Mc 1, 21-28
Que tiene de especial el mensaje de Jesús que toca el corazón de todos los que lo escuchan, ¿Por qué sus palabras suenan tan diferentes a la de los escribas tan eruditos y enterados, pero tan lejos de la situación en que vive el pueblo?
Ahora también llega Jesús para cada uno de nosotros y también para nosotros tiene una palabra muy concreta. Viene a manifestarnos una realidad diferente: el Reino de Dios. Un Reino que manifiesta la gran misericordia de Dios y que se hace cercano a todos los que caminamos en esperanza y ponemos nuestra confianza en el Señor.
El inicio del año nos trae nuevas esperanzas, aunque también se anuncian fuertes nubarrones, pero el cristiano contempla a Jesús, escucha su Palabra y asume como propia la misma misión de Jesús. Por eso tenemos que dejar que penetre la Palabra de Dios en nuestro corazón. Este es el primer paso para la conversión propia y de nuestras estructuras.
Hay que abrir la mente, nuestros oídos, nuestros ojos y tratar de captar qué es lo que pide Jesús. Esta tiene que ser la tarea principal de este año que vamos comenzando.
Las consecuencias son claras, después de que san Marcos nos presenta la forma en que Jesús predica, nos hace notar que no sólo predica, sino que expulsa un espíritu inmundo.
El espíritu inmundo, el demonio, en la cultura judía es símbolo de todo el mal, físico, moral, social que afecta a la comunidad. Quizás también hoy nuestro mundo exclame que quiere Jesús de Nazaret con estos ambientes que no están dispuestos a aceptar su evangelio. Pero el verdadero cristiano se comprometerá a anunciar un Reino que propicie una nueva generación donde se viva en paz, en armonía y fraternidad.
Jesús tiene autoridad en nuestros días, no la autoridad del poder o del dinero, no la autoridad de las armas o de la fuerza, sino la autoridad que le da el amor que se entrega hasta las últimas consecuencias.
Por eso cada uno de nosotros se debe comprometer a llevar la Buena Nueva y a expulsar a los espíritus inmundos que están en nuestro ambiente.