Jueves de la V Semana de Pascua

Hech 15, 7-21

Este discurso que hemos escuchado es lo que luego se conocerá en la Iglesia como el primer Concilio o el Concilio de Jerusalén. A partir de entonces, cuando ha habido diferencias en la Iglesia, o cuando ha sido necesario clarificar, sea la doctrina como la acción pastoral en el pueblo de Dios, todos los obispos, sucesores de los apóstoles y encargados del pastoreo del rebaño del Señor, se han reunido a fin de clarificar, iluminar o dar la correcta dirección a los asuntos de la Iglesia.

Desde ese primer concilio en el que se clarifica cual es la doctrina de la Justificación (que es por medio de la fe en Cristo y no por la observancia de la circuncisión), han existido 21 Concilios Ecuménicos en la Iglesia.

Todo buen cristiano debía tener una copia de los documentos del último concilio celebrado en la Ciudad del Vaticano y que es conocido como Concilio Vaticano II en el cual se trataron temas que han venido a devolverle la frescura del Espíritu a la Iglesia. De particular interés para todos nosotros es la Constitución «Lumen Gentium» sobre el papel de la Iglesia en el mundo.

Jn 15, 9-11

La auténtica vida cristiana es mantenerse en el amor de Cristo, permanecer en Él; ese amor se vive en la comunidad y se irradia al mundo. Eso es lo que pide ahora Jesús a sus discípulos. Les pide que permanezcan en su amor. Ese amor no es una simple teoría, sino la fidelidad a su palabra. Deberíamos sentir vergüenza de que el Señor Jesús nos repitiera tan insistentemente que nos ama y nos pidiera que permanezcamos en su amor.

Jesús nos ama con el mismo amor con que ama el Padre. Cristo nos ama hasta el exceso. Y Él quiere que nosotros le amemos, como Él nos ama. Es impensable, que Dios nos ame tan sin límites y nosotros respondamos a ese amor infinito con un amor frío y mezquino. Cuando realmente se ama, ese amor exige sacrificios; pero esos sacrificios, no nos son costosos porque amamos.

Eso es lo que nos pasa, humanamente hablando. Y con Dios no es diferente. Si amamos a Dios, no podremos no guardar sus mandatos. Pero no los guardaremos… porque es obligación,… ni porque le tememos,… los guardaremos por amor a Él.

Pero nos es difícil vivir este mandamiento del Señor, si el Padre no nos atrae fuertemente hacia su Hijo, y en Él aprendemos a amar. El Espíritu Santo debe ser nuestro maestro en este arte de amar. Ese Espíritu Santo que es Amor, nos va guiando al verdadero amor paternal, hasta que en nosotros haya una entrega total como la de Jesús.

Y como Jesús les había hablado a sus discípulos de su partida y ellos estaban tristes, el Señor les repite una vez más: “les he dicho esto para que mi gozo esté en ustedes  y su gozo sea pleno”. Jesús va al Padre para esperar allí a todos sus discípulos y así unirse con ellos no ya de un modo provisorio sino definitivo. Por eso nada ni nadie puede arrebatar al cristiano la alegría. Porque la alegría de un cristiano no se fundamenta en algo pasajero, en “seguridades”, en “beneficios”. La alegría de un cristiano está en la convicción de que ha sido elegido por Dios; en que su nombre está escrito en el Reino de Dios y en la seguridad que Dios nos ama; que Jesús nos ama y nos espera en su Reino

Miércoles de la V Semana de Pascua

Hech 15, 1-6

En algunos pasajes vemos lo importante que es la Jerarquía de la Iglesia para que el Espíritu pueda construir la Iglesia. En nuestra lectura hemos visto como ha surgido una diferencia en la comunidad: los paganos convertidos ¿se deben circuncidar? ¿Quién ha de decidir esto? ¿qué grupo es el que tiene la razón? Movidos por el Espíritu, deciden no tomar esta decisión por su cuenta sino consultarla con la Jerarquía de la Iglesia.

