Homilía para el 19 de octubre de 2018

Ef 1, 11-14; Lc 12, 1-7 

Es curioso que en esta época donde más se defienden los derechos humanos, donde se ha alcanzado un confort y seguridad grande, donde se hace hincapié en el valor de la persona, encontremos más y más personas que se encuentran angustiadas, estresadas y sin ganas de vivir, como si no valieran nada. Cada día se multiplican los intentos de suicidio que ya han alcanzado un porcentaje alto entre las causas de muerte. Parecería una contradicción, pero las personas se sienten menos valoradas.

Las lecturas de este día nos invitan a reflexionar sobre el verdadero valor de cada uno de nosotros, para que nos entusiasmemos a llevar una vida en plenitud.

Bellas palabras de san Pablo alentando a los Efesios: “con Cristo somos herederos también nosotros, para esto estábamos destinados. Vosotros habéis sido marcados con el Espíritu Santo prometido” Si reflexionáramos estas palabras tendríamos motivos más que suficientes para sentirnos orgullosos de nuestros orígenes, de la dignidad de nuestra persona marcada por el Espíritu y de nuestro futuro como herederos junto con Cristo. No somos basura y no podemos quedarnos atrapados por el pecado y la maldad.

Es cierto que somos débiles, pero estamos llamados a una vida con el Señor Jesús, nuestro hermano y nuestro Salvador.

Ya el mismo Jesús, en el Evangelio de hoy, se encarga también de levantar el ánimo a sus discípulos que ciertamente tendrían muchos motivos para preocuparse frente a las acusaciones y descalificaciones que de ellos hacían los fariseos, aquellos que se sentían conocedores de la Ley y muy cercanos a la justificación, acusaban y acosaban a los discípulos, con grandes descalificaciones. Jesús les pide discernir aquellas descalificaciones y poner su confianza en un Padre amoroso que no permite que se destruyan sus pequeños.

Si se tiene el amor del Padre, ¿qué importan los ataques y las descalificaciones de los hipócritas? La fuerza del discípulo está en el amor que nos tiene nuestro Padre Dios, por eso no temáis a los que matan el cuerpo y después no puede hacer nada más.

Para nosotros son también estas palabras en estos tiempos de violencia e inseguridad en el mundo.

Que nos acojamos a la Providencia y protección de nuestro Padre amoroso.

Homilía para la festividad de san Lucas (18 octubre 2018)

Hoy celebramos de nuevo a una piedra fundamental de este edificio que es la Iglesia, del que por la misericordia de Dios, formamos parte.

Hoy celebramos a san Lucas. ¿Quién no se ha acercado a su evangelio y descubierto la misericordia del Señor? ¿No han quedado grabadas en nuestro corazón sus grandes parábolas como la del Hijo Pródigo o la del Buen Samaritano?

Es el evangelista que mejor ha captado ese mensaje a favor de los más pobres, de los pecadores y de los miserables. Ya desde el mismo prólogo de su evangelio nos anuncia que quiere fortalecer nuestra fe, darnos seguridad en el seguimiento de Jesús.

Al presentarnos a Jesús en la sinagoga, dispuesto a iniciar su ministerio, nos describe a Jesús como ungido por el Espíritu Santo y enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres, la liberación a los cautivos y la luz a los ciegos. San Lucas, también nos presenta la salvación como un camino que hay que recorrer con alegría.

Podríamos incluso leer su evangelio e ir subrayando cada vez que encontremos esas expresiones, entonces descubriremos que vivir la opción por el Reino, aunque es radical y no admite confusiones, también produce una gran alegría interna. Historia de alegría de Isabel que ha engendrado al Bautista; María llena de gozo y movida por el Espíritu pronunció su Magníficat, y así sucesivamente cada uno de los personajes manifiestan su alegría al percibir la visita del Señor a su pueblo.

Y en cuanto a la fe, tan escasa en nuestros tiempos, convendría muy bien dar una leída a los pasajes que nos narra san Lucas. Todo el camino que nos muestra es un camino de fe. Una fe que muchas veces es atacada y cuestionada. Una fe que es exigida para realizar los milagros. Una fe que sólo el Señor Jesús puede suscitar en nuestro corazón.

También nos presenta la necesidad de la evangelización. Una misión que brota del conocimiento de Jesús y del encuentro con Él, que no puede ocultarse. Una misión que debe realizarse al mismo estilo de Jesús como nos lo muestra el evangelio de este día: sin adornos, sin armas, sin poderes, con la luz del Evangelio, con la fuerza de la pobreza y con el anhelo de paz para cada lugar que se visita.

