Martes de la XXXI Semana Ordinaria

Fil 2, 5-11

Jesucristo es el Hijo eterno del Padre, igual a El en todo.  Su historia humana comenzó cuando bajó a la escena humana.  Como dice san Pablo: «Jesús se anonadó a sí mismo tomando la condición de siervo y se hizo semejante a los hombres».  Una virtud superior actuaba  dentro de Jesús.  Esta virtud era amorosa obediencia al Padre celestial.  Esta virtud lo condujo a la muerte de cruz y al principio dio la impresión de ser un personaje trágico.  Pero precisamente por la obediencia amorosa de Jesús, el Padre lo exaltó al resucitarlo de entre los muertos. 

La muerte no fue el final, sino la que lo condujo a la gloria eterna con el Padre.

Nuestro Padre Dios tiene el mismo plan para nosotros. 

Lc 14, 15-24

Continuamos oyendo las enseñanzas de Jesús, situadas en el ambiente de la comida a la que había sido invitado por un importante fariseo.

En la Escritura el Reino de Dios es comparado muchas veces a un banquete, Cristo hizo particularmente uso de esta comparación.  Recordemos que el primer milagro de Jesús fue hecho en Caná, en un banquete.

Dios tiene un plan para cada uno de nosotros.  En realidad su plan es una invitación, como la del individuo descrito en el Evangelio, que ofreció un gran banquete.  De nosotros depende aceptar esa invitación.  Para ello,  primero necesitamos fe.  Esta fe debe llevarnos a ver que en la vida de Jesús encontramos el plan de vida para nosotros. 

Llevamos dentro de nosotros un tremendo defecto, que es el pecado.  Sin embargo, con la ayuda de Dios, podemos responder a la invitación del Señor, con una amorosa obediencia, como la de Jesús.

Dios nos va invitando día a día a seguirlo, a entrar en el banquete del Reino, ¿respondemos a la invitación?