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Gén 9, 1-13
Hoy escuchamos la narración de la alianza primitiva manifestada en el arco iris, alianza que representa un primer paso hacia la alianza definitiva. Oímos también acerca de la bendición a Noé y su descendencia, que en alguna manera nos recuerda el plan primitivo de Dios sobre el hombre, en el Edén. Como en el presente caso se trata de una restauración, por esto aparecerán restricciones.
Comienza diciendo: «Crezcan y multiplíquense»… «Todo lo que vive y se mueve les servirá de alimento»… «Pero no coman carne con sangre, pues en la sangre está la vida». La sangre es la vida y la vida es sólo de Dios, a esto se debe la prohibición: «No coman carne con sangre». La sangre se derramará sobre el altar.
El autor, recordando la idea de la alianza fundamental del Sinaí nos presentó ya aquí un «esbozo» de alianza con toda la humanidad. Dios tiende su arco, lo cuelga, ya no para flechar sino para unir el cielo y la tierra.
Mc 8, 27-33
Cristo quiere que sepamos quién es realmente. Por eso nos pregunta, nos interroga. Primero sobre los demás. ¿Para ellos quién soy? Luego te lo pregunta a ti. ¿Y para ti quién soy yo?
Ante esta pregunta tan directa quizá nuestra reacción es la de quien hace un gesto instintivo de reflexión para encontrar la respuesta más perfecta o la más bonita. Pero Él no quiere este tipo de respuestas. Su pregunta es directa. Va al corazón. No le interesa la respuesta del vecino sino la tuya y solamente la tuya. Entre tú y yo.
Para que nuestra respuesta sea como la de Pedro, Cristo tiene que ser el Señor de nuestra vida en lo que nosotros llamamos nuestra vida. Es decir, en el cotidiano, trabajo, escuela, en el hogar… El que lo acepta como Cristo acepta también la Cruz que Él aceptó y los sufrimientos de los que nos habla. Nuestra Cruz es la de la vida diaria, la de vivir nuestros deberes con amor aceptando el sufrimiento y dándonos sin estar siempre esperando recibir algo a cambio… Dando aunque los otros no den, amando aunque los otros no amen.
Pero qué fácil es desviarse de lo más sencillo, tener a Jesús sólo como un profeta y ver la Cruz únicamente para las grandes ocasiones. No esperes más y vive hoy como si fuese tu último día. Que Jesús sea tu mejor amigo, tu Señor y tu Maestro. Cumple sus deseos, piensa como Él piensa y haz lo que Él hace, así bien orgulloso de ti, te dirá: acércate discípulo mío, pues tus pensamientos son los de Dios y no los de los hombres.