Jueves de la XX Semana Ordinaria

Ez 36, 23-28

Dios es santo e interviene para liberar a los hombres del pecado, de aquellas falsas divinidades que también los creyentes veneran, cuando elevan ideas o cosas al nivel de valores absolutos.  Ezequiel dice que Dios lava esas inmundicias para renovar al ser humano por dentro, haciendo nuevos su espíritu y su corazón.  Es como una nueva creación, en la que se comunica al hombre un nuevo principio de vida, una capacidad nueva de pensar y de vivir.

Hay aquí con un preanuncio del Bautismo, de la vida nueva “en Cristo”.  Y, sin embargo, también nosotros, como pueblo de Dios que somos, “deshonramos” de diversas maneras el nombre de Dios.  Debemos darnos golpes de pecho por nuestras propias infidelidades; de otro modo, no nacerá nunca ese pueblo de Dios “renovado”, comprometido en colaborar para la salvación de todos con la mutua ayuda y el mutuo perdón.

Mt 22,1-14

Mateo presenta a Jesús utilizando parábolas en las que, de una manera sencilla y accesible para todos, encierra una verdad espiritual Siempre son ejemplos de la vida cotidiana que nos hablan de la capacidad de Jesús para hacerse entender por todos. Como hemos visto tantas veces se vale de ejemplos de la vida cotidiana.

Nos encontramos con la parábola del banquete de bodas, en la que explica, de una manera más comprensible para los oyentes, diferentes aspectos del Reino de Dios.

 No es mi objetivo hacer exégesis de los textos que presento más bien una aplicación pastoral para el hoy de nuestra vida de creyente, perteneciente o no a una comunidad cristiana.

Sólo una palabra respecto al contexto. Las comunidades de Mateo son preferentemente judeocristianas en las que comenzaban a unirse muchos paganos. Esto crea una situación de conflicto con dificultades de aceptación de muchos y con el rechazo de algunos a la inclusión de los paganos

Por otra parte, Jesús, cuando pronunció esta parábola estaba hablando a los principales sacerdotes y ancianos del pueblo.

La boda es sinónimo de alegría, de felicidad, de plenitud, Jesús para hablarnos del Reino de Dios nos habla de una boda y una invitación que dirige TODOS, judíos y paganos, ricos y pobres, sabios e ignorantes, inmigrantes o nativos, a participar de la fiesta, de la alegría del Reino.

¿Y los invitados? Parece que en el trasfondo de las palabras de Jesús está el rechazo del pueblo de Israel al Mesías.

¿Y los invitados? Yo, tu, comunidades, iglesia…

¿Escuchamos al Señor, escuchamos la voz de los sin voz a través de la cual Dios también nos llama? ¿Dejamos que Él vaya cambiando nuestro corazón, nuestras actitudes?

Porque hay una respuesta clara a la invitación, no me interesa. Mis prioridades son otras.

Dios no se rinde pero nosotros… priorizamos tantas y tantas cosas en lo cotidiano de nuestra vida que nos dificultan, si no el oír sí el responder porque no acabamos de captar todo lo que esta invitación nos puede aportar a nuestra vida, alegría, plenitud. Tengo tantas cosas que hacer…

“Id a los cruces del camino”. Seguro que en alguno de estos tres escenarios nos encontramos nosotros respondiendo a la invitación del Señor, captando la llamada que hace a todos, hoy el “todos” es más amplio que judíos y paganos del tiempo de Jesús. Sintámonos invitados y alegrémonos cuando nos encontramos con nuevos invitados algunos quizá, fuera de nuestros esquemas.  

Y una vez aceptada la invitación de Jesús a participar de su Reino, nos advierte que sus seguidores, los que se comprometen con su causa, han de revestirse de unas actitudes nuevas. “Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia…” (Col 3,12-14) Señor que no sea nunca indiferente a tu invitación y acompaña mis deseos adecuar mi vida a mi compromiso cristiano.