Lucas 11, 5-13
Me encanta cuando Jesús se pone a explicar el Reino con los ejemplos sacados de la realidad, porque nos hace percibir el Reino como algo muy concreto y cercano.
Pensemos bien en lo que Jesús nos dice en este pasaje: nos descubre la oración de petición pero una oración insistente.
¿Acaso no entendemos la comparación de un papá que no es capaz de ofrecer un escorpión? ¿Por qué entonces muchas veces nos cuestionamos si Dios nos escucha y atiende nuestras peticiones?
Estos ejemplos, sacados de la vida cotidiana, parecen remarcar la bondad y el amor de Dios que es el fundamento de toda nuestra oración. A veces, nosotros nos llenamos de actividades y preocupaciones y queremos implicar a Dios en nuestra carrera loca y en nuestros mezquinos intereses.
Hoy nos invita Jesús a que nos acerquemos confiadamente al Señor, que dejemos esas cosas que nos llenan el corazón y que nos pongamos en sus manos. Necesitamos orar, pedir, buscar y tocar, y esto hacerlo con insistencia y devoción. No es posible vivir nuestra fe cristiana y nuestra vocación humana sin orar.
Hay quien ha alcanzado ya un grado de perfección, de tal manera que su oración es toda su vida; hay quien experimenta la presencia de Dios en cualquier actividad, y esto es un regalo de Dios: vivir siempre en su presencia. Necesitamos acercarnos conscientemente a Dios y entablar diálogo con Él.
Orar como nadar sólo se aprende orando desde nuestra necesidad, desde el descubrimiento del amor y la fidelidad de Dios.
Jesús no promete que Dios se convertirá en un solucionador de problemas o en un abastecedor de mercancías. Quizás sólo esto hemos pedido. Jesús nos enseña que el Espíritu Santo es quien tiene que centrar y orientar nuestros deseos, nuestras aspiraciones y nuestras peticiones. Dios nos abre su corazón, no como una conquista nuestra, sino como un regalo que nos otorga generosamente, pero que requiere la búsqueda constante y confiada porque “quien busca haya, quien pide recibe y al que llama se le abre”