Martes de la XXII Semana Ordinaria

Lc 4, 31-37

Los sábados Jesús predicaba en Cafarnaúm y una vez más sorprende a todos por la autoridad con que lo hace. ¡Qué distinta es la autoridad del hombre a la de Jesús!

Para el hombre autoridad significa éxito, estar en el candelero, poder, mando, posesión, dominio.

Para Jesús la autoridad es amor, ayuda, servicio, humildad, dar la vida.

En este fragmento del Evangelio de San Lucas se destaca la impresión de poder que se desprende de la figura de Jesús, manifestado en sus obras. Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo y se puso a gritar a voces: ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? Jesús cura a este endemoniado y a enfermos de diversas dolencias.

La autoridad de sus palabras y la fuerza de sus obras provocan la admiración y el asombro de la concurrencia con sus enseñanzas y la forma de hacerlo, con autoridad.

En la autoridad de este hombre, que nos habla, se revela el poder de Dios Salvador. De Él está investido. Las palabras y las obras de Cristo hacen pasar la fuerza de Dios que viene a salvar, y que quiere salvar. De esta fuerza bienhechora sólo se beneficia quien sabe acogerla con fe.

La gente ha visto en Jesús a la persona que colmará sus esperanzas y les proporcionará la alegría de verse libre de sus angustias y quieren retenerle, pero Jesús se resiste. Su palabra y su persona no son exclusivas de nadie ni de ningún grupo. Todos los pobres del mundo tienen derecho a recibirle.

También nosotros tenemos puestas las esperanzas en Jesús y queremos vernos libres de amarguras; estamos viviendo tiempos complicados y difíciles en muchos ámbitos. Confiemos en Él, pidámosle con fe su intervención y autoridad para que nos libre y salve de este demonio de la pandemia y de otros muchos que existen en la Sociedad actual.