Jueves de la XXII Semana Ordinaria

Lc 5, 1-11

El evangelista san Lucas en este pasaje nos relata la llamada de Jesús a Pedro, a Santiago y Juan a seguirle. 

Jesús, que además de ser hombre es Dios, aprovecha su poder de hacer milagros, en este caso ayudando a estos experimentados pescadores a realizar una pesca especial, para pedirles que le sigan. Pedro y los dos hijos del Zebedeo, caen en la cuenta de que están ante una persona especial “y ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron”.

Se puede afirmar que a todos a los que a lo largo de la historia nos ha seducido Jesús para seguirle, nos ha sucedido, salvando las situaciones personales, lo mismo que a estos tres apóstoles. Él ha salido a nuestro encuentro, y de una y mil maneras, nos ha asombrado y se ha atrevido a llamarnos a su seguimiento después de convencernos de que nos amaba hasta el extremo, de que era el Mesías, el Hijo de Dios, el que tiene palabras de vida y de vida eterna.

Miércoles de la XXII Semana Ordinaria

Lc 4, 38-44

Jesús atiende a los que necesitan su ayuda. Puede ser la suegra de Pedro en el secreto de su casa. Puede ser a vista de todos en el caso de los “endemoniados” que a él se acercan. Pero, una vez más,  no quiere hacerse publicidad con los milagros. Ni quiere que los demonios expulsados, proclamen su divinidad, Hijo de Dios, el Mesías; ni que la gente haga de él un héroe: se retira en el momento del éxito popular a “un lugar solitario”.  Tampoco quería que se apropiaran de su vida. Huye de la aceptación del momento cuando quieren retenerlo, para ir a nuevos lugares y dirigirse a otros pueblos; “a los que tiene que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado”.

La grandeza de Jesús de Nazaret está en su fidelidad a la misión del Padre, “para eso me han enviado”. No en la aceptación que pueda tener en ciertos momentos. En las sinagogas, no tendrá siempre esa aceptación. En especial, por parte de los miembros más significados de ellas, escribas, fariseos…etc.

Si nos preguntáramos para qué hemos sido enviados al mundo, no sé si tendríamos respuesta. Sin embargo existe una elemental, pero cierta: para ser mejor lo que somos como seres humanos. O lo que es lo mismo para ser buenas personas. Los que hemos sido llamados a seguir a Jesús de Nazaret, entendemos ser buenas personas, como imitar a la mejor representación de la condición humana, que es el mismo Jesús, y ajustarnos a su mensaje. Que se puede resumir en lo que Pablo dice a los Colosenses, fe en Jesús y amor al pueblo.

Martes de la XXII Semana Ordinaria

Lc 4, 31-37

Los sábados Jesús predicaba en Cafarnaúm y una vez más sorprende a todos por la autoridad con que lo hace. ¡Qué distinta es la autoridad del hombre a la de Jesús!

Para el hombre autoridad significa éxito, estar en el candelero, poder, mando, posesión, dominio.

Para Jesús la autoridad es amor, ayuda, servicio, humildad, dar la vida.

En este fragmento del Evangelio de San Lucas se destaca la impresión de poder que se desprende de la figura de Jesús, manifestado en sus obras. Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo y se puso a gritar a voces: ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? Jesús cura a este endemoniado y a enfermos de diversas dolencias.

La autoridad de sus palabras y la fuerza de sus obras provocan la admiración y el asombro de la concurrencia con sus enseñanzas y la forma de hacerlo, con autoridad.

En la autoridad de este hombre, que nos habla, se revela el poder de Dios Salvador. De Él está investido. Las palabras y las obras de Cristo hacen pasar la fuerza de Dios que viene a salvar, y que quiere salvar. De esta fuerza bienhechora sólo se beneficia quien sabe acogerla con fe.

La gente ha visto en Jesús a la persona que colmará sus esperanzas y les proporcionará la alegría de verse libre de sus angustias y quieren retenerle, pero Jesús se resiste. Su palabra y su persona no son exclusivas de nadie ni de ningún grupo. Todos los pobres del mundo tienen derecho a recibirle.

También nosotros tenemos puestas las esperanzas en Jesús y queremos vernos libres de amarguras; estamos viviendo tiempos complicados y difíciles en muchos ámbitos. Confiemos en Él, pidámosle con fe su intervención y autoridad para que nos libre y salve de este demonio de la pandemia y de otros muchos que existen en la Sociedad actual.

Lunes de la XXII Semana Ordinaria

Lc 4, 16-30

Contemplamos hoy una escena del Evangelio de Lucas, que va dar inicio al ministerio de la predicación de Jesús; lo que llamamos con frecuencia “su vida pública”.