Hoy en día las decisiones difíciles en materia de fe y costumbres continúan siendo puestas en claro por los obispos, sucesores de los Apóstoles. La obediencia a la jerarquía de la Iglesia es la garantía de la unidad.

Es posible que «nuestra opinión» sea contraria, pero ni aun teniendo una revelación privada podemos ir contra el magisterio de la Iglesia. Si verdaderamente queremos hacer la voluntad de Dios y no vernos envueltos en las mentiras del demonio que se viste de luz, debemos confiar en que el poder de discernir lo dejó el Señor en la Jerarquía Eclesiástica (a pesar de ser como nosotros, hombres pecadores y débiles).

Jn 15, 1-8

Dios nos pide que nos amemos, y nos pide que lo hagamos como el propio Cristo nos amó, esto es, hasta el extremo de dar la vida. Pero ¿resume ese Mandamiento Nuevo todo lo que Dios nos pide?

Para empezar, habría que decir que el Mandamiento Nuevo nos desborda. Todos sabemos lo sencillo que puede ser amar a quien nos ama. Podemos llegar incluso a dar la vida por algunas personas, como muchas madres la darían por sus hijos. Pero amar, como Cristo, a nuestros enemigos… Entregar libremente la existencia por quien nos ha traicionado o por quien nos ha roto el corazón… Perdonar a quien nos hace la vida imposible… Todo eso es superior a nuestras fuerzas humanas. Además, en caso de que llegásemos a cumplirlo, ¿serviría de algo si no amamos a Dios y vivimos a espaldas de su Amor por nosotros? ¿Podría esa entrega salvarnos si se trata de un mero altruismo, de una obra humana realizada al margen de la gracia? No olvidemos que la Ley de Dios se resume en dos mandatos: amarás a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo. Sin cumplir el primero, ¿acaso podrá salvarnos el segundo? Dios nos pide, desde luego, que cumplamos ese Mandamiento Nuevo; pero el Mandamiento Nuevo no resume la Ley de Dios.

Si hubiera que resumir, en una sola frase, todo lo que Dios nos pide, habría que emplear el texto del evangelio de hoy: «permanezcan en mi»… Dios nos pide que nos abracemos a su Hijo Jesús, y no nos separemos de Él jamás. Unidos a Él por la gracia, seremos capaces de amar a nuestros hermanos hasta el punto de entregar la vida por los enemigos. Unidos a Él por la oración diaria, por la comunión frecuente y la renovada confesión sacramental de nuestras culpas, veremos cómo nuestra vida se llena de Dios, cómo nuestras almas se llenan de paz, y cómo nuestros corazones se llenan de una alegría sobrenatural y serena que ningún sufrimiento podrá arrebatarnos. Unidos a Él por la lectura cotidiana del Evangelio, experimentaremos en nuestras vidas una «cristificación» que nos llevará a desaparecer por completo para que sólo Jesús brille en nosotros.

Martes de la V Semana de Pascua

Hech 14, 19-28

Algo que es necesario que recuperemos todos los cristianos, es el celo por la predicación y por la evangelización; el deseo ferviente de que todos los hombres conozcan la verdad de Jesús y vivan de acuerdo al evangelio.

Que recordemos que la vida evangélica y el seguimiento de Jesús nacen de la predicación y no de una legislación. Es necesario que el hombre escuche hablar de Jesús y que lo acepte personalmente, de modo que se llegue a convertir en un auténtico discípulo de Jesús.

En esto, tú y yo tenemos una gran responsabilidad, pues así como san Pablo, debemos aprovechar todo momento y toda circunstancia para hablar de Jesús, para invitar a nuestros amigos y familiares a tener un encuentro personal con Jesús.

Hablemos con valentía y sobre todo con amor, de aquello que ha cambiado nuestra vida, del mensaje que ilumina y llena de paz el corazón: No tengamos miedo de anunciar el Evangelio.

