Jueves de la VII Semana de Pascua

Jn 17, 20-26

El tema central de las palabras de Jesús en el evangelio de este día es la unión, uno de sus fuertes deseos. Nos recuerda la íntima unión que él tiene con su Padre y la unión que debe reinar entre todos sus seguidores: “Para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti”. E insiste nuevamente en la deseada unión: “Que sean uno, como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para sean completamente uno”. Esa unión será el mejor testimonio para convencer al mundo de que el Padre le ha envidado hasta nosotros y que nos ama.

Contemplando nuestra realidad cristiana, vemos que a este sublime deseo de Jesús hay que aplicarle la fórmula escatológica, el “ya, pero todavía no”. Ya vivimos entre nosotros esa unidad, pero todavía no perfectamente, hay demasiadas desuniones entre nosotros. Hemos de esperar al encuentro definitivo con nuestro Padre Dios y con su Hijo Jesús, después de nuestra muerte, para que se cumpla totalmente el deseo de Jesús: “Padre, este es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo, donde yo estoy, y contemplen mi gloria, la que me diste”. Lo que nos toca ahora es seguir luchando por la unión entre todos nosotros. 

Miércoles de la VII Semana de Pascua

Jn 17, 11-19

Para ello les ofrece una serie de consejos, comenzando por esta recomendación: “Cuidad de vosotros mismos y de todo el rebaño de Dios… Estad alerta y acordaos de que durante tres años, noche y día no me cansé de amonestar con lágrimas, a cada uno de vosotros”.

Es la labor que han asumido al ser imbuidos del Espíritu que promueve a hombres, a fin de cumplir esa tarea de cuidar y vigilar a la iglesia del Padre, adquirida por la sangre de Cristo.

Pese a las dificultades, en esa labor no deben dejarse dominar por el miedo. Así trabajó él, sin desánimo y con valentía, dejando de lado el miedo que sujeta e impide obrar como es debido. El discurso concluye con la invitación a esos “presbíteros” a trabajar con desinterés material, recordando esas palabras de Jesús que solo él nos ha transmitido: “hay más alegría en dar que en recibir”.

La despedida es un acto entrañable. Están en la playa y, a punto de zarpar el barco, oran todos juntos. La tristeza invade a los presentes y el llanto los invade a todos. Lloran, sobre todo porque han oído a Pablo que no volverían a verlo. Alguien que ha vivido y se ha desvivido por aquella comunidad, luchando incansablemente por mantenerlos fieles a la fe que él les ha predicado, provoca ese sentimiento de tristeza. Con ese dolor lo acompañan hasta el barco y Pablo prosigue su viaje a Jerusalén.

En todo ello queda patente lo que significó su presencia en aquella comunidad, en un afán de mantener vivo el espíritu, batallando ante la deriva que se presentía en aquella comunidad. Allí trabajó y se esforzó por no ser gravoso a nadie. Allí expresó el amor a Jesucristo y en él a aquellas personas que habían sido fieles a su doctrina.

Padre santo, que sean uno, como nosotros

En el contexto de la última Cena el evangelista nos transmite la oración de Jesús por los suyos. Es una larga oración donde queda patente, en síntesis, la teología de Juan. En ese resumen quedan reflejados temas importantes de su teología.

Jesús se dirige al Padre. En esa oración muestra su preocupación por los discípulos que quedan en el mundo, un poco a la intemperie ante la marcha de quien ha aglutinado y alimentado con su palabra a esa pequeña comunidad. Se prevé un futuro difícil, como ha sido la propia vida de Jesús. Su presencia los ha resguardado del mal. Ante la incertidumbre que se avecina Jesús expresa tres deseos que son su preocupación.

La unidad

Es la primera preocupación de Jesús. Ante su marcha ruega al Padre para que sus discípulos vivan en la unidad. Una unidad que no es algo material, el simple estar juntos. La unión que Jesús desea es la misma que hay entre Él y el Padre. Jesús quiere que sus discípulos, manifiesten ante el mundo que sus seguidores tienen el mismo principio de vida que Él ha manifestado: el amor, ese vínculo profundo que los identifica ante los demás como sus discípulos. Un amor expresado en la entrega, en el servicio y el olvido de uno mismo. En definitiva, el mismo amor que Él va a manifestar al asumir el camino de la Cruz.

