Hech 7, 51-8,1
Hoy hemos seguido oyendo el testimonio de Esteban, primer diácono y primer mártir.
Hay muchos parecidos entre el discípulo Esteban y Cristo el Maestro.
Los vemos unidos en la muerte-testimonio y hasta en la casi literalidad de las últimas palabras de uno y de otro.
El testimonio supremo, el de la vida de Esteban, es para afirmar la realidad de Cristo resucitado; él mismo se une a la muerte dolorosa de su Maestro y por ello es unido a su gloria, a su vida nueva. El texto usa una fórmula: «se durmió en el Señor»; muerte-dormición; se despertará a una vida definitiva y gloriosa. A los lugares donde «descansan» nuestros difuntos los llamamos «cementerios», que quiere decir «dormitorios».
Los primeros cristianos decían: «la sangre de los mártires es semilla de cristianos». La sangre de Esteban da frutos óptimos en Saulo, el que «estuvo de acuerdo en que mataran a Esteban» y cuidó los mantos de los verdugos.
Jn 6, 30-35
Hoy hemos escuchado un importantísimo texto de san Juan sobre la Eucaristía, el llamado «sermón del pan de vida».
Nos aparece los contrastes entre imagen profética y realidad de cumplimiento, entre el pueblo antiguo y el pueblo nuevo, entre los dos jefes, Moisés y Cristo, y entre los dos alimentos, el maná «pan del cielo» y el verdadero «pan del cielo», el «pan de la vida», Cristo Señor.
Los escuchas del Señor eran gentes muy sencillas de Galilea, agricultoras, pescadoras, artesanas, y hablan y entienden sólo desde las necesidades primarias humanas; Jesús lo quiere elevar a otra vida, a otras necesidades.
Conociendo nosotros esta vida, estas necesidades, hagamos hoy al Señor la misma súplica que acabamos de escuchar: «Señor, danos siempre de ese pan».