Jn 14, 27-31

Cristo se está despidiendo. Se acerca su pasión, morirá en la cruz por nosotros, y nos quiere dar las recomendaciones finales, nos quiere dejar las lecciones que Él considera más importantes.

Primero nos da su paz, y nos dice que no se turbe nuestro corazón porque «me voy pero volveré» y en otro pasaje: «yo estoy y estaré con ustedes, todos los días, hasta el final del mundo…»

En Él está nuestra paz, es más, Él es nuestra paz, y con Él a nuestro lado, ¿qué nos puede turbar?

Sólo nos podemos preocupar por aquello que afecte nuestra amistad con Él o nuestra salvación eterna, lo demás no es esencial. Sólo Dios, sólo Él.

Las últimas dos líneas de este pasaje son las más importantes: «…llega el príncipe de este mundo. No tiene ningún poder sobre mí, pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según me ha ordenado».

Dicho en palabras más claras, Cristo está diciendo que el demonio no tiene poder sobre Él, pero que va a morir en la cruz libremente porque quiere que aprendamos, que sepamos que lo más importante es amar a Dios, y amar es cumplir sus mandamientos, es obedecerle. Adán y Eva pecaron desobedeciendo, Cristo nos redimió obedeciendo, y obedeciendo por amor.

Lunes de la V Semana de Pascua

Hech 14, 5-17

Este pasaje nos muestra, por un lado, que no siempre la adversidad es algo negativo, sino que forma parte del misterioso plan de Dios. Es gracias a esta persecución que se desata en Iconio que Pablo y Bernabé predicarán el evangelio en otras ciudades.

Esto es importante recordarlo sobre todo cuando las cosas en nuestra vida no van como nosotros lo esperábamos, y más aún cuando por estas circunstancias nos vemos obligados a dejar un trabajo, una ciudad, o una asociación. Debemos siempre pensar que Dios nos está ahora brindando la oportunidad de llevar la buena nueva del Evangelio a otras comunidades, de llevar la alegría y la salvación a quienes aún viven en la oscuridad del pecado.

Por otro lado nos habla del peligro que tenemos de ser vencidos por la adulación de la gente que viendo nuestra vida y las obras que Dios realiza en y por nosotros, lleguemos a pensar que somos nosotros y que efectivamente somos merecedores de la gloria que solo pertenece a Dios.

Seamos, pues cautos y en toda obra buena que realicemos, demos siempre la gloria al único que le pertenece: a Dios.

Jn 14, 21-26

Hace exactamente un mes que hemos celebrado la fiesta del amor, el acto más amoroso que se ha podido dar en la tierra, el hecho más heroico que jamás aconteció: Dios que por amor a los hombres dio su propia vida en rescate por nuestros pecados, como nos dice san Pablo.

“Ámense los unos a los otros como yo los he amado”; es el nuevo mandamiento que sale del Corazón de Dios; no sale de la ley, ni de una prohibición. Sale de un reclamo de Cristo que quiere que le imitemos hasta dar nuestra vida por nuestros hermanos, porque así lo ha hecho Cristo muriendo en la cruz.

Muy cerca de nosotros está la Virgen María; nadie mejor que ella ha amado a Dios y a todos los hombres, pues por su amor en la Anunciación se convirtió en Madre de Dios, y por su amor en la cruz en Madre de todos los hombres; su amor ha sido tan grande que ni siquiera el pecado se ha atrevido a tocarla. La clave de todo está en el amor, donde se encuentra la paz, donde se encuentra la fortaleza en el seguimiento de la Voluntad de Dios.

Como dice san Juan: “Dios es amor”; por lo tanto si llevamos en nuestro corazón a Dios tendremos el verdadero amor, y la medida del amor a Dios está en el amor a nuestros hermanos, porque si no somos unos mentirosos, como dice Santiago.