La alegría

El estilo de vida que Él ha traído no ha de ser vivido desde la tristeza o la amargura. La entrega, además de generosa, debe ser alegre. Todo aquel que ha encontrado a Jesús ha de compartir la misma alegría que Él vivió. Quiere que cuantos se decidan a seguirlo, lo hagan con entusiasmo, aunque no estén exentos de problemas y tribulaciones.

La seguridad de seguir al Hijo de Dios debe caracterizarse por la ausencia de miedo. Él es el camino, la verdad y la vida. Esa seguridad no puede quedar nublada por los contratiempos que han de presentarse en el transcurso de la vida. Habrá que asumir todo con entereza, pero siempre debe estar transido por la esperanza y con ella la alegría. Ese conjunto de seguridades que Él ofrece a todos, debe proporcionarnos una alegría profunda. No es la alegría circunstancial, que varía según los estados de ánimo. Debe ser la alegría completa que nace de la seguridad de saber por qué vivimos y para qué vivimos.

Para vivir todo ello hemos de huir de vivir con los principios del mundo. Debemos estar en el mundo, pero nunca absorbidos por él.

La verdad

Es un término que San Juan usa con bastante frecuencia, tanto en su evangelio como en sus cartas. La verdad para S. Juan es el mismo Jesús. Él nos descubre la verdad suprema que es Dios. Él, como la verdad, nunca puede ser manipulable.

Hoy da la sensación de que la verdad está ausente de nuestras relaciones; su lugar lo ha ocupado la posverdad. Un término que hace referencia a la manipulación con la que se distorsionan los hechos para crear una opinión pública interesada, sectaria. Es una falsedad donde la realidad se convierte en algo adaptativo. Por eso se usan más las emociones que la razón. Por todo ello, hoy más que nunca, se nos pide huir de la mentira, tan comúnmente aceptada en todos los ambientes. Quizá esa relativización de la verdad tenga algo que ver con haber alejado a la Verdad, que es Jesucristo, de nuestras vidas. La pregunta de Pilato a Jesús parece sobrevolar despectivamente en nuestras relaciones donde muere la verdad al alejarnos de la Verdad.

La Palabra de Dios llega un día más a nuestras vidas. Preguntémonos con sinceridad si estos tres deseos de Jesús siguen vivos en nosotros. Si no lo fueran hagamos un esfuerzo para que se reaviven y se hagan realidad en nosotros.

Martes de la VII Semana de Pascua

Jn 17, 1-11

Este precioso pasaje del Evangelio de San Juan lo podemos ver como un resumen del paso de Cristo por la tierra: Él vino a predicar el Reino de Dios, a comunicar a los hombres que el Padre cumplía la promesa hecha a nuestros padres y se reconciliaba con nosotros. La gran obra de la Salvación estaba a punto de cumplirse. Jesús se dirige al Padre y va enumerando todo lo que ha hecho para, al final, encomendarnos a Él cuando ya no esté entre nosotros. Es como una oración íntima y profunda entre ambos, Padre e Hijo. Jesús «da cuenta» de su labor, al mismo tiempo que pide por nosotros y por Él mismo: «…te ruego por ellos… por éstos que Tú me diste»…»Padre, glorifícame cerca de ti».

Visto con nuestros ojos este momento tan íntimo de Jesús con el Padre es como un examen de conciencia, como una rendición de cuentas en la que vemos que ha cumplido punto por punto la tarea que le fue encomendada. Y así nosotros deberíamos hacer lo mismo cada día, en cada momento importante de nuestra vida, cada vez que sentimos la necesidad de ver hasta donde hemos llegado y por donde debemos continuar. Todos tenemos una misión encomendada según nuestras circunstancias y nuestras posibilidades. Al igual que Jesús debemos decirle al Padre como vamos, qué hemos hecho, qué nos falta y qué necesitamos. Es una antigua costumbre que al final del día nos tomemos unos minutos de oración para repasar la jornada ante los ojos de Dios. Os aseguro que es muy bueno hacerlo, nos ayuda a seguir adelante y a renovarnos. No tengáis duda de que el Espíritu Santo nos asiste y nos guía como hizo con San Pablo. Orar, meditar, pensar y con la ayuda de la Santísima Trinidad los problemas de hoy serán glorias mañana. «Ir por el mundo y predicar el Evangelio» nos dijo Cristo antes de partir y, al final, esa es nuestra tarea: dar a conocer el Reino de Dios a través de nuestra vida, de nuestras acciones, de nuestros gestos, con la alegría de ser Hijos de Dios.