La acción se desarrolla en Nazaret, donde Jesús se ha criado; concretamente en la sinagoga. ¡Cuántos sábados habría asistido a ella, como buen judío, para escuchar la Escritura! Cuánto tiempo de dejar madurar en Él esta Palabra y, a través de ella, descubriendo e interiorizando el proyecto del Padre, su identidad de Hijo y su misión de dar a conocer a la gente el amor de Dios; un amor que libera, que sana, que cura, que es buena noticia para todos, especialmente para los más pequeños.

Jesús es el hoy de Dios y de su salvación. Él nos ofrece aquello que nuestro corazón necesita, desea y espera; alienta, a través de su Espíritu, el lento camino de liberación y de transformación que cada uno tenemos que hacer desde el fondo de nuestras pobrezas, heridas y esclavitudes; camino que sólo podemos realizar si nos dejamos acompañar por Él.

El mismo Espíritu que ungió y envió a Jesús para salir al encuentro de la gente y dar buenas noticias a los pobres, anunciar a los cautivos la libertad, a los ciegos la vista y dar libertad a los oprimidos, nos unge y nos envía a cada uno de nosotros. También nuestro hoy es tiempo de salvación y de gracia. ¿Cómo acogemos nuestro hoy? ¿Con qué densidad lo vivimos? ¿O acaso estamos con la mirada puesta en el ayer que pasó o en el mañana que no existe y que no está en nuestras manos?

Es verdad que somos seres siempre por hacer. Sabernos llamados a desplegar todas nuestras potencialidades y la conciencia de que nosotros y nuestro mundo podemos  ser mejores, más auténticos, más humanos, nos proyecta hacia adelante. Pero en realidad ese futuro está contenido ya en el presente concreto en el que Dios nos sitúa a cada uno.  Si lo dejamos pasar, si lo consideramos demasiado pequeño o demasiado pobre, quizás dejemos pasar también a Aquel que ha querido encarnarse y poner su tienda en medio de nuestras vidas “como uno de tantos” y perderemos la oportunidad de reconocerle y de percibir su presencia Viva en medio de nuestras vidas.

Dediquemos unos minutos en este día para tomar conciencia de esa Presencia misteriosa y vivificadora que se nos regala y que llena de sentido y de fuerza nuestro hoy.

Sábado de la XXI Semana Ordinaria

Mt 25, 14-30

Este pasaje evangélico de Mateo, parece que nos presenta a un Dios, transformado en un amo severo, exigente, que solo le interesa la productividad, sin embargo, es todo lo contrario, se ve en el trasfondo de este texto que se fía y confía tanto del que tiene diez talentos, como del que solo tiene uno, porque, para Él, los dos son sumamente valiosos.

El Señor a todos nos regala constantemente diversos dones, cualidades, talentos, no solo para beneficio o interés propio, sino para el bien de las personas que nos rodean. Los talentos no son un derecho. Cada uno tenemos que descubrir en nuestra vida, en el día a día, cómo podemos colaborar en la construcción del Reino de Dios en la sociedad que tenemos y nos ha tocado vivir.

El don o talento, es un regalo lleno de amor que recibimos de Dios, para que lo acojamos con libertad, sin miedos, sin comparaciones: éste tiene más que yo, no, esta no es la actitud para aceptar este regalo. Por eso, debemos dejar que la acción santificadora del Espíritu Santo toque nuestras vidas, para responder con coherencia.

Los dones, talentos o cualidades que he recibido, ¿realmente los pongo al servicio de los demás? ¿Cómo los veo, como una carga o como una oportunidad para acercarme a los demás? ¿Qué actitud tengo ante ellos: de comodidad, sólo para mí, o de generosidad y entrega “complicándote” la vida por los demás?

En este evangelio aparece el pecado de omisión, al que generalmente poco caso hacemos en nuestra vida. Jesús nos dice que no sólo no hay que hacer el mal, sino que hay que hacer el bien. Tenemos que estar vigilantes, aprovechar bien el tiempo y los dones regalados por Dios y ponerlos a su servicio, para que nuestra vida no sea insípida, no quede estancada. Demos gracias a Dios cada mañana por el nuevo día y demos gratis lo que hemos recibido gratis.

Viernes de la XXI Semana Ordinaria

Mt 25, 1-13

El mensaje de esta parábola es la necesidad de estar siempre preparados y de velar ante la venida del Señor. Otras parábolas insisten en el mismo tema. Mantener el espíritu alerta y preparado para la venida del Señor, supone desear con pasión esa venida, desearla como lo más importante. De tal manera que no haya nada que nos distraiga de esta actitud.

Los cristianos hemos de mantener esta actitud no sólo para la segunda venida de Jesús. Jesús, el hijo de Dios, viene continuamente y de maneras diversas a nosotros en nuestra existencia terrena, con más o menos intensidad de reconocimiento por parte nuestra. En la oración, en la eucaristía, en mil circunstancias de la vida, en cada hermano necesitado de nuestra ayuda… Debemos mantener, en medio de nuestras actividades normales de cada día, la ilusión de experimentar su presencia, su llegada, con un corazón preparado y ansioso de recibirle.