Sábado de la IV Semana de Pascua

Hech 13, 44-52

A pesar de que todos los primeros cristianos eran judíos, ni Pablo ni otros predicadores lograron hacer conversiones en masa entre los de su propio pueblo.  La finalidad de su predicación era conseguir que aceptaran lo que el propio Jesús proclama en el evangelio de hoy: que El y su Padre son uno.  Jesucristo es Dios hecho hombre, que vino como salvador y como luz de nuestra vida, para conducirnos durante nuestro viaje hacia el Reino celestial de su Padre.

No debería causarnos sorpresa el poco éxito que tuvo Pablo al predicar a los judíos, puesto que, aun actualmente, el conjunto de nuestra sociedad no ha aceptado realmente a Jesucristo.  Para algunos, Jesús queda relegado al papel de un hombre bueno con elevados ideales, pero que, a su juicio, no posee ningún atributo divino.  Otros lo descartan rápidamente como charlatán o como el producto de la imaginación de sus seguidores.  Nosotros mismos no estamos inmunizados contra las influencias hostiles que nos rodean.

Dentro de nuestra sociedad se encuentran aquellos que están dispuestos a poner su confianza en los comentadores de televisión o en los que escriben en los periódicos, que en Jesucristo.  Dan mayor crédito a los consejos del psicólogo que a las enseñanzas del Evangelio.  Y prefieren seguir una vida de auto-complacencia, antes que aceptar las exigencias de los discípulos de Cristo, que aceptan el sacrificio personal y los actos de generosidad.  Confunden el libertinaje sexual con el amor verdadero, y los placeres, con la felicidad.

El cristianismo no es una forma dura, amarga y triste de hacer frente a la vida.  Más bien, es la fuente de la verdadera y perdurable felicidad.  La alegría es el eco de la vida de Dios en nosotros.  Debería surgir espontáneamente la alegría dentro de nosotros, cuando hacemos el esfuerzo de seguir a Cristo por el camino que nos conduce a la vida eterna.

Jn 14, 7-14

“La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre” (Gaudium et Spes 1) El Santo Padre describe al cristiano como un hombre que camina hacia la casa del Padre. Esta meta es la que explica y rige todo su obrar.

¡Queremos ver al Padre! Con esas palabras el cristiano recorre la vida como un verdadero hijo de Dios, como hombre resucitado. De ahí nace un caminar alegre y lleno de esperanza. Bajo ese deseo los mártires pudieron soportar los más atroces tormentos. Y está claro el porqué, pues no es sólo un deseo humano noble y bueno, sino una ayuda continua del Espíritu Santo. Como dicen algunos cantos, él es la mano de Dios que cura al hijo enfermo cuando éste lo necesita, consuela al afligido, fortalece al débil y cuida al que ya avanza por la vía que conduce al cielo. Cristo, con su muerte y resurrección, nos ha donado y asegurado esta esperanza y esta asistencia. No divaguemos más en nuestro caminar. Vayamos a la oración y pidamos al Padre que nos permita vivir con el deseo de llegar a Él al final de la vida, amparados por su misericordia y guiados por su Espíritu de Amor.

Viernes de la IV Semana de Pascua

Hech 13, 26-33

Cuando el corazón está lleno del amor de Dios no puede hacer otra cosa que amar e invitar a conocer el amor de Dios por medio del anuncio de la Buena noticia del Evangelio.

Pablo, enamorado y seducido por este amor, no cesa de invitar a todo mundo a conocer y participar de la vida en el Espíritu la cual se ha hecho una realidad por la resurrección de Jesucristo y el envío del Espíritu Santo.

Tú también puedes con tu vida, con tus actitudes, con tu amor, ser una invitación abierta y constante para que los que viven a tu lado participen y disfruten también del cielo, no solo al final de su vida, sino incluso ya desde ahora (si bien no es en la plenitud que tendremos en la eternidad, si poseemos ya las primicias de éste). Conviértete tú también en un testigo de Jesús en tu comunidad.

