también puede haber sido dicha por nosotros como comunidad, como personas.  ¿Cuál es nuestra reacción cuando Dios, por medio de alguien, un dirigente de la comunidad, un hermano, especialmente alguien que consideramos menor, nos pide frutos de la viña?

Recibamos la Palabra y con la fuerza vital del Sacramento, demos siempre frutos verdaderos de caridad.

Sábado de la VIII Semana Ordinaria

Judas 17, 20-25

Aunque la carta de Judas se inicia: «Judas, siervo de Jesucristo y hermano de Santiago», los sabios que se dedican a estudiar la Santa Escritura nos dicen que muy probablemente su autor no es san Judas Tadeo, uno de los Doce, sino que el autor sería alguien posterior a la época propiamente apostólica.  Piensan que la carta fue escrita entre los años 70 a 90.  Sea lo que sea de esto, a nosotros lo que nos interesa es que la Iglesia oficialmente la ha recibido y transmitido como lo que es, Palabra de Dios, y así la recibimos nosotros.

Así, cada una de las recomendaciones de la carta que hemos escuchado son luz, aliento y guía en nuestro caminar cristiano.

La fe en Cristo predicada por los apóstoles es nuestro fundamento e impulso, la oración bajo la acción del Espíritu Santo es la fuente de fuerza para que nuestra esperanza sea confiada y activa.

Esto implica una actitud especial para con los que se equivocan, dudan o actúan mal.  Judas recomienda una compasiva ayuda «pero con cautela».  Termina con una solemne «doxología», es decir, alabanza al Padre por Cristo.

Mc 11, 27-33

En la semana final de Jesús, Marcos pone las disputas con cinco grupos representantes de la dirección del pueblo: los sacerdotes, los escribas, los ancianos, los herodianos, los saduceos.

Todos ellos se acercan al Señor, no es apertura y disponibilidad, sino para reclamarle, como lo que escuchamos, o para ponerle objeciones y trampas.  Jesús elude las trampas según los modelos de sabiduría de la época y muchas veces aprovecha para dar una enseñanza típicamente cristiana.

Jesús acababa de arrojar del Templo a los vendedores, por eso la pregunta: «¿Con qué autoridad hace todo esto?»

Jesús elude la respuesta haciendo a su vez una pregunta que es una «trampa», respondan lo que respondan, se verán comprometidos, por esto no quieren responder.

Ahora que estamos aquí reunidos con el Señor presente en la comunidad, en la Palabra y, en forma especial, en el Sacramento, debemos pensar, ¿cuál es la finalidad de este acercamiento?, ¿cuál es mi actitud?

LA VISITIACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

Lc 1, 39-56

Hay visitas que no dejan ninguna huella, hay otras visitas, como decían nuestros abuelos, proporcionan mucha alegría cuando llegan, pero dan más alegría cuando se van.  Entendiendo esto como la visita de aquel que viene y que ciertamente nos produce gozo pero que también implica los servicios y atenciones que a la larga cansan.

En cambio, hoy celebramos una visita muy especial: la visita de la Virgen María a su prima Isabel y con ella el modelo de lo que debería ser toda visita: un encuentro gozoso entre dos personas que se quieren y se ofrecen alegría y servicio mutuo.  Es una serie de exclamaciones de alegría sinceras y de alabanzas, no tanto por los méritos personales, sino por la presencia de Dios en sus vidas.  Y el recuerdo de esta visita es precisamente esto que hace experimentar la visita de Dios a su pueblo, que lo percibe tan cercano y tan solidario que trastoca el desorden que ha impuesto la injusticia y la ambición.

El canto del Magníficat puesto en los labios de María por san Lucas, expresa esta visita tan especial de Dios a su pueblo.  No una visita pasajera o efímera sino la visita que trae su misericordia de generación en generación.

No la visita egoísta que busca ser servida, sino la visita del que llega hasta lo profundo del alma y que hace que salte el espíritu.  No la visita que nada modifica, sino la visita que trastoca todos los planes inicuos y perversos.

Que hoy, al recordar y celebrar esta visita, también seamos conscientes nosotros de que este Dios de brazo fuerte nos visita y acompaña; camina con nosotros, invade todo nuestro interior y pone su mirada en nuestra pequeñez y humildad.

Hoy, tendremos visitas, que sean encuentros en este mismo espíritu: liberadores, generadores de alegría y paz.  Que cada persona que veamos se reconozca como bendecida y amada por Dios.

