Viernes de la XXV Semana Ordinaria

Eclesiastés 3, 1-11

Con un realismo, el Cohélet nos enfrenta a 28 situaciones humanas opuestas y contradictorias.

Nos enfrenta a lo efímero y a lo fácil de nuestra vida, para llevarnos a algo más definitivo, a algo más permanente, y en último término, a algo que valga más la pena.

Es la consideración de lo fluyente e inasible del tiempo lo que nos lanza a descubrir el sentido de lo eterno.

San Francisco de Borja, cuando miró los restos de la emperatriz Isabel, a quien había admirado y servido, bella y en la cumbre, dijo: «ya no serviré más a Señor que se me muera».

Nos acordamos también de otra palabra de la Escritura: «a cada día le basta su tarea».  Esto nos ayuda a ir realizando, momento a momento, la voluntad de Dios, en lo triste y en lo alegre, en los obscuro y en lo luminoso, en lo especial y en lo, tal vez, gris, de cada día…

La última consideración: «el hombre no puede abarcar las obras de Dios desde el principio hasta el fin»,  nos hace recordar la palabra de Pablo: «¡Oh abismo de la riqueza de la sabiduría y de la ciencia de Dios!  ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! (Rom 11, 33)

Lc 9, 18-22

Oímos la pregunta: «¿Quién dice la gente que soy yo?»

A ella podríamos responder con muchas ideas sobre Jesús.  Pero viene luego la segunda pregunta, más directa y personal, que debemos sentir como dirigida a cada uno de nosotros: » Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?».

¿Qué podríamos responder, no simplemente en ideología o teoría, sino desde la realidad práctica de nuestras vidas?

Y por último tenemos la presentación de la pasión y muerte del Señor, y luego la resurrección.

Los discípulos se desconcertaron ante la pasión.  En los planes del Señor todo lo doloroso nos desconcierta, aun en la fe y la esperanza.

A la luz de las preguntas del Señor y a la luz de la presentación de su plan pascual celebremos nuestra Eucaristía de hoy.