Jn 14, 1-6

Cuando alguien ama a una persona y la ve en problemas, lo primero que le viene a la mente es: «no te preocupes, yo te ayudaré» ¿Cuánta alegría siente el corazón, al escuchar estas palabras? Mucha paz da que el hombre sienta el apoyo de aquel que ama, además porque se nos presenta como una ayuda querida.

Esto es lo mismo que Cristo ha visto en sus discípulos. «No pierdan la paz», les ha dicho y continúa diciéndonoslo a nosotros cada día. Él es la Paz, la Bondad, la Felicidad. Él nos dará los consuelos necesarios en los momentos de mayores dificultades en nuestra vida.

Cristo quiere que le pidamos la gracia de la paz del alma, de la tranquilidad de la vida, de la sencillez con la que viven los niños, despreocupados de todo, metidos sólo en lo que están haciendo en ese momento. Las dificultades se presentarán, pero si tenemos a Cristo, que es la Paz, será más fácil sobrellevarlas.

El camino para llegar al cielo es una vida vivida en Jesús, con Jesús, de acuerdo a Jesús, para Jesús, desde Jesús. San Pablo lo resume en: Es vivir en Cristo, de manera que ya no soy yo sino que es Cristo quien vive en mí. Es un proceso de despojarse del hombre viejo, del hombre que quiere vivir en sí mismo, para sí mismo y desde su propio egoísmo. El camino es revestirnos de Jesús, buscar como lo dice Pablo: Tener las mismas actitudes de Él, que siendo Dios se rebajó hasta hacerse semejante a nosotros. Pedro en su carta nos invita a «seguir las huellas de nuestro pastor». Si verdaderamente queremos llegar un día a habitar el lugar preparado por Jesús para cada uno de nosotros… ya sabemos cual es el camino.

Vivamos con la sencillez de quien sabe que todo lo recibe de Aquél a quien ama, y lo cuida en todo momento.

San Matías Apóstol

Jn 15, 9-17

Hoy celebramos la fiesta de San Matías, Apóstol. ¿Qué se requiere para ser un apóstol? Era muy difícil la elección para sustituir a Judas. No solamente porque el puesto del traidor sería visto con dolor, sino porque para encontrar un verdadero discípulo se pondrían muchas condiciones.

Las dos lecturas de este día nos ofrecen las pistas para ser verdaderos discípulos de Jesús. Las condiciones que le ponen al substituto de Judas es que sea alguien que ha acompañado a Jesús durante toda su vida pública: desde que fue bautizado hasta su ascensión. Pero no sólo un acompañante, sino que tiene que ser un testigo de la resurrección de Jesús.

¿Cómo ser testigo de Jesús Resucitado? El testimonio que nosotros podemos ofrecer aparece claramente en el evangelio: reconocerse primeramente amado por Jesús, permanecer en ese amor y amar como ama Jesús. 

El amor que Jesús nos ofrece es gratuito. El amor que nosotros debemos ofrecer a los hermanos es también gratuito.

La elección de Matías tuvo por una parte una cuidadosa selección por parte de la comunidad, pero además se pusieron en oración y se confiaron a la providencia para que fuera elegido conforme al Espíritu. Quizás nos parezca hasta una forma infantil de hacer elecciones, eso de echar suertes, pero lo que quiere resaltar el libro de los Hechos, es la conciencia que tenía la comunidad de que todo era obra del Espíritu. Así queda muy claro que no es tanto por las cualidades y por los méritos propios, sino que es por la gratuidad del Espíritu que había sido elegido.

Cristo insiste en este aspecto al señalarnos que no somos nosotros los que lo hemos elegido, sino que es Él quien nos ha elegido. Así que no tendremos nada de que vanagloriarnos, ni por lo cual actuar como si fuéramos héroes a la hora de seguir a Jesús. Todo es gratuidad y sin mérito propio.

