Lc 1, 67-69
Dios quería que nosotros fuéramos como su Hijo y que su Hijo fuera como nosotros. En este elenco están los santos y también los pecadores, pero la historia va adelante porque Dios ha querido que los hombres fuéramos libres.
Y si es verdad que cuando el hombre usó mal su libertad, Dios lo echó del Paraíso también es verdad que le hizo una promesa y el hombre salió del Paraíso con esperanza. Pecador, ¡pero con esperanzas.
Los hombres no recorren sus caminos solos, sino que Dios camina con nosotros. Porque Dios hizo una opción: optó por el tiempo, no por el momento. Es el Dios del tiempo, es el Dios de la historia, es el Dios que camina con sus hijos. Y esto hasta la plenitud de los tiempos cuando su Hijo se hace hombre.
Dios camina con justos y pecadores. Camina con todos, para llegar al encuentro, al encuentro definitivo del hombre con Él.
El Evangelio termina con esta historia de siglos en una casa pequeña, en una localidad pequeña, con José y María. El Dios de la gran historia y también de la pequeña historia, está allí, porque quiere caminar con cada uno.
Santo Tomás afirma: «No se asusten de las cosas grandes, pero tengan también en cuenta las pequeñas, porque esto es divino».
Y así es Dios, está en las cosas grandes, pero también en las pequeñas.
El Señor que camina con Dios es también el Señor de la paciencia. La paciencia de Dios. La paciencia que ha tenido con todas estas generaciones. Con todas estas personas que han vivido su historia de gracia y de pecado. Dios es paciente.
Dios camina con nosotros, porque Él quiere que todos nosotros lleguemos a ser conformes a la imagen de su Hijo. Y desde el momento en que nos ha dado la libertad en la creación – no la independencia – hasta hoy sigue caminando.
De este modo, llegamos a María… Podemos ver a la Virgen, pequeñita, santa, sin pecado, pura, elegida para convertirse en la Madre de Dios y también ver esa historia que está detrás, tan larga, de siglos, y preguntarnos: ¿Cómo camino yo en mi historia? ¿Dejo que Dios camine conmigo? ¿Dejo que Él camine conmigo o quiero caminar solo? ¿Dejo que Él me acaricie, me ayude, me perdone, me lleve adelante para llegar al encuentro con Jesucristo?
Este será el fin de nuestro camino: encontrarnos con el Señor. Esta pregunta nos hará bien hoy. «¿Dejo que Dios tenga paciencia conmigo?». Y así, viendo esta historia grande y también esta pequeña localidad, podemos alabar al Señor y pedirle humildemente que nos de la paz, esa paz del corazón que sólo Él nos puede dar. Que sólo nos da cuando dejamos que Él camine con nosotros.