Hay visitas que hacen crecer y llenan de júbilo, como la de María, como la de Dios a su pueblo, como la de la Encarnación.

¿Cómo son nuestras visitas?

Jueves de la VIII Semana Ordinaria

1 Pe 2, 2-5; 9-12

En medio de tantas ideas que se van metiendo en nuestra cultura y finalmente en nuestro corazón, producto del secularismo exagerado que vivimos, este hermoso texto de san Pedro, nos hace recordar que somos una «estirpe elegida», un «sacerdocio real», un pueblo santo llamado a proclamar las maravillas de Dios.

Es decir, nos recuerda que nuestra vida no puede ser menos que santa y que esta santidad no está referida únicamente a la vida espiritual o de comunión con Dios, sino que a de ser manifiesta a los demás a través de nuestras palabras y acciones.

Será en estas acciones, en nuestro diario vivir como los demás reconocerán que la vida cristiana no es una filosofía, ni siquiera una serie de actividades generalmente de tipo cultual, sino ante todo, una manera concreta de enfrentar el mundo y de relacionarse con éste.

Busca, pues, que este día tus palabras y acciones se identifiquen con el evangelio, para que así vayas «esparciendo el grato aroma de Cristo».

Mc 10, 46-52

En este hermoso pasaje en el que Jesús muestra de nuevo su gran misericordia, podemos destacar dos elementos.

El primero es la insistencia del ciego en la búsqueda de Jesús y la segunda la actitud de Jesús quien pregunta: ¿qué quieres que haga por ti? Si unimos estos dos elementos, podremos ver lo importante que es la insistencia en nuestra oración ante Jesús, insistencia que se ve amplificada si consideramos que el ciego le gritaba.

Por otro lado notamos en esta insistencia que el Ciego lo único que le pide es que tenga compasión de él, como si dijera: «cualquier cosa que tú me des me será suficiente».

Será solo hasta que Jesús se acerca a él cuando le pregunta, sobre su necesidad particular. Esto nos enseña que nuestra oración no solo debe ser insistente, sino que en ella debemos dejar que sea Jesús quien dé el siguiente paso.

Con la simple oración: «Ten misericordia de mí, le estamos diciendo: Jesús confío en ti, sé que tú ya conoces mis necesidades, que son mucho más de las que yo podría expresarte, dame lo que tú sabes que en realidad necesito». Una oración confiada como esta, como en el caso de Bartimeo, nuca será desatendida.

Miércoles de la VIII Semana Ordinaria

1 Ped 1, 18-25

Escuchamos las magníficas enseñanzas que sobre la dignidad y deberes de nuestro bautismo nos dirige san Pedro.

La expresión de Pedro al inicio de la carta «a los peregrinos de la Diáspora» nos hace suponer que esta carta va dirigida especialmente  a los cristianos de origen judío.  Para un judío, el origen de la salvación fue la Pascua: el que no era pueblo fue hecho pueblo y pueblo de la alianza, escogido por Dios, que lo ha querido unir a sí.  Ahora, Pedro les habla de un nuevo y perfecto rescate, de un sacrificio redentor del que los antiguos eran sólo promesa, habla de una esperanza, ya no de una tierra de promesa, sino de poseer la vida nueva del Señor Resucitado.

Pero esta vida nueva nos tiene que llevar a una realidad muy práctica: «el amor sincero a los hermanos», por esto la recomendación: «ámense los unos a los otros de corazón e intensamente».  Fijémonos en las dos condiciones que eliminan totalmente hipocresías y tibiezas.

Mc 10, 32-45

Hoy oímos el tercer anuncio que Jesús hace a los discípulos de su camino mesiánico, su Pascua.  Contrasta con el camino de Jesús la idea de los apóstoles que siguen pensando en un mesianismo de poder, de fuerza, de dominio y de gloria.

Jesús va por delante hacia Jerusalén, los discípulos están «sorprendidos», los que lo siguen «tenían miedo».

De nuevo el término del camino pascual, la Resurrección, queda como aplastado por lo enorme del camino necesario para llegar a ella: Jesús ha de ser entregado, condenado a muerte, burlado, escupido, azotado y muerto.  ¡Era demasiado!

Las perspectivas de Cristo no son de ninguna manera las de los discípulos.

«Sentarse a su derecha o a su izquierda» no sólo era el pensamiento de Santiago y Juan; por eso los demás se molestan con ellos.  Y la aclaración del Señor: «el que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor».

Comparemos los criterios de Cristo con los nuestros, ¿se parecen?

