Martes de la II Semana de Pascua

Hech 4, 32-37

El retrato de la primitiva comunidad que hemos contemplado hoy no es una fotografía de la situación real, pues la comunidad primitiva también estaba constituida por hombres con debilidad y pecado, sino el proyecto ideal al que toda comunidad cristiana tiene que mirar para comparar su situación real y avanzar hacia la situación que quiere el Señor.

La fe en el Señor Jesús viviente y actuante, se manifiesta en el testimonio apostólico, la predicación apoyada en los prodigios que obraban; pero estaba otro testimonio tan importante como el primero: la unidad en el Señor: «Un solo corazón y una sola alma», que se expresa hasta en la comunidad de bienes.  Hoy escuchamos el ejemplo en positivo de José Bernabé.

Nuestra comunidad ¿está tendiendo efectivamente a parecerse a ese relato ideal trazado por el Señor?

Jn 3, 7-15

Escuchamos la segunda parte del diálogo entre Jesús y Nicodemo.

Mientras Jesús hablaba de un nacimiento nuevo, totalmente distinto del primero.  Nicodemo entendía un renacer biológico.

Por esto Jesús lo dirige al motor de este movimiento, al que por su mismo nombre, Espíritu-Viento, se manifiesta como fuerza, como vida nueva, como dinamismo transformador.

Jesús habla de sí mismo y se manifiesta como el testigo supremo de Dios; la expresión viviente, tangible y sensible del Dios infinito e inefable.  Él es el Salvador y Redentor del mundo.  La imagen profética de la serpiente de bronce manifiesta a Jesús crucificado-glorificado-salvador.

La palabra nos ilumina, el sacramento nos vivifica; demos testimonio eficaz.