Sábado de la VI Semana de Pascua

Jn 16, 23-28

Jesucristo nos enseña a orar y nos invita a pedir para recibir; en el Evangelio nos asegura que si pedimos algo en su nombre, el Padre nos lo va a dar. Estemos alegres al pedir y recibir, ya que pedimos en nombre de Jesús y vamos a recibir el Espíritu Santo, porque el Señor después de subir al cielo lo envió sobre sus apóstoles. Seamos capaces de pedir los dones de este mismo Espíritu.

Vivamos la acogida en la fe, ya que la oración es fuente de gozo, fuente de esperanza, fuente de serenidad. Una tarea para el día de hoy: descansar en Dios. Jesús nos invita a orar para que nuestro gozo sea completo. Dios tiene una actitud de amor, y a nosotros se nos pide una actitud de fe. En la Eucaristía, lo pedimos todo en nombre de Jesús y lo hacemos unidos a Cristo que ora al Padre con nosotros.

Las lecturas de hoy son una invitación a unir nuestro compromiso cristiano de amor y de fe en la oración. Amar y orar es bueno y a un cristiano no se le obliga ni a amar ni a orar. Dios es amor y quiere que le amemos y nos amemos, y la oración nos ayuda a amar mejor; que nuestra oración sea un descanso en el Señor.

Lunes de la VII Semana de Pascua

Jn 16, 29-33

El evangelio de hoy nos sitúa como creyentes en Jesús en la segunda parte de una perícopa de “largo alcance” (Jn 29-32) con un gran final (v.33). En la primera parte (Jn 16,23-28) Jesús ha hecho una declaración solemne a sus discípulos acerca de la relación de estos con el Padre. La unión profunda que sus seguidores tienen con Él es la que los lleva a Dios. Jesús no es un mero intercesor, Jesús nos une a su persona e identidad, para mostrarnos el amor infinito del Padre hacia sus hijos. Dios ofrece su amor al mundo entero, su misericordia es universal, no tiene medida sólo espera que el ser humano sea capaz de responder a tanto amor.

Esta segunda parte comienza con una declaración de los discípulos hacia el Maestro: Ahora sí que hablas claro. Ellos creen que el Padre ha enviado a Jesús y que ya pueden entenderlo todo, sin embargo, el evangelista utilizando la ironía, cuenta como Jesús les ha dicho a los suyos que se acerca la hora de entender plenamente no que ya hubiera llegado. Los discípulos con una fe ilusoria han interpretado mal las palabras de Jesús. El Señor con paciencia y pedagogía hacia aquellos que tanto ama les responde ¿Ahora creéis? La fe auténtica tiene como objeto a Jesús en la cruz y su entrega es fuerza salvadora para toda la humanidad. Los discípulos creen que siguen a un Maestro excepcional, lleno de saber, pero Jesús es Maestro desde la cruz, desde su entrega. Cuando ellos tengan que enfrentarse a esta realidad, abandonarán a Jesús, lo dejarán solo. Pero el Padre está con Él y su presencia se mostrará en la máxima soledad del Señor. No basta reconocer que Jesús viene del Padre también hay que saber que va con el Padre a través de su entrega total en la cruz.

Nuestro texto finaliza con la victoria de Jesús. El Señor quiere tranquilizar a los suyos en medio de persecuciones y situaciones de dificultad. Quien permanezca unido a Él tendrá paz. Solo Jesús puede regalarnos esa paz interior que nos lleva a ser capaces de afrontar cualquier dificultad, que mantiene nuestro ánimo y nos ayuda a vivir con alegría el hoy de nuestra vida. Y todo porque Él ha vencido al mundo, ofreciéndole el don de su entrega y de su amor. Hoy también Jesús puede preguntarnos a nosotros y nosotras: ¿Ahora creéis?

Viernes de la VI Semana de Pascua

Jn 16, 20-23

Hay personas que pasan por el mundo como si siempre estuvieran a disgusto, no se alegran de verdad, se vuelven agresivos y todo les molesta, y con frecuencia les echan la culpa a otros, y al verlos en ese estado, las personas se alejan de ellos, se pierden oportunidades y se generan conflictos.  ¿Está el problema fuera de ellos?  No, el problema está en el corazón.

Es cierto que hay muchas cosas exteriores que pueden influir en nuestro estado de ánimo, pero lo exterior no es lo que de la paz ni la alegría.