Martes de la VIII Semana Ordinaria

1 Ped 1, 10-16

San Pedro nos quiere colocar en un lugar desde el que podamos mirar como en un amplio panorama la historia de la salvación, y en cuyo dinamismo por misericordia, Dios nos ha querido colocar.

Mirando hacia el pasado, el apóstol nos recuerda el período de los profetas, los antiguos miraban como profetas no sólo a los que en nuestra Biblia aparecen con este título, sino a todos los que iluminados por Dios nos manifiestan de algún modo el punto de vista de Dios, nos revelan el sentido de salvación que pueden tener los acontecimientos y las personas, que van guiando, movidos por el Espíritu Santo, hacia el completamiento de la salvación en Cristo.

Enseguida, el apóstol nos hace ver lo grande del don de Dios que nos ha hecho conocer y experimentar lo que los profetas anunciaban.  Esta es la Buena Nueva, la Feliz Noticia, el Evangelio ya actuante en la promesa, lo es mucho más en la realización.

Pedro nos hace mirar hacia la meta y completamiento: la venida definitiva del Señor.

Y la recomendación practiquísima: «Sean santos, porque yo, el Señor, soy santo».

Mc 10, 28-31

El evangelio de hoy nos decía que Pedro le dijo a Jesús que lo habían dejado todo por seguirlo.

Hay que hacer notar que todo lo que se deja por seguir a Jesús es bueno, a veces incluso es muy bueno, pero el motivo por el que se dejan esos bienes es muy superior a eso.  Todos los bienes que se dejan se dejan  por Jesús y por el Evangelio.

La recompensa prometida aparece en un doble plano «en esta vida» y «en el otro mundo».  Ciertamente no se promete una felicidad color de rosa, habrá fraternidad y generosidad comunitarias, un clima de gozosa unidad en la caridad, pero también habrá dificultades.  Hay «persecuciones» también por seguir a Jesús.

Pero sabemos que lo que hagamos por Cristo y su evangelio, recibiremos el ciento por uno de lo que nosotros hagamos.

Lunes de la VIII Semana Ordinaria

1 Pe 1, 3-9

Hemos iniciado, y seguiremos haciéndola hasta el viernes, la lectura de la primera carta de san Pedro.  Iniciamos la lectura en el versículo 3, antes del cual se presenta el autor como: «Pedro, apóstol de Jesucristo» y cuyos receptores son las comunidades cristianas que vivían en cinco distritos de la zona norte y este del Asia Menor.  Esta carta es más bien, diríamos, una amplia homilía; algunos la miran como una catequesis sobre el bautismo, y ciertamente, escuchada así, nos iluminará mucho sobre nuestra dignidad y deberes de cristianos.  Fue escrita en Roma, hacia el año 64, es decir, después de las cartas de Pablo pero antes de los Evangelios.  El solemne inicio bendicional, bien pudo ser un himno conocido por las comunidades a las que va dirigida la carta.

En el versículo 2, Pedro presenta muy ricamente la acción salvífica de la Trinidad, diciendo a los cristianos: «elegidos, según el previo designio de Dios Padre, santificados por el Espíritu para recibir el mensaje de Jesucristo y la aspersión de su sangre».

Esta es la vida divina a la que hemos sido unidos por el Bautismo, ésta es la razón de la esperanza alegre a la que alude Pedro.

Mc 10, 17-27

En el evangelio escuchamos una exigencia cristiana de esas en las que no nos gusta detenernos, preferiríamos pasar muy rápidamente para instalarnos a la sombra de otras palabras más amables.  «No se puede servir a Dios y a las riquezas» (Mt 6, 24).

El ejemplo fue muy claro, un hombre cumplidor perfecto de la ley «desde muy joven».  «Jesús lo miró con amor».  De ese amor brotó la invitación: «Ven y sígueme», pero la condición: «ve y vende lo que tienes».

De nuevo aparece el porqué de la intransigencia de Jesús, el corazón humano, con una facilidad pasmosa, se queda en lo exterior, en lo inmediato, en lo brillante y atractivo, y no pasa más adelante o más adentro.  Al mero camino lo transforma en meta, a la escala o trampolín los hace cama o sofá.

El que hubiera podido ser un apóstol, fundamento de la Iglesia, celebrado y venerado; por su amor a los bienes materiales, se quedó en «un hombre». 

La comparación del camello es ciertamente muy semítica pero muy contundente.

La exigencia es fuerte, pero el mismo que la pone da el ejemplo y comunica la fuerza y el aliento para cumplirla.