Ojalá que también hoy nosotros apreciemos este regalo de sabernos llamados por Jesús, de ser considerados de los suyos, de sus amigos y confidentes. Y así nos dispongamos a dar los frutos que Él espera de nosotros.

Martes de la IV Semana de Pascua

Hech 11, 19-26

Este pasaje de nuevo nos muestra cómo una situación que en sí misma es triste y dolorosa como es el martirio de Esteban, se convierte, por la gracia de Dios, en fuente de bendición para muchos.

Gracias a la persecución que se desata en Jerusalén contra los discípulos de Jesús por parte de las autoridades judías, es como el Evangelio sale de la ciudad para llegar a la que en ese tiempo sería la tercera ciudad romana en importancia.

Y es que Dios se vale de todos los acontecimientos de nuestras vida, incluso de los que podríamos considerar desagradables (casi podríamos decir que principalmente de éstos) para que el mensaje del evangelio llegue a aquellos que no lo conocen o no lo aman. De nosotros solo espera docilidad a su Espíritu y que confiando plenamente en su amor hablemos a los demás del Evangelio.

Deja que Dios convierta todo acontecimiento en tu vida en una oportunidad para que Él sea más conocido y más amado.

Jn 10, 22-30

Él nos lo dice: Yo soy el Cristo. Pero muchas veces no lo escuchamos. Él nos habla siempre con hechos más que con palabras. ¿Cuántos milagros se han realizado a lo largo de los siglos en la Iglesia y cuán poca confianza a veces tenemos? Es Cristo quien nos está hablando a través de todas estas obras.

Nos habla sobre todo en el silencio, en un atardecer en el mar, en la brisa cargada de fragancias de los campos, en el canto de los pajaritos… son las palabras de Dios que utiliza para comunicarnos su amor. Dios no nos habla en la fuerza de la tormenta, ni en el huracán, nos habla en el susurro de la brisa.

Además el Señor es nuestro Pastor, con Él nada temeremos, porque nos protege bajo su mano. Él se olvida de sí mismo para darnos su amor, como un verdadero Pastor sufre frío, calor, cansancio, sed, hambre… por amor.

Nosotros somos las ovejas de Cristo, fuimos entregados a Él por el mismo Padre celestial. Tanto es el amor de Dios que en todo momento se recuerda de nosotros. Nunca seremos arrebatados de la mano del Padre. Él nos protege y nos cuida entre sus manos.

Él y el Padre son uno. Uno que significa unidad, reflejo e imagen de la unidad que tenemos que vivir entre nosotros. Los hijos con los padres, los padres entre sí, los hermanos, los amigos, los que no conozco, los enemigos. Es el ejemplo de Cristo el que debemos imitar.

Lunes de la IV Semana de Pascua

Hech 11, 1-18

De nuevo aparece en escena el binomio: oración – Voluntad de Dios. Fue precisamente estando en oración como Pedro y el hombre que fue bautizado por éste, fueron advertidos estando en oración.

Y es que la oración es el medio ordinario por el cual Dios va comunicando su voluntad a sus hijos, de manera que una persona que ora todos los días, y que busca con todo su corazón al Señor sin lugar a dudas que aun en la más oscura de las noches, encontrará el camino seguro; en medio de la crisis caminos de solución; en la pena y el dolor la consolación y sobre todo, en todo momento irá descubriendo la voluntad de Dios para cada uno de sus proyectos e iniciativas.

La oración es el «medio» en el cual el Espíritu se manifiesta, concediendo a sus fieles abundantes dones, carismas y consolaciones. De manera que no orar puede ser considerado como un verdadero suicidio espiritual.

Un santo sacerdote decía: «Nunca dejes lo importante por hacer lo urgente… recuerda siempre que lo más importante de tu día es tu oración».