Jesús, hoy, nos pone un ejemplo muy vivo: la madre que va a dar a luz y espera a su hijo con ilusión.  Ella estará sufriendo pero lo hace con alegría y esperanza.  Le duele, proferirá gritos de dolor, pero su corazón está alegre.

Hoy, Cristo nos invita a estar alegres, con esa verdadera alegría que brota del corazón, que envuelve a la persona en un ambiente de paz y que nos hace que estemos dispuesto a estar en armonía con los demás.  Ya basta de estar protestando, hoy porque hace calor y mañana porque hace frío; hoy porque hay mucha gente y mañana porque no vino nadie.  Todas las circunstancias externas no pueden modificar la verdadera armonía del corazón.

¿Hay problemas y enfermedades?  Es cierto, tendremos dolores, pero si protestamos en nada remediamos la situación.

¿Qué me dice Jesús en este momento?  ¿Cómo uno mis enfermedades y dolencias a su vida? y ¿cómo siento su presencia conmigo? ¿Cómo puedo transformar estos elementos, que me parecen todos negativos, transformarlos en luz que proporcione alegría?  ¿Qué haría Jesús en una situación semejante?

Cuando sientas que estás muy triste, solitario, te recomiendo que imagines a Jesús cerca de ti y que pienses qué es lo que te pide en ese momento.  Es cierto que algunas veces tendremos ganas de rebelarnos, protestar y reclamarle.  Muchos de los salmos son reclamos a la presencia de Dios y búsqueda de soluciones a graves problemas.  Todo esto lo podemos dialogar con Jesús, pero a lo que no tenemos derecho es a vivir amargados, negativos y sin participación en la búsqueda de soluciones.

Puede la vida ser muy dura, pero será peor para quien la afronta sin esperanzas.  Puede haber muchos problemas, pero serán mayores si no los resolvemos con entereza.  Puede haber mucha soledad y nostalgia, pero será estéril si no la llenamos de la presencia y del amor de Jesús.

Hoy, Jesús está aquí contigo y camina junto a ti.

Jueves de la VI Semana de Pascua

Jn 16, 16-20

Es cierto que a veces Jesús se dirigía a sus apósteles con frases enigmáticas que no entendían: “Dentro de un poco, ya no me veréis; dentro de otro poco, me veréis. Porque voy al Padre”. Son palabras dichas por Jesús antes de su muerte y su resurrección que aclaran su sentido. Por eso nosotros, los cristianos del siglo XXI, que escuchamos sus palabras después de estos especiales acontecimientos, estamos en mejores condiciones de entender lo que Jesús quería decir con esas palabras. Durante un cierto tiempo, “dentro de poco”, del viernes santo al domingo de resurrección, sus apóstoles no iban a poder gozar de la presencia de Jesús, y la tristeza se iba a apoderar de ellos: “vosotros estaréis tristes”. Pero a partir de su resurrección, “dentro de otro poco”, le iban a volver a ver y la alegría iba a inundar su corazón, “vuestra tristeza se convertirá en alegría”…

Desde nuestra situación, desde que Cristo salió a nuestro encuentro y nos pidió que le siguiéramos, nunca ha dejado de acompañarnos. Gozamos de su presencia las 24 horas del día. “No os dejaré huérfanos… estaré siempre con vosotros hasta la consumación de los siglos”. Lo nuestro es vivir todos nuestros acontecimientos desde nuestra unión y amistad con Jesús… por eso, la alegría siempre no acompañará.

Miércoles de la VI Semana de Pascua

Jn 16, 12-15

Pertenece al ser humano buscar la verdad. Ya lo dijeron los filósofos clásicos. En el evangelio de Juan está muy presente la búsqueda de la verdad. En él aparece la pregunta de Pilatos, “qué es la verdad”… Hoy leemos que “el Espíritu de verdad os guiará hacia la verdad plena”. ¿Qué verdad? La verdad plena es el mismo Jesús. “Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie va al Padre si no es por mí”, había dicho. El texto evangélico anuncia la Pascua de Pentecostés. Es el Espíritu quien ha de guiar al conocimiento pleno de Jesús, y del Padre. Fue lo que hizo con los apóstoles. El Espíritu muestra la verdad didácticamente, a través de la vida, de la historia, cuando esa vida, esa historia se oran, es decir: se ven bajo la luz del evangelio, de la Palabra del Señor.

Es necesario prepararse para la Pascua de Pentecostés. Es necesario abrirnos al espíritu de Jesús, del evangelio, que es el Espíritu Santo. Él nos conducirá a la verdad…y a la vida, a interpretarla bien.

