
Is 50, 4-9
Esta fue la suerte que corrió el siervo y también Jesús. Transmitió el mensaje de su Padre, dio respiro, esperanza… a los agobiados y maltrechos y acabó recibiendo ultrajes: le mesaron la barba, le flagelaron… Y Jesús afrontó, sin vengarse, su pasión entregando sus espaldas a los que lo golpeaban.
Cristo, se desnudó de su rango y pasó por uno más en la fila de los humanos. Como uno cualquiera, tuvo que afrontar el frío y el calor, el cansancio y el fracaso, la huida de los amigos y la ausencia de Dios, el dolor y la muerte. ¡Y qué muerte!
También Él es sabedor de que su Padre le hará justicia.
¿Es así también nuestra actuación en el gran teatro de la vida? Muchas veces nuestras palabras en lugar de consolar sólo sirven para hundir y herir, y ante la primera dificultad o incomprensión nos revolvemos como víboras. Nos queda mucho por aprender de esta figura del siervo y de Jesús.
Mt 26, 14-25
Uno de los valores fundamentales del cristianismo es la amistad. En el evangelio de Juan Jesús llega a decir: ya no los llamo siervos sino «amigos». En este mismo evangelio, referido este mismo pasaje que hoy nos presenta la Escritura, Jesús moja un pan y se lo da a Judas, signo de profunda amistad.
Esto es algo que Judas, por más confundido que hubiera estado sobre la identidad de Jesús, nunca entendió. Había estado con Él tres años y no había llegado ni siquiera a tenerlo como amigo.
Es triste que muchos cristianos padezcan de este mismo mal y no sepan valorar la amistad, ni de Jesús, ni muchas veces de aquellos con los que comparten su vida (papás, hermanos, compañeros). Cuando uno no es capaz de desarrollar una amistad, es la persona más vacía y solitaria, pues el verdadero amor es el del amigo. Esta ausencia, lleva al hombre, como llevó a Judas, a cometer las acciones más tristes del mundo.
No dejemos solo a Jesús en esta Semana Santa. Démonos un tiempo para participar, sobre todo de la fiesta de la Pascua el sábado por la noche. Mostrémosle que verdaderamente lo tenemos como amigo.