Jn 14, 27-31
Cristo se está despidiendo. Se acerca su pasión, morirá en la cruz por nosotros, y nos quiere dar las recomendaciones finales, nos quiere dejar las lecciones que Él considera más importantes.
Primero nos da su paz. Como quisiéramos que estas palabras de Jesús se hicieran realidad en este día, cómo necesitamos la paz. Las encuestas, los comentarios, las esperanzas o las desesperanzas están fuertemente relacionados con la inseguridad, con el crimen, con la corrupción. Hemos perdido la paz y queremos que Cristo hoy nos proporcione esa paz y entendemos claramente que no es la paz del mundo que se basa en las armas, en los castigos, en las penas y en las venganzas.
Queremos esa paz que brota del interior de la persona porque está tranquila nuestra conciencia. Queremos esa paz y serenidad que se siente cuando se mira el rostro del otro y se descubre la sonrisa y el gesto en sus manos. Queremos esa paz donde la pareja dialoga, se apoya, se perdona y se entienden. Queremos encontrar la verdadera paz del hogar, donde cada casa sea un nido de amor y no una cueva de agresiones y discusiones.
Las protestas y marchas que se dan en nuestra sociedad, parecen tener un mismo objetivo que en silencio grita paz. Pero es que no hemos entendido, ni aceptado la paz que Jesús propone. Cuando Él habla de que la felicidad se encuentra en el servicio, nosotros decimos que se encuentra en el poder. Cuando Él nos enseña que el que quiera ser el mayor se haga el último, nosotros nos peleamos por ser los primeros. Cuando Él reconoce en cada persona un hermano, nosotros descubrimos un enemigo o a alguien a quien utilizar para nuestros propósitos. Cuando Él habla del perdón, del amor, de la reconciliación, nosotros hablamos de venganza, de indemnizaciones y de egoísmo.
Hemos puesto en nuestro corazón bienes y ambiciones que no nos conducen a la paz, y después nos asustamos que nuestro corazón esté angustiado.
Hemos enseñado que vale más quien más tiene y después nos horrorizamos de los crímenes en las luchas de poder. Ponemos nuestras esperanzas en el dinero y en el placer y después nos descubrimos huecos, vacíos y sedientos.
Hoy, Señor Jesús queremos pedirte que nos otorgues esa paz que prometiste, ya sabemos que no la hemos merecido y que nos hemos equivocado en nuestros caminos, pero insistimos en que queremos tu paz. Tú purifica nuestro corazón, renuévalo y concédenos tu paz.