Lc 17,26-37
En el final de este discurso sobre el fin del mundo, Jesús insiste en el hecho de que será algo inesperado, algo que sucederá de un momento a otro sin que nadie haya sido avisado.
Hay quien al contemplar los grandes desastres mundiales, se atreven a profetizar que ya está cercano el fin del mundo. Hay a quienes esto no les importa en lo más mínimo y llevan una vida como si nunca se fuera a acabar el mundo, o como si pensaran que nosotros somos eternos.
Me gusta la forma en que san Lucas nos hace reflexionar sobre los tiempos finales, todo parece que sigue su mismo ritmo de siempre.
Cuando nosotros hemos tenido un gran acontecimiento: la muerte de un ser querido, un accidente, una enfermedad difícil, nos parece ilógico que el mundo continúe su ritmo rutinario y que todo siga igual.
Al salir nosotros de la funeraria, todas las personas siguen con sus prisas, con sus afanes de compra, con sus insultos espontáneos, con sus pasos nerviosos. Y a nosotros nos parece como si el mundo se hubiese detenido en el momento de nuestra desgracia y ya no lo podemos mirar igual.
Cristo nos llama la atención y pide que nos fijemos en estas pequeñas cosas de todos los días, porque son las cosas verdaderamente importantes y cada instante lo tendremos que llenar de sentido y de amor.
El diluvio, la destrucción de Sodoma y Gomorra sucedieron cuando todos sus habitantes estaban tan tranquilos sin imaginar lo que pudiera suceder.
Hoy Jesús nos invita a que miremos detrás de todos los acontecimientos la presencia de Dios y podamos estar prevenidos, como si se quisiera unir a esa advertencia, el libro de la Sabiduría nos muestra la gran admiración que causa la insensatez de los hombres que no son capaces de descubrir la presencia de Dios. Insensatos todos los hombres que no han conocido a Dios y no han sido capaces de descubrir aquel que Es, a través de sus obras.
Llama la atención que se puede admirar la perfección de las criaturas y no se sea capaz de descubrir al creador.
Quizás ahora, a nosotros nos pasa igual, influenciados por la técnica y la ciencia no somos capaces de percibir el espíritu y el amor de Dios que a cada día y en cada momento se hacen presente, y así en la rutina y el descuido van transcurriendo nuestros días sin pensar en el momento final. Tan rápido se pasa la vida que pronto tendremos que darle cuenta sobre el sentido que le hemos dado y los frutos que estamos consiguiendo.
En la vida diaria tendremos que descubrir la presencia de Dios y estar preparados para el momento final.