Lc 4, 16-30
Contemplamos hoy una escena del Evangelio de Lucas, que va dar inicio al ministerio de la predicación de Jesús; lo que llamamos con frecuencia “su vida pública”.
La acción se desarrolla en Nazaret, donde Jesús se ha criado; concretamente en la sinagoga. ¡Cuántos sábados habría asistido a ella, como buen judío, para escuchar la Escritura! Cuánto tiempo de dejar madurar en Él esta Palabra y, a través de ella, descubriendo e interiorizando el proyecto del Padre, su identidad de Hijo y su misión de dar a conocer a la gente el amor de Dios; un amor que libera, que sana, que cura, que es buena noticia para todos, especialmente para los más pequeños.
Jesús es el hoy de Dios y de su salvación. Él nos ofrece aquello que nuestro corazón necesita, desea y espera; alienta, a través de su Espíritu, el lento camino de liberación y de transformación que cada uno tenemos que hacer desde el fondo de nuestras pobrezas, heridas y esclavitudes; camino que sólo podemos realizar si nos dejamos acompañar por Él.
El mismo Espíritu que ungió y envió a Jesús para salir al encuentro de la gente y dar buenas noticias a los pobres, anunciar a los cautivos la libertad, a los ciegos la vista y dar libertad a los oprimidos, nos unge y nos envía a cada uno de nosotros. También nuestro hoy es tiempo de salvación y de gracia. ¿Cómo acogemos nuestro hoy? ¿Con qué densidad lo vivimos? ¿O acaso estamos con la mirada puesta en el ayer que pasó o en el mañana que no existe y que no está en nuestras manos?
Es verdad que somos seres siempre por hacer. Sabernos llamados a desplegar todas nuestras potencialidades y la conciencia de que nosotros y nuestro mundo podemos ser mejores, más auténticos, más humanos, nos proyecta hacia adelante. Pero en realidad ese futuro está contenido ya en el presente concreto en el que Dios nos sitúa a cada uno. Si lo dejamos pasar, si lo consideramos demasiado pequeño o demasiado pobre, quizás dejemos pasar también a Aquel que ha querido encarnarse y poner su tienda en medio de nuestras vidas “como uno de tantos” y perderemos la oportunidad de reconocerle y de percibir su presencia Viva en medio de nuestras vidas.
Dediquemos unos minutos en este día para tomar conciencia de esa Presencia misteriosa y vivificadora que se nos regala y que llena de sentido y de fuerza nuestro hoy.