Mc 9, 2-13
El Evangelio de la Transfiguración anticipa la Resurrección y nos anuncia la divinidad del hombre. Nos muestra a Jesús como figura celestial: “su rostro resplandecía”. Nos da su luz para que podamos verle con ojos de fe, verle en la Eucaristía y como Pedro decirle: “Que bien se está aquí”. Él está ahí, presente, transfigurado y solo podemos verle si estamos dispuestos a seguirle. Tenemos que escuchar a Jesús y cumplir su voluntad. San Juan de la Cruz dice «Pon tus ojos solo en Él, porque en Él tengo todo dicho y revelado y hallarás en Él más de lo que puedas y deseas». Sin ningún miedo debemos escuchar a Jesús, seguir su voz, dejar que traspase nuestro corazón.
La Trasfiguración también nos habla de nuestro futuro. A través del bautismo nos revestimos de Cristo y nos convertimos en luz para los demás, luz para aquellos que hoy viven en oscuridad. Hoy se nos presenta la experiencia de la montaña. Jesús invita a sus amigos a un encuentro con Dios mismo. El monte simboliza el lugar de máxima cercanía con Dios, un lugar de ascenso, de subida interior, nuestro encuentro personal con Dios. Meditar este pasaje nos tiene que impulsar a centrar nuestra mirada en Cristo, subir a nuestro Tabor y llenarnos de esperanza. Escuchar su voz, la voz de Dios que se repite en el monte y en el bautismo: “Este es mi Hijo amado, escuchadle”.