Jueves de la I Semana de Adviento

Is 26, 1-6

En la lectura de hoy, Dios advierte, por medio del profeta Isaías, que humillará  a los soberbios y arrasará su ciudad hasta los cimientos.  Los soberbios, que pensaban vivir bien sin Dios, fueron condenados al fracaso. Por otra parte, Dios quiso que su pueblo comprendiera que debía mantenerse firme y reconocer que sin su ayuda no podría convertir su vida en un verdadero éxito.  Este modo de pensar se resume en el salmo responsorial con estas palabras: “Mas vale refugiarse en el Señor, que poner en los hombres la confianza; más vale refugiarse en el Señor, que buscar con los fuertes alianza”. 

Es una locura querer se autosuficiente o pensar que se puede depender exclusivamente de los hombres para hacer de la vida algo que valga la pena.  Lo cual no significa que uno sea malo o que los demás sean malos; simplemente, que sin Dios nadie puede hacernos felices.  Recurrir a Dios y depender de Él es la única forma realista de vivir la vida.

Una de las maravillas de la Navidad es que el Hijo eterno de Dios no consideró su divinidad como algo a lo que debía aferrarse, sino que se rebajó para venir a vivir entre nosotros como un hombre.  Quiso depender de su Padre, en cuanto a su humanidad, en la misma forma que nosotros dependemos de nuestros padres.  Este acto de humildad es el modelo para todos nosotros.

Mt 7, 21. 24-27

Jesús nos dice: «No todo el que me diga: ¡Señor, Señor!, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre, que está en los cielos».  Quizá cuando cantamos los cantos de Navidad somos iguales a los que dicen «¡Señor, Señor!», pero no hacemos ningún esfuerzo perseverante para cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida.  Lo que Dios quiere es que aprendamos a vivir como hijos suyos, como hermanos y hermanas, con amor y preocupación, con paciencia y aceptación mutua.  Son bonitos y buenos los sentimientos que tenemos en Navidad, pero no bastan.  No podemos construir nuestra religión sobre cimientos exclusivamente emocionales.  Como arenas movedizas, los sentimientos cambian.  Dios quiere que vivamos juntos siempre, como hijos suyos, no sólo cuando nuestras emociones son buenas o cuando los demás son amables con nosotros.  Necesitamos el cimiento firme de la constancia, el esfuerzo decidido para no ser egoístas, sino generosos con los demás.  En una palabra, necesitamos ser más como Cristo mismo.

Durante este Adviento necesitamos examinar nuestro trato con los demás.  Hemos de intentar seriamente practicar nuestra religión de amor.  Debemos consagrar más tiempo para pedir a Dios que nos ayude a cumplir su voluntad en nuestro trato con los demás.  Así podremos celebrar todos los días la Navidad durante el año que entra.