Martes de la VI Semana de Pascua

Jn 16, 5-11

La cena sigue progresando y el discurso de Jesús desarrolla los temas que a lo largo de su vida predicadora ha dejado sembrados a lo largo y ancho de Galilea.

Jesús sabe que los discípulos apenas se enteran de lo que están escuchando y es el mismo quien tiene que hacer las preguntas que los discípulos no le están haciendo. Puede que pase, como nos está pasando ahora, que sabemos lo que está diciendo, lo entendemos perfectamente, pero no queremos darnos por aludidos.

Al igual que aquellos hombres, nosotros tampoco queremos que Jesús se vaya. No queremos que se vaya al Padre porque estamos muy seguros con él al lado. En pocas horas le veremos apresado, humillado y crucificado y correremos a escondernos asustados viendo que estamos en peligro. Preferimos un Jesús privado, personal, más que al que nos está anunciando.

Y era necesario que Jesús, el Cristo vivo, resucitado, vuelva al Padre. Es necesario que deje de ser en exclusiva el Maestro de los Apóstoles para que pueda llegar a su plenitud siendo el Maestro de toda la humanidad. No puede seguir siendo el Cristo doméstico si tiene que ser el Cristo universal. Por eso conviene que se vaya de lo particular, para que pueda hacerse presente en lo universal. La falta del Cristo humano y personal es necesaria para que el Espíritu venga sobre nosotros y aclare todas las nubes oscuras de la ignorancia que nos atenazan, entristecen y nos impiden vivir plenamente como hijos de Dios.

Aceptemos que Cristo tiene que marchar y busquemos al Espíritu que él nos envía, mejor aún, que ya nos ha enviado y se cierne sobre nosotros esperando que escuchemos el suave susurro de su presencia, le amemos y aceptemos su guía. Y sepamos que “El Señor completa sus favores con nosotros porque su misericordia es eterna y nunca abandonará la obra de sus manos. El Señor completará sus favores conmigo. Señor, tu misericordia es eterna, no abandonas la obra de tus manos.

Lunes de la VI Semana de Pascua

Jn 15, 26-16,4

El texto del evangelio se encuentra en los llamados discursos de despedida de Jesús. Jesús les anuncia cómo el Espíritu fortalecerá a sus seguidores en medio de la persecución para ser sus testigos de todo lo que han visto y oído del Maestro. El Paráclito les ayudará a recordar lo vivido.

Jesús les advierte para que no se escandalicen y esto los lleve a apartarse de la fe, puesto que los primeros perseguidores serán los propios hermanos judíos. La persecución concreta se refiere a la expulsión de la sinagoga. No podemos olvidar que los primeros cristianos eran judeocristianos y la separación del mundo judío supuso uno de los grandes conflictos en las comunidades judeocristianas. Tras la toma de Jerusalén y la destrucción del templo por parte de los romanos, un grupo de judíos, en su mayoría escribas y fariseos, huyen a Jamnia, una pequeña ciudad de la costa mediterránea a la altura de Jerusalén. Allí se reconfigura un judaísmo sin templo en el que el lugar central lo ocupará la Torá, iniciándose así el llamado movimiento rabínico. En el año 85 Gamaliel II, líder del grupo, introduce en la Shemoné Esré, oración de las 18 bendiciones, una maldición contra los herejes (minim) entre los que se encuentran incluidos los nosrim (nazarenos), es decir los judeocristianos. Así los seguidores de Jesús al acudir a orar a la sinagoga, tenían que maldecirse a sí mismos, lo que los llevó a autoexcluirse de la misma y a una ruptura definitiva con el judaísmo.

Jesús les anuncia que en esos momentos en que no entienden porque sus hermanos en la fe los excluyen de la asamblea, el Espíritu les dará fuerza para ser testigos de Jesús de Nazaret, que ha revelado el verdadero rostro misericordioso del Padre. Nosotros también podemos experimentar muchos tipos de persecución a causa de nuestra fidelidad al proyecto de Jesús, tal vez incluso de aquellos que consideramos nuestros hermanos. ¿Experimentamos en esos momentos la fuerza del Espíritu que nos anima? ¿Nos mantenemos firmes dando testimonio de la Buena Noticia de Jesús? En medio del sufrimiento, no podemos olvidar que no estamos amenazados de muerte, estamos amenazados de Resurrección.