Jn 1, 45-51
San Juan nos transmite que ha visto un “cielo nuevo y una tierra nueva”, y nos la presenta portada por manos de ángeles que baja del cielo, enviada por Dios, y llevando la Gloria de Dios, haciendo el símil de un brillo tal que se asemeja a una piedra preciosa; y nos la describe como la ciudad perfecta, con una gran muralla y puertas que se abrían a cada uno de los puntos cardinales, y en cada una de ellas los nombres de las doce tribus, y en la muralla doce basamentos con los nombres de los doce apóstoles del Cordero.
Es una imagen idílica de lo que podría ser la Iglesia, tomando como base la enseñanza de los apóstoles, y orientada a todas partes, como abierta a todos, creyentes y no creyentes, no solamente a los iniciados.
Se nos presenta como el lugar donde los Santos, aquellos que siguen y cumplen la palabra de Dios, pueden encontrarse personalmente con el Cordero y con el Señor Todopoderoso; se nos presenta como un nuevo paraíso donde se puede hallar alivio a nuestras penas, abrigo donde resguardarse, una mano amiga donde apoyarte para seguir adelante, y, sobre todo, escucha y cobijo donde reconfortarnos.
El Salmo 144 nos invita a que proclamemos la gloria del reinado de Dios, tal como hizo Natanael en su encuentro con Jesús, que proclama: “Rabí Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel”
«Has de ver cosas mayores»
San Juan nos refiere el episodio en que Felipe presenta a Natanael (Bartolomé) a Jesús.
Felipe, movido por el entusiasmo del que ha encontrado sentido a su vida, invita a su amigo a conocer a Jesús de Nazaret, del que habían hablado Moisés y en la Ley y los Profetas.
Bartolomé, pensando, como buen judío, que de una aldea perdida de Galilea, donde se consideraba a la gente como poco formada, de allí no podía salir nada bueno.
A pesar de esta especie de desprecio, Jesús lo presenta como un israelita de verdad, en el que no hay ningún engaño, y cuando habla con él y le reconoce que antes de que Felipe se dirigiera a él invitándolo, ya lo había visto bajo la higuera llamándole la atención; ante esto Bartolomé lo reconoce como Hijo de Dios y Rey de Israel, a lo que Jesús le responde que ¿por haber dicho que lo había visto creía?, pues verás cosas mayores, y es cuando les advierte que serán testigos de la glorificación que le hará el Padre Celestial.
Esta escena transcurre en los primeros días en que Jesús ha comenzado a reunir a sus discípulos y de camino a Galilea, donde reclutará, seguramente al resto; y no se esconde al manifestarles que, realmente, es el enviado del Padre y que su acción, junto a ellos, no será estéril, pues el anuncio del Reino de Dios, a pesar de todo, les llevará a disfrutarlo en plenitud.