Jn 10, 1-10

Jesús es el Buen Pastor, que conoce a cada una de sus ovejas por el nombre y está dispuesto a dejar las noventa y nueve, para buscar a la descarriada. Él es un hombre para los demás. Amar es tan inevitable y irremediable para Él como quemar para una llama.  Él es también la puerta de las ovejas.

Pero para entrar por esta puerta hay que dejar primero que Cristo abra nuestra puerta y entre en nuestro interior, pues sólo sus ovejas, es decir las que lo conocen, escuchan su voz, son capaces de reconocer al pastor y encontrar resguardo y sosiego ante los abusos y peligros del mundo.

No tenemos que tener miedo de abrir las puertas de nuestro corazón a Cristo, como Él nos abre las puertas del paraíso. Ni de abrir las puertas de nuestro corazón a los hombres, para que sepan encontrar también en nosotros el amor, que caracteriza los discípulos de Jesús.

Abriendo nuestro corazón a Dios y a todos los hombres, es como pertenecemos al rebaño de Cristo y cómo podemos entrar por la puerta que nos da la vida en abundancia. El amor es la llave maestra, que abre la Puerta, que abre de par en par el Corazón de Jesús.

Preguntémonos hoy, ¿realmente conozco a Jesús? ¿Qué es en realidad lo que conozco de Él? ¿Abro la puerta de mi corazón para que Él entre?

Sábado de la III Semana de Pascua

Hch 9, 31-42

En la primera lectura de hoy vemos a Pedro haciendo milagros, curando a un enfermo e, incluso, resucitando a un muerto.  Es el tipo de cosas que estamos acostumbrados a ver que Jesús hace en el Evangelio.  En efecto, bien podríamos sustituir el nombre de Pedro por el de Jesús en la primera lectura, y ésta nos hubiera sonado mucho muy parecida a un evangelio narrativo, a no ser por un elemento importante: Jesús obraba milagros en su propio nombre y por su propio poder.  San Pedro hacía milagros, pero sólo en el nombre de Jesús y con su poder.  Notemos con qué claridad san Pedro afirma este punto cuando le dice a Eneas, el paralítico: «Eneas, Jesucristo te da la salud».

Jn 6, 60-69

El evangelio cierra el capítulo 6 de Juan. Veo en este epílogo un movimiento en cuatro tiempos:

Primer tiempo: reacción increyente de los discípulos. La reacción de muchos discípulos ante las palabras de Jesús se parece mucho a nuestra reacción: Este modo de hablar es duro. ¿No es esta la impresión que a veces tenemos y tienen otras personas con respecto al Evangelio y, sobre todo, con respecto a algunas enseñanzas de la Iglesia?

Segundo tiempo: respuesta de Jesús. Las palabras, por sí mismas, no significan nada. El Espíritu es quien da vida… Las palabras que les he dicho son espíritu y vida.

Tercer tiempo: pregunta de Jesús. Cuando experimentamos el desconcierto, el cansancio, la dificultad de un compromiso sostenido, cuando se nos hace dura la fidelidad, podemos sentir dirigidas a nosotros las palabras de Jesús: ¿También ustedes quieren dejarme?

Cuarto tiempo: reacción creyente de los discípulos. La experiencia del día a día se impone a las angustias de los momentos de crisis. Pedro personaliza al creyente que somos cada uno cuando nos dejamos vivificar por el Espíritu: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes Palabras de vida eterna.

La dureza de la fe puede llevarnos al cansancio y al abandono. Son muchos los bautizados que han optado por marcharse, por buscar caminos más sencillos, por no “comprometerse”. ¿Qué creyente no ha vivido alguna vez esta tentación? Aquí vale, aunque parezca un poco irreverente, el mensaje publicitario del que abusan los fabricantes de detergentes: Busque, compare, y si encuentra algo mejor… Un creyente de hoy es el que, por más que lo intenta, no encuentra nada mejor que Jesús. Y se le nota. A veces, hasta es conveniente que corra alguna aventura de alejamiento, para que comprenda mejor el tesoro insondable que es Dios.