Hay muchas luces en nuestras celebraciones navideñas: las del pesebre, las del árbol de navidad, las luces con que adornamos nuestros hogares. También las ciudades se engalanan por estos días de luces permanentes y de luces fugaces: los fuegos de artificio, las luces de las vitrinas de los almacenes y de los avisos publicitarios.
Si la Navidad es el grito esplendoroso por una luz que ilumina nuestras tinieblas, todos los días siguientes podemos comprobar y experimentar la alegría de vivir en la luz. Simeón y Ana al contemplar a aquel Niño sienten la plenitud de sus vidas y considera que han realizado todos sus afanes.
La luz de Cristo ilumina lo más profundo de nuestro espíritu y nos transforma de tal manera que experimentamos la grandeza de ser hijo de Dios.
La Presentación de Jesús en el Templo, recogiendo una noble tradición del pueblo de Israel, sirve de marco para presentar a Jesús como la luz de todas las naciones y abrir el horizonte de la salvación a todos los pueblos.
¿A qué luz se refiere Simeón? Indudablemente que al Mesías prometido a Israel. Pero es sorprendente que ese mismo Niño se ha reconocido como Luz de todos los pueblos. Si permitiéramos a esa Luz iluminar nuestras tinieblas, nuestra vida, indudablemente, sería de otra manera.
San Juan ha experimentado en carne propia la presencia de esta Luz y no se conforma con haberla recibido, sino que se decide a transmitirla a todos los que lo rodean. Reconoce exactamente cuáles son las tinieblas que nos rodean: Quién odia a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas y no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.
Nosotros con frecuencia decimos de una persona que estaba sedada por el odio o no pudo discernir a causa de su enfado o su coraje. Los sentimientos de odio siempre cierran los ojos y nos colocan en las tinieblas. Pero cuando el odio, la ambición y las rivalidades son constantes se vive en plena oscuridad.
San Juan nos ofrece la oportunidad de acercarnos a la Luz verdadera que es Cristo que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Nos asegura que quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza.
La Navidad nos ofrece ciertamente un tiempo como de remanso y de paz para reconocer y encontrarnos con nuestros hermanos. Pero debería de ser una actitud constante: Amar, perdonar y sentirnos cerca de nuestros hermanos. Sí Cristo nos ama tanto, ¿por qué no amar también nosotros a los que nos rodean?
Dejémonos iluminar por la Luz del amor que nos trae Jesús.