En el libro de los Hechos de los Apóstoles, nos manifiesta a la pequeña comunidad que impulsada por el Espíritu deja sus miedos y se lanza por nuevos caminos a anunciar el Evangelio.

¿Por qué no nos animamos a leer su evangelio y el libro de los Hechos de los Apóstoles y a dejarnos cuestionar sobre nuestro comportamiento y la forma de vivir y manifestar nuestra fe?

Homilía para el miércoles 17 de octubre de 2018

Lc 11, 42-46 

La ley tiene como único fin ayudarnos a vivir de acuerdo al amor.

Cada uno de los mandamientos expresa el deseo de Dios de que el hombre crezca y madure en el amor. Sin embargo cuando la ley se convierte en fin en sí misma deja de expresar el deseo del legislador y se convierte en un yugo difícil de llevar.

Nosotros también podemos ser acusados por los doctores de la ley y fariseos a los que Jesús les dirige sus lamentos y ayes. La brecha entre los más ricos y los más desfavorecidos es enorme e infranqueable, recordemos la parábola del pobre Lázaro que se alimentaba de migajas del suelo.

Hay países en las que la mitad de los pobres son niños. En nuestro país y todo el mundo, la pobreza no es un problema meramente económico o sociológico, sino evangélico, religioso y moral. Una mínima parte de la población mundial acapara para sí los bienes de la creación. El consumismo derrochador y depredador está agotando los bienes de la creación. Los rostros de los pobres y excluidos son rostros sufrientes de Cristo.

En una cultura que pretende esconder los rostros de los pobres y transformarlos en invisibles o naturalizar la pobreza, la fe nos alienta a ponerlos en el centro de nuestra atención pastoral.

No es posible pensar en una nueva evangelización sin un anuncio de la liberación integral de todo lo que oprime al hombre: el pecado y sus consecuencias. No puede haber una auténtica opción por los pobres sin un compromiso firme por la justicia y el cambio de las estructuras de pecado.

Nuestra cercanía con los pobres no sólo es necesaria para que nuestra predicación sea creíble, sino también para que la predicación sea cristiana y no una campana que resuena o un platillo que suena.

Cualquier olvido o postergación de los pequeños y humildes hace que el mensaje deje de ser Buena Nueva para convertirse en palabras vacías, melancólicas, carentes de vitalidad y esperanza.

Hace falta mirar a los pobres, convertirnos a ellos para servir al Señor a quien amamos. Ojalá nosotros no pretendamos escurrirnos como el doctor de la Ley.

Es cierto, estas palabras nos tocan también a nosotros y también nosotros necesitamos responder a las exigencias del Evangelio.

Homilía para el 16 de octubre de 2018

Gal 5, 1-6;  Lc 11, 37-41

Libertad es uno de los deseos más grande del hombre; libertad que nos hace ser verdaderos hombres, verdaderas mujeres y no esclavos.

Hoy San Pablo nos habla de la verdadera libertad que nos ofrece Cristo. Cristo nos ha liberado para que seamos libres, “conservad pues la libertad y no nos os sometáis al yugo de la esclavitud” dice san Pablo.

¿Cuál es la libertad que nos ofrece Cristo? ¿Cuál es la libertad que nosotros buscamos? Por desgracia se da entre nosotros muchas formas de esclavitud, desde las económicas y sociales, hasta las esclavitudes personales por el vicio, la ambición o por la falsedad de los valores.

El dinero sigue mandando en el mundo y hace esclavos a hombres y naciones. Y esclavo es aquel que no tiene para comer y tiene que empeñarse en cuerpo y alma por un miserable sueldo; como esclavo es también aquel que entrega su alma al dinero y a la ganancia.

Las esclavitudes tienen un yugo muy pesado, como nos lo dice san Pablo, un yugo que nos somete y tenemos que cargar, un yugo que nos deshumaniza e idiotiza, un yugo que nos hace menos personas. Cristo vino para ofrecernos la verdadera libertad.

En el evangelio nos muestra otro tipo de esclavitudes, la esclavitud del rito, de las leyes y de las apariencias.

En estos días que hemos estado escuchando noticias sobre el Sínodo de los jóvenes y sus propuestas de verdad y libertad; sobre el volver a las fuentes, de quitar todo el polvo que oculta la verdad, nos haría muy bien revisarnos y mirar si estamos actuando con plena libertad y cuáles son las esclavitudes que nos oprimen.

El fariseo era esclavo de sus ritos de purificación, a tal grado que juzga a Jesús y lo condena.

¿Cuáles son nuestras esclavitudes? Miremos no solamente las cadenas que nos atan, sino aquellas cosas de las que dependemos; miremos si no nos parecemos un poco o un mucho a aquel fariseo que estaba atento a mirar lo exterior, pero que no se preocupaba en lo más mínimo qué había en su interior.

La acusación de Jesús es que su interior está lleno de robos y maldad. ¿No nos pasará igual?

Pidamos a Jesús que purifique nuestro corazón, que nos conceda alcanzar la verdadera libertad para poder volar hacia las alturas, para poder seguirlo. Ser libres para vivir el amor en plenitud.

Homilía para el 12 de octubre de 2018

Lc 11, 15-26

Este discurso de Jesús se genera a propósito de la expulsión de un demonio. Con este pasaje nos deja en claro la existencia de los «ángeles malos» o demonios.

¿Por qué Jesús es rechazado? Muchas veces imaginamos que si nosotros hubiéramos vivido en esos tiempos y contemplado sus obras, habríamos, seguramente, seguido sus pasos. Pero no es tan sencillo. Seguir a Jesús significa compromiso, responsabilidades; sus palabras descubren el corazón de las personas, y así como hay quienes lo alaba y lo siguen, otros buscan justificaciones a su comportamiento. ¿No es cierto que en la actualidad sucede lo mismo? Basta mirar a cualquier persona pública y encontraremos quienes lo alaban, pero que otros, por las misma acciones lo critican.

Pero mucho más importante será situarnos ante Jesús. Jesús es la respuesta total y plena a todas las preguntas humanas sobre la verdad, la vida, la justicia y la belleza. Cuando queremos poner otras medidas, entonces Cristo nos estorba y tratamos de quitarlo del medio.

No nos asustemos que en el Evangelio aparezcan con frecuencia los demonios. Todo mal es visto como obra del demonio, y en cierto sentido es verdad. Pero no nos imaginemos un mundo de seres sobrenaturales actuando abiertamente en contra de Jesús. También hoy hay males, enfermedades, injusticias, discriminaciones, guerras, etc., a todo esto podremos llamarlo justamente “obra del demonio” y contra esto nos invita Jesús a luchar.

Sin embargo, hay quien se escuda en el mismo Jesús para continuar cometiendo sus injusticias y sus mentiras, y otros por el contrario, sin estar cerca de Jesús, buscan la justicia, la verdad y la paz.

Con sus palabras notamos un gran criterio para saber si somos seguidores de Jesús, pues afirma que todo el que lucha por el Reino está con Él, y al contrario quien no estará contra Él.

Tendremos que estar muy atentos y hacer una serie de revisión de nuestra vida para verificar que nuestras acciones estén de acuerdo con Jesús. No tengamos miedo a acercarnos a Él, de otra forma lo estaremos haciendo a un lado y en realidad iremos en su contra.

Cuando busquemos la realización plena de la persona, la defensa de la vida y la verdad, el camino de la justicia, entonces seremos verdaderos discípulos de Jesús. Si hacemos algo diferente, estaremos en su contra.

Homilía para el 11 de octubre de 2018

Lucas 11, 5-13

Me encanta cuando Jesús se pone a explicar el Reino con los ejemplos sacados de la realidad, porque nos hace percibir el Reino como algo muy concreto y cercano.

Pensemos bien en lo que Jesús nos dice en este pasaje: nos descubre la oración de petición pero una oración insistente.

¿Acaso no entendemos la comparación de un papá que no es capaz de ofrecer un escorpión? ¿Por qué entonces muchas veces nos cuestionamos si Dios nos escucha y atiende nuestras peticiones?

Estos ejemplos, sacados de la vida cotidiana, parecen remarcar la bondad y el amor de Dios que es el fundamento de toda nuestra oración. A veces, nosotros nos llenamos de actividades y preocupaciones y queremos implicar a Dios en nuestra carrera loca y en nuestros mezquinos intereses.

Hoy nos invita Jesús a que nos acerquemos confiadamente al Señor, que dejemos esas cosas que nos llenan el corazón y que nos pongamos en sus manos. Necesitamos orar, pedir, buscar y tocar, y esto hacerlo con insistencia y devoción. No es posible vivir nuestra fe cristiana y nuestra vocación humana sin orar.

Hay quien ha alcanzado ya un grado de perfección, de tal manera que su oración es toda su vida; hay quien experimenta la presencia de Dios en cualquier actividad, y esto es un regalo de Dios: vivir siempre en su presencia. Necesitamos acercarnos conscientemente a Dios y entablar diálogo con Él.

Orar como nadar sólo se aprende orando desde nuestra necesidad, desde el descubrimiento del amor y la fidelidad de Dios.

Jesús no promete que Dios se convertirá en un solucionador de problemas o en un abastecedor de mercancías. Quizás sólo esto hemos pedido. Jesús nos enseña que el Espíritu Santo es quien tiene que centrar y orientar nuestros deseos, nuestras aspiraciones y nuestras peticiones. Dios nos abre su corazón, no como una conquista nuestra, sino como un regalo que nos otorga generosamente, pero que requiere la búsqueda constante y confiada porque “quien busca haya, quien pide recibe y al que llama se le abre”

Homilía para el 10 de octubre de 2018

Lucas 11, 1-4  

En el mundo del deporte, además de las habilidades personales, un excelente entrenador juega un papel decisivo. Es parte de nuestra naturaleza el tener que aprender y recibir de otros. Puede parecer una limitación pero es, al mismo tiempo, un signo de la grandeza y de la maravilla del hombre.

En el Evangelio de hoy, los discípulos le piden a Jesús: “Señor, enséñanos a orar…”. La oración es el gran deporte, la gran disciplina del cristiano. Y lo diría el mismo Jesús en el huerto de Getsemaní: “Vigilen y oren para que no caigan en tentación”. Él es nuestro mejor entrenador.

Hoy, nos ofrece la oración más perfecta, la más antigua y la mejor: el Padre Nuestro. En ella, encontramos los elementos que deben caracterizar toda oración de un auténtico cristiano. Se trata de una oración dirigida a una persona: Padre; en ella, alabamos a Dios y anhelamos la llegada de su Reino; pedimos por nuestras necesidades espirituales y temporales; pedimos perdón por nuestros pecados y ofrecemos el nuestro a quienes nos han ofendido; y, finalmente, pedimos las gracias necesarias para permanecer fieles a su voluntad. Todo ello, rezado con humildad y con un profundo espíritu de gratitud.

Homilía para el 9 de octubre de 2018

Lc 10, 38-42

Sentarse a los pies de Jesús y escucharlo, ¿es descuidar los trabajos que tenemos que hacer? De ninguna manera este evangelio pretende enseñarnos esto. Este Evangelio nos ayuda a descubrir la importancia de escuchar al Señor y escucharlo atentamente, pero para después vivir la Palabra.

Ciertamente, María trabaja en muchas tareas, y por andar en tantas cosas no tiene tiempo para escuchar al Señor.

Me parece hoy la queja repetida de muchos adolescentes respecto a sus papás que los admiran porque trabajan mucho o los quieren porque se desgastan y sudan para que nadas les haga falta, pero la quejas es que ya nos les queda tiempo para hablar con ellos, no tienen espacios para compartir la vida, no parecen escuchar y disfrutar de su presencia.

Quien es verdadero discípulo de Jesús no puede ocuparse en muchas cosas, sino a cada cosa darle su importancia y su momento. Es más importante estar con Jesús que trabajar para Jesús; es más necesario actuar con Él que actuar para Él. Y lo mismo podríamos decir de la familia, de los hijos y de los amigos. Y esto no quiere decir que se quede el amigo o el padre de familia contemplando todo el día al amigo o al hijo respectivamente. Es situar en su justa dimensión todas las cosas en vista de lo que consideramos más importante.

La escucha de la Palabra del Señor, el acogerla con toda atención, no significa una contemplación que nos aleje de los compromisos que tenemos en nuestra comunidad o en nuestra familia. No se trata pues de hacer muchas cosas para alguien, sino de estar con Jesús en todos los momentos.

Indudablemente que hay situaciones en la vida en que lo primero será la ayuda material y física, pero es más importante nuestra atención y cariño a una persona. Sobre todo en este tiempo debemos descubrir que es más importante amar a una persona que darle muchas cosas; amar a Jesús que hacer muchas actividades supuestamente por Él.

Claro que el amor de Jesús nos lanza a actuar en favor de los hermanos y a no quedarnos cruzados de brazos. Si dialogamos, si escuchamos a Jesús, si dejamos que penetre su palabra en nosotros, nos comprometeremos mucho más con el prójimo. ¿Por qué no te tomas unos pocos minutos de tu agitado día para elevar tu corazón a Dios, y darte cuenta de toda la belleza que Él ha puesto a tu alrededor?

Homilía para el 21 de septiembre de 2018

Hoy celebramos a san Mateo, que era un recaudador de impuestos. Si ahora no nos gusta que nos cobren impuestos, imaginaros lo que sería en aquellos tiempos. Una persona que cobra, pero para beneficiar al Imperio Romano que está sometiendo al pueblo de Israel.

Sus compañeros lo consideraban impuro y traidor al pueblo, por tratar con los paganos y estar al servicio del opresor extranjero.

Dios nos sorprende, Dejémonos sorprender por Dios. Y no tengamos la psicología del ordenador de creer saberlo todo. ¿Cómo es esto? Un momento y el ordenador tiene todas las respuestas, ninguna sorpresa.

En el desafío del amor Dios se manifiesta con sorpresas. Pensemos en san Mateo, era un buen comerciante, además traicionaba a su patria porque le cobraba los impuestos los judíos para pagárselo a los romanos, estaba lleno de dinero y cobraba los impuestos.

Jesús pasa, mira a Mateo y le dice: ven. Los que estaban con él dicen: ¿a este que es un traidor, un sinvergüenza? y él se agarra al dinero. Pero la sorpresa de ser amado lo vence y siguió a Jesús.

Cada vez que celebramos a uno de los apóstoles, podemos recordar nuestra propia vocación, sobre todo nuestra vocación a ser discípulos de Cristo.

En este llamado veremos que no nos llamó por que fuéramos los mejores, los más santos, los más inteligentes, sino muchas veces, como el caso de casi todos los apóstoles, porque tuvo compasión de nuestra miseria… pues como bien dice San Pablo: «Escogió lo que el mundo considera como inútil para confundir a los sabios y potentes de este mundo».

Esa mañana cuando se despidió de su mujer, Mateo nunca pensó que iba volver sin dinero y apurado para decirle a su mujer que preparara un banquete.

El banquete para Aquel que lo había amado primero. Que lo había sorprendido con algo más importante que todo el dinero que tenía.

¡Déjate sorprender por Dios! No le tengas miedo a las sorpresas, que te cambian todo, que te ponen inseguro, pero nos ponen en camino.

El verdadero amor te mueve a quemar la vida aún a riesgo de quedarte con las manos vacías.

Homilía para el 20 de septiembre de 2018

Lc 7, 36-50 

El amor cubre una multitud de pecados, por eso la mujer pecadora puede escuchar de labios de Jesús: ¡vete en paz! Es un atrevimiento y un escándalo para quien está falto de amor, pues sólo desde el amor se entiende el perdón.  

¿Ama mucho porque se le ha perdonado mucho? O quizás ¿se le ha perdonado porque ama mucho? Los estudiosos de la Biblia no se ponen de acuerdo en el más profundo significado de estas palabras, pero me imagino que es la estrecha relación que surge entre el perdón y el amor.  

Tarea indescifrable para el fariseo que había dado la primera gran muestra de cariño a Jesús: invitarlo a comer. Invita a Jesús a participar de su mesa, de su conversación y de su vida, pero se queda en la pura invitación y aunque abre su casa no le abre el corazón.  

La mujer, por el contrario, soporta las miradas acusadoras de los que se creen justos; reta las reglas de la cortesía y de la pureza y en casa ajena se pone a los pies de aquel comensal tan especial; se suelta el pelo, llora, besa los pies, lo seca con su cabello y los unge con su perfume, perfume de amor.  

Recibe la condena del fariseo, pero también recibe la admiración y el perdón de Jesús.  

El amor es lo único que tiene sentido para poder perdonar y Jesús lleva el amor más allá de las normas y de las leyes; se siente libre para amar con sinceridad y con bondad; se siente libre para dejarse amar y para dar el mejor de los regalos: el perdón y la armonía interior. Y así aparece la gran contradicción: los que se sentían limpios quedan en su pecado porque no han sabido amar, aunque cumplen las leyes. La que se sentía pecadora queda libre y limpia porque ha sabido amar, aunque ha roto las leyes, porque el amor